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¿Casualidades o causalidades?

Existe todo un plan perfectamente diseñado para cargarse de un plumazo el sistema plasmado en una Constitución que nos dimos mayoritariamente los españoles.

 Soy poco dado a creerme las teorías de la conspiración que suelen rodear a diversos acontecimientos políticos aunque siempre he creído que la cosas no suceden porque sí sino que tienen un componente de planificación que persigue conseguir unos objetivos muy concretos a corto o medio plazo. Tengo un amigo que defiende que las casualidades no existen y que cualquier suceso relevante ha sido provocado intencionalmente para lograr un efecto, casi siempre espúreo. Y observando detenidamente lo que está ocurriendo en España en los últimos años, sobre todo después de la aparición de ciertos partidos populistas, y de la progresiva debilidad de las dos grandes fuerzas que han conformado el bipartidismo, PSOE y PP, estoy cada día más convencido de que existe todo un plan perfectamente diseñado para cargarse de un plumazo el sistema que los españoles nos dimos tras la muerte de Franco, plasmado en una Constitución que respaldó la inmensa mayoría de los ciudadanos, que nos permitió restañar heridas de la guerra y la dictadura, restablecer la convivencia y que fue un espejo de reconciliación, consenso y entendimiento en una modélica transición democrática en la que se miraron numerosos paises de todo el mundo.

 

Estoy cada día más convencido de que existe todo un plan perfectamente diseñado para cargarse de un plumazo el sistema que los españoles nos dimos tras la muerte de Franco, plasmado en una Constitución…

 

La irrupción en el panorama político español de Podemos y sus confluencias, propiciado por la monumental crisis económica e integrado y respaldado mayoritariamente por personas que no habían vivido ni la Guerra Civil ni los primeros años de la transición, trajo consigo un nuevo modelo social y político que poco tiene que ver con el que tanto trabajo nos había costado construir. Para ellos, antisistema herederos del 15-M, lo fundamental era enterrar la forma de monarquía parlamentaria de corte europeo que mayoritariamente habíamos avalado con nuestros votos hace cuarenta años, e instaurar un nuevo modelo político populista más cercano a las fallidas dictaduras filocomunistas iberoamericanas.

 

Para conseguir este objetivo era fundamental hacer una fuerte campaña de desprestigio de las instituciones que fuesen minando poco a poco la confianza de los españoles en ellas. Todo estaba obsoleto y pasado de moda, todo era modificable y había que acabar con ello, desde la Constitución a la Monarquía, desde el sistema financiero a las creencias religiosas, desde la Memoria Histórica a las condenas de los terroristas, desde la incorporación a Europa al Estado de las autonomías, desde el callejero a la propiedad privada, desde la Educación a los símbolos patrióticos identitarios. Como con todos los populismos, ya sean de ultraizquierda o de ultraderecha, sus tesis fueron calando en una sociedad castrigada y hastiada de una clase política que se había ido deteriorando y corrompiendo con el tiempo.

 

Para ellos, antisistema herederos del 15-M, lo fundamental era enterrar la forma de monarquía parlamentaria de corte europeo que mayoritariamente habíamos avalado.

 

Pero ellos solos, sin apenas poder fáctico, no podían llevar a cabo tamaña empresa. Necesitaban la colaboración de alguno de los partidos, cercano a la izquierda y a sus intereses, que ostentaban el poder. Y en eso llegó Pedro Sánchez. Un personaje ególatra y ambicioso que ya había enseñado la patita filopodemista y al que no le importaba un comino poner a su país al borde del precipicio con tal de llegar al poder. Sin haber ganado elección alguna y teniendo a buena parte de su partido enfrente, Sánchez (hay que reconocerle su egoista perserverancia) se ha convertido en la perfecta marioneta de Podemos para conseguir sus objetivos finales. Si a todo ello unimos el reto soberanista del filofascista independentismo catalán y el chantaje de otros nacionalismos, las piezas de puzzle diseñado por Podemos comienzan a tomar forma.

 

Nadie pone en duda que desde un tiempo a esta parte existe una amplia e inistente campaña para desacreditar la transición democrática, la Constitución de 1978 y la Monaquía parlamentaria. Pero hay hechos concretos que apuntan a que estas tesis de acoso y derribo de las instituciones se está acelerando a ritmo rápido. La primera ha sido la polémica sentencia del Supremo sobre el impuesto hipotecario. No es la primera vez que distintas Salas del Alto Tribunal (la de lo Civil y la de lo Contencioso-Administrativo) se contradicen en sus formulaciones. Pero sí es la primera que se pone en solfa la independencia del poder judicial en un asunto que no sólo afecta al sistema financiero español sino también a las economías de cientosde miles de ciudadanos.

 

Y en eso llegó Pedro Sánchez. Un personaje ególatra y ambicioso que ya había enseñado la patita filopodemista y al que no le importaba un comino poner a su país al borde del precipicio con tal de llegar al poder.

 

En un momento en el que la Justicia española está en el disparadero por culpa de la campaña de los independentistas catalanes, este hecho no puede verse sólo como una simple casualidad. Como tampoco lo es que el PSOE de Sánchez haya aceptado la petición de Podemos de revisar el Código Penal para despenalizar las injurias al Rey, los ultrajes a los símbolos españoles o las ofensas a las víctimas del terrorismo, mientras se plantea castigar   a aquellos que hagan ostentación del franquismo. Como dice el refrán español políticamente incorrecto, “o todos moros o todos cristianos”.

 

Por todo lo expuesto estoy cada día más convencido de que las casualidades no existen. Que más que “casualidad”, lo que se está produciendo en estos momentos en España es una serie de “causalidades” que buscan el efecto infernal de instaurar nuevos viejos modelos de Estado que siempre se han repetido en la funesta historia de este país. Y no nos deprimamos. No estamos solos. En Italia, Francia y otros paises de nuestro entorno, la extrema derecha (los mismos lobos bajo distintas pieles) ya lo están consiguiendo. Es lo que hay.