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Desangrado catalán entre la inercia y en enroque

 

Con el reloj catalán parado y el 155 en vigor,  se oye que Puigdemont tiene un plan. Sería deseable que se tratase de uno nuevo y mejor que los anteriores. Porque ―la verdad sea dicha― los planes independentistas hasta ahora destapados han dejado mucho que desear. Al menos en lo que a sus resultados se refiere. Porque sus autores olvidaron que el planeamiento es contingente y encuentra su razón de ser en la ejecución de lo planeado. Otra cosa sería mero pasatiempo. No hay que olvidar que el expresidente de la Generalidad, como prófugo de la justicia, está excluido de repetir en el cargo. Si lo que ahora pretendiera fuese la investidura de un testaferro, eso le serviría como pasatiempo, pero no como plan. Aunque sería, posiblemente, el camino más derecho a nuevas elecciones autonómicas.

De los datos que se van filtrando sobre el “procés” resultan de especial relevancia los de un tal Jové (escudero de Junqueras en la consejería de economía de la Generalidad). El primero, a modo de meticuloso cronista, fue escribiendo una especie de diario de operaciones donde se reflejaban planes, decisiones y preparativos que habrían de conducir a la quimérica república catalana. En algún momento, la justicia habrá que agradecerle su inapreciablemente útil probidad burocrática.  Bien que ―me temo― cuando se levante el secreto del sumario que está incoando el juez Llarena del Tribunal Supremo (TS), nos vamos a enterar de muchas y más sabrosas cosas. Entre otras, quizás, las razones por las que Forn, exconsejero de interior de la Generalidad, sigue en el talego.

 

Pero que nadie se engañe: la alternativa al autogobierno es el 155. Que es donde estamos. Salir de él para alcanzar la llamada normalización requiere simplemente un gobierno autonómico que respete la ley. Así de fácil.

 

Cualquier planeamiento de alcance tiene que apoyarse en datos solventes ―cuantos más mejor―, aunque también en hipótesis racionales correctamente incardinadas en el tiempo. Y diversos planes fallaron como consecuencia de esenciales asunciones mal fundamentadas. Por ejemplo, el 1-O sucedió lo que sucedió porque la autoridad gubernativa planeó que los Mossos actuarían como policía de todos cuando, en la ejecución, solo lo fueron de parte. Por el otro lado, la cúpula independentista asumió, también por ejemplo, que el Estado no se atrevería a plantar cara a la declaración unilateral de la república catalana, así como que ésta sería inmediatamente respaldada internacionalmente. Asunciones capitales que igualmente se mostraron inoportunamente infundadas. El balance de ello es, por el momento: Puigdemont forrándose a mejillones en Waterloo mientras maquina nuevos planes; el fin de la quimera secesionista, reconocido en los mensajes de móvil del expresidente; Junqueras, Sánchez, Cuixart  y Forn en la trena; y el resto de los investigados de la cúpula golpista en libertad bajo fianza. En definitiva: de república catalana  “res de res”.

Mirando hacia el futuro, parece necesaria una recapitulación. Pero que nadie se engañe: la alternativa al autogobierno es el 155. Que es donde estamos. Salir de él para alcanzar la llamada normalización requiere simplemente un gobierno autonómico que respete la ley. Así de fácil. No es tanto pedir. La normalización está pues en las manos del bloque independentista.

 

Saben que el “procés” ha agonizado. Y, sin embargo, con un doble lenguaje, tratan de aparentar que sigue vivo.

 

No son pocos los que en Cataluña basculan entre la inercia y el enroque. Y así, tras muchos años de adoctrinamiento escolar, control de los medios, siembra del odio hacia España y dejación del Gobierno ante tanto despropósito perdura el natural, engañoso y residual efecto inercial, que sumerge a muchos independentistas de a pie en el espejismo de un proceso todavía vivo. Estos inerciales, de un alto nivel de fanatismo, son incapaces de hacer una valoración objetiva de las cosas. Cegados por el sentimiento, son inasequibles a todo lo que no sea su dogma. Son, por ello,  fácilmente instrumentalizables por la curia independentista. 

Los enrocados, por su parte, se localizan principalmente en la cúpula y la jerarquía orgánica independentista. Saben que el “procés” ha agonizado. Y, sin embargo, con un doble lenguaje, tratan de aparentar que sigue vivo. Su actitud es muy egoísta, nada sentimental y sociológicamente coherente con sus íntimas expectativas. Porque también conocen que, fracasado su intento de la delirante república, los que violaron la Constitución y que la justicia condene por delitos de rebelión, sedición, malversación, etc, indefectiblemente o bien darán con sus huesos en la cárcel, o bien tendrán que vivir fuera de España por muchos años. Y, por ello, tratan de alejar o demorar, cuanto puedan, su ineludible destino fatal.

Lo más triste es que unos y otros, entre la inercia y el enroque, acarician una fantasía imposible mientras no parece importarles que Cataluña esté paralizada, al tiempo que sigue desangrándose.

 

*Pedro Pitarch  es Teniente General del Ejército (r)

@ppitarchb