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Daesh: balones fuera no

Opinión/ Pedro Pitarch.- Recién evaporada la Unión Soviética y preguntándonos —como hizo Fukuyama— si la Historia había o no finalizado, se extendió la creencia de que  la solución de los conflictos futuros sería necesariamente política. El uso de la fuerza militar pasó a ser evaluado como mero apoyo a aquélla. Idea que se consolidó en los múltiples conflictos aflorados por doquier, y que anteriormente habían permanecido hibernados por la confrontación bipolar.  El paradigma aceptado fue que, ante un conflicto, la fuerza militar internacional solo servía para establecer, in situ y  en su caso, las condiciones de seguridad que permitieran a la política solucionarlos.

No se contaba con una islámica y radicalizada concepción teocrática del mundo, materializada en DAESH,  capaz de asentarse sobre territorio ajeno, consolidarse después con una formula “estatal” (población, territorio y gobierno)  y, posteriormente, tratar de exportar e imponer a los demás, mediante el terror, su modelo de vida. Y así, los europeos hemos pasado a ser objetivos preferentes del terrorismo yihadista. De ahí, entre tantos, la “carnicería “de París del pasado 13 de noviembre, o los casi seis días de “estado de sitio” en la capital de Europa, Bruselas. Un asunto todavía no aclarado suficientemente, que habla de lagunas de seguridad, incapacidades de inteligencia y policiales y de cooperaciones internacionales deficientes. Y lo que es más grave, también de falta de control del propio territorio en barrios enteros, por ejemplo Molenbeek (Bruselas) y Borgerhout (Amberes), donde la ley imperante no es la del país, sino la decretada por la más radical interpretación coránica de algunos imanes. Dejando a un lado todo ese asunto de la seguridad en nuestra casa (Europa) —que no es poco aparcar y en el que tanto habrá que corregir—, enfocaré la atención sobre la lucha contra DAESH en su “Califato”.  

En España, como siempre ante un problema de esta envergadura, se ha disparado el “tumulto”. Inicialmente lo hubo cuando aparecieron en escena los ministros de defensa, Morenés, de asuntos exteriores, García-Margallo, y la vicepresidenta, Saénz de Santamaría. Como es habitual, cada uno salió por un registro distinto ¡en un gobierno monocolor!

Esa guerra es uno de los elementos definitorios de la actual y maratoniana actividad política europea. Francia ha invocado el artículo 42.7 del Tratado de la Unión para obtener asistencia de sus socios frente al DAESH. También ha logrado que el Consejo de Seguridad de Naciones apruebe por unanimidad  la Resolución 2249 (2015)  Unidas (CSNU) que califica al DAESH como «amenaza mundial y sin precedentes contra la paz y la seguridad internacionales» y abre la puerta a una intervención militar de envergadura, incluso terrestre, al autorizar a “tomar todas las medidas necesarias … sobre el territorio controlado por el DAESH en Siria e Irak”. Asimismo, el presidente Hollande se ha reunido con algunos de los líderes mundiales y de la UE,  como Obama, Putin, Cameron, Merkel y Renzi para intentar vertebrar una consistente coalición política, que permita construir una potente fuerza militar internacional que aniquile a DAESH en su propio territorio (en Siria e Irak). Pero la finalidad de ese esfuerzo político no tiene mayor recorrido que sentar las bases de participación y apoyo a la acción militar operativa, para que ésta extinga el conflicto destruyendo a DAESH. La acción política ha pasado así a ser complementaria de la militar. Ésta aparece como única vía de resolver el conflicto allí. El paradigma que fue válido en la posguerra fría ha mutado.

Varios países ya están dando respuestas positivas a las necesidades francesas, por ejemplo en Alemania  y el Reino Unido (pendiente de aprobación parlamentaria) para una respuesta militar más consistente que la actual. Inicialmente pasaría por un reforzamiento sustantivo de las operaciones aéreas contra DAESH, en el territorio que controla en Siria e Irak. Pero como previsiblemente solo desde el aire no se podrá alcanzar la plena destrucción de aquél, para lograrlo habrá que vertebrar y desplegar en ese territorio una fuerza internacional terrestre de alta capacidad de combate. 

En España, como siempre ante un problema de esta envergadura, se ha disparado el “tumulto”. Inicialmente lo hubo cuando aparecieron en escena los ministros de defensa, Morenés, de asuntos exteriores, García-Margallo, y la vicepresidenta, Saenz de Santamaría. Como es habitual, cada uno salió por un registro distinto ¡en un gobierno monocolor! Logrado cierto remanso, ahora la postura gubernamental es la de  de esperar y ver, porque “no se ha recibido la petición de Francia”. Significa ganar tiempo para evitar introducir un elemento tan extraordinariamente sensible en la campaña electoral para el 20D. ¿Cálculo electoralista? ¿Cautela política? ¿Evitar que los pacifistas estériles  y vacuos les “madruguen” en las urnas? ¿Falta de capacidades? En todo caso, uno modestamente piensa que la actividad criminal de los yihadistas en España no depende de la postura concreta que nuestro país adopte, en relación con la inevitable opción militar contra DAESH. Cuando somos conscientes de la amenaza que el yihadismo supone contra España y los españoles, no parecería de recibo rezagarse en la respuesta común y anclarse en una estrategia tan recurrente, como desleal e improductiva: la de balones fuera.