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Alabar a los muertos, difamar a los vivos

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez*

Somos una sociedad profundamente enferma. Y cada día más. Por no respetar ya no respetamos ni a los muertos, sobre todo sin son ajenos. A los nuestros aún sí, pero tampoco tiene mérito. No obstante, incluso existe gente dispuesta a utilizar la memoria de los que ya no están aquí para hacer campaña por sí mismos. No hay más que observar las reacciones propias y ajenas al repentino fallecimiento de Carme Chacón para comprender el grado de podredumbre que llevan algunos en su alma. Hay casos, eso sí, que existe más estupidez que otra cosa, como algún que otro joven socialista que criticó a La Vanguardia porque escribió “Carmen” en vez de “Carme”, y eso le parecía algo intolerable.

Yo creo que es muy preocupante que tengamos que plantearnos a estas alturas cómo se debe actuar de manera pública- sobre todo en las redes sociales- cuando se muere alguien famoso, sea político, futbolista, cantante o tertuliano. Hay cosas que son tan naturales y lógicas que no se necesitan discutir. Por ejemplo: si vemos a un bebé en el suelo, a nadie se le ocurriría pisarlo. Es algo obvio que no se presta a discusión alguna; quien pisara al bebé sería tachado de sociópata e incluso de criminal. Si hablamos, por lo tanto, del respeto debido a los muertos, para mí la conclusión es igual de intuitiva. Hay quien dirá que la muerte de un dictador o de un terrorista debería de ser celebrada por todos los hombres de bien. Y posiblemente sea así. Pero la educación y la estética cuando nos referimos a expresiones dentro del dominio público, deben prevalecer sobre cualquier emoción o instinto primario que podamos expresar libremente dentro de nuestro entorno más íntimo y personal.

 

Yo creo que es muy preocupante que tengamos que plantearnos a estas alturas cómo se debe actuar de manera pública- sobre todo en las redes sociales- cuando se muere alguien famoso.

 

Es curioso como los tuits y las invectivas en redes más críticas y difamatorias contra Carmen Chacón no pertenecían, en su gran mayoría y relevancia, a personas vinculadas con la derecha, ni siquiera con la extrema. Todo lo contrario: las peores palabras hacia la ex ministra de Defensa pertenecían a destacados “activistas sociales” asociados con esa izquierda pura y justiciera que representa Podemos o con movimientos como el 15-M, que a estas alturas yo sigo sin saber qué significa más allá de un evento histórico absolutamente estéril e improductivo como herramienta política transformadora.

Pero este fomento del odio al que piensa diferente no es algo accidental dentro de la forma de hacer política y comunicarse de esta izquierda buenista y sumarísima que se presenta como regeneradora y que no va más allá del comunismo de siempre reformulado y decorado con ropajes más atractivos y seductores. Sus insultos a Chacón por supuesto que no representan a esa faceta oficial de Podemos que sí fue a Ferraz a representar sus respetos al cuerpo presente de la socialista. Sería conveniente, no obstante, que estos sucesos sirviesen para que las élites podemitas y de la izquierda pura reflexionaran sobre el nivel de polarización e histeria que están intentando implantar en la vida política española. La mala educación de algunos no es culpa de Pablo Iglesias o Monedero, pero sus motivaciones políticas seguramente sí que han sido inducidas por estos años de tensión necesaria y de política del malestar fomentada por Podemos.

Dejando a un lado el análisis externo, la muerte de Chacón también ha tenido una inevitable lectura interna, donde algunos de sus capítulos causan tanto bochorno, o más incluso, que los producidos en el marco extra partidista. En primer lugar, me llamó mucho la atención la respuesta que dieron la mayoría de los dirigentes socialistas- y su equipo de activistas- a la desgraciada noticia. Empezó una especie de competición de la loa y alabanza para ver quién lloraba más y mejor a la ex ministra. Algo que llevó a plantearme la clase de ser humano que yo era al recordar que había escrito en su momento artículos muy duros contra Chacón.

 

Empezó una especie de competición de la loa y alabanza para ver quién lloraba más y mejor a la ex ministra.

 

Viendo todos los elogios ilimitados que estaba recibiendo de todo el partido, me sentí realmente sucio y ciego al no haber sabido comprender la inmensa categoría humana y política de una mujer a la que, sinceramente, critiqué de manera implacable y generosa, y nunca reconocí virtud de liderazgo alguno. Fue inevitable para mí el preguntarme por la capacidad crítica que mostramos a la hora de juzgar a un político, sabiendo que algún día, incluso a las pocas horas de criticarlo, puede irse de este mundo y quedarte retratado con la fusta filípica en tu mano impiadosa.

Quizás, más que alabar a los muertos, sería más productivo y más justo no difamar a los vivos. Es muy poco útil practicar el juego sucio contra personas de gran valía y capacidad para solamente reconocerles su grandeza una vez que ya no están en este mundo. Esto pocos se lo plantean porque piensan que la muerte del compañero-enemigo llegará o bien al unísono de la suya (si son de la misma edad) o cuando lleve varios años apartado de la vida orgánica e institucional, por lo que los rencores, odios y navajadas perpetradas, habrían quedado en el necesario olvido.

Cuando mueren personas que dejan huella en nosotros, o bien en un colectivo, es lugar común “utilizar” el ejemplo, los valores y los deseos del fallecido para hacer hermosos panegíricos. Ya que tengamos que renunciar a intereses personales como homenaje a lo que hubiesen querido o hecho quienes ya no están en vida, es algo más complejo. Por eso más allá de oráculos atrevidos que hablen por la boca del ausente, no existe mejor manera de honrar a la memoria de los caídos que renunciar y reparar esos pecados que cometimos contra ellos en vida y que luego nos hicieron llorar amargamente en la hora de su despedida.

 

*Marcial Vázquez es Politólogo.

@marcial_enacion