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¿Dónde está mi Partido Popular?

Antonio Varflora
Antonio Varflora

Es falso que la corrupción haya horadado las expectativas de voto del Partido Popular. Ha afectado, naturalmente, pero no ha supuesto, ni de lejos, la principal causa del retroceso electoral experimentado en diciembre, y antes en mayo, del pasado año. Y no se trata de un argumento a contracorriente. Es una evidencia empírica. Basta remontarse a 2011 y comprobar las rotundas victorias del PP en Madrid o Valencia pese a haber estallado ya por aquellas fechas el caso Gürtel y el de “los trajes” del ex presidente Camps. Como tampoco aquí en Andalucía, en 2012, le pasó excesiva factura al PSOE el caso de los ERE. En cuanto al popular señor Gabriel Amat, qué les voy a decir.  Ustedes, mejor que nadie, lectores de este confidencial, saben lo paradójicamente bien que se comportan los populares almerienses pese a las muchas sombras que sobre ellos se ciernen.

Por tanto, no. No ha sido la corrupción el gran problema del PP. O no más que en cualquier otro partido de cierto recorrido histórico. Porque, aun de existir – y no niego que exista -,  su solo efecto no puede explicar el que una formación haya perdido la tercera parte de sus votantes. Y menos partiendo de una holgada mayoría absoluta y gobernando la mayoría de comunidades, alcaldías y diputaciones. Claro, llegados a este punto, alguien me podría invocar entonces la comunicación como el gran talón de Aquiles del actual centro derecha patrio. Pero yo añadiría: comunicación y desorganización, las cuales, en realidad, están altamente interrelacionadas.

Digámoslo sin rodeos: el Partido Popular – y bien nos pesa a muchos de sus afiliados – ha venido siendo “la casa de tócame Roque”: que si Rajoy versus Aznar, que si Soraya versus Cospedal, que si Cospedal versus Arenas, que si Aguirre contra Gallardón, que si Rajoy contra Aguirre, que si Montoro contra Soria, que si, de nuevo, Arenas contra Zoido, que si el dedazo de Moreno Bonilla, que si Sánchez Camacho o García Albiol, que si Arantxa Quiroga o Alfonso Alonso… Una lista de impúdicos enfrentamientos internos – fruto de la falta de carácter y decisión de Rajoy – cuyo último episodio, no menos pornográfico, se ha visto en Granada con el odio cainita que se profesaban mutuamente el ya ex alcalde Torres Hurtado y el presidente provincial Sebastián Pérez.

Y ahí sigue Moreno Bonilla recogiendo firmas sin ton ni son.  Porque quien lo designó, Rajoy, que antes de 123 tuvo 186 escaños,  no ha dispuesto de tiempo, al parecer, para reducir y homogeneizar este injusto tributo que se ceba con las clases medias ya diezmadas por el IBI que les cobran, también, los muchos ayuntamientos populares.

Así las cosas, con un partido abierto en canal, ¿quién va a comunicar? Al contrario, sabedores de las disensiones y excitados por las expectativas de que triunfe tal o cual clan, barón o baronesa, muchos medios, incluso los teóricamente afines, se han dedicado más a ser correa de transmisión de estrategias personalistas parciales que a difundir los éxitos, que los ha habido, en la gestión macroeconómica. Por lo demás, algún día se sabrá cómo ha sido posible que en lo peor de la crisis – y pese al inmenso poder institucional que en 2011 adquirió el PP – no pocas cadenas de televisión y radio hayan campado a sus anchas zahiriendo día tras otro la imagen de nuestra formación y casi negando el derecho a existir o expresar los fundamentos de nuestra propia doctrina.

Porque la comunicación no es solo quién comunica sino, sobre todo, qué se dice. Y aquí, tristemente, los populares nos hemos dejado acorralar y achicar. Hoy por hoy – en realidad desde 2003 – el lenguaje que impera en la opinión pública y en la opinión publicada legitima desde la socialdemocracia a la izquierda extrema pasando por los independentismos. El conservadurismo es objeto de chanza. En el aborto no supimos ni acordar entre nosotros un mínimo común denominador. Y la democracia cristiana solo parece valer si hace de legitimadora de la socialdemocracia. En cuanto al liberalismo, sencillamente, es que no existe ni en el propio Partido Popular. Porque salvo leves retoques, que solo han suprimido los excesos de 2002 a 2008 pero no los anteriores, las administraciones del PP mantienen enchufados como las que más y cobran impuestos también como las que más. Y si algún tertuliano progre les menta el por otra parte necesario copago no duden que el tertuliano popular de turno primero callará, luego bajará la cabeza y más tarde aprovechará la publicidad de la emisora para ir al cuarto de baño.

Así, mientras unos tiran de la cadena, es la sufrida clase media la que va tirando del carro. Porque  menuda decepción, también, con Ciudadanos. Al menos aquí en Andalucía, a partir un piñón con los socialistas pese a mantenerse uno de los impuestos de sucesiones más elevados de España. Y ahí sigue Moreno Bonilla recogiendo firmas sin ton ni son.  Porque quien lo designó, Rajoy, que antes de 123 tuvo 186 escaños,  no ha dispuesto de tiempo, al parecer, para reducir y homogeneizar este injusto tributo que se ceba con las clases medias ya diezmadas por el IBI que les cobran, también, los muchos ayuntamientos populares. Por consiguiente, no son (solo) la corrupción, la desorganización y la falta de comunicación las causas por las que el PP se encuentra sociológica y electoralmente malherido. Es que no hay coherencia, ni discurso, ni determinación de imponer en la sociedad los valores de la iniciativa, el esfuerzo, la superación, la eficiencia o el ahorro. Hace casi treinta años AP tuvo que dar paso al PP. Tal vez, quizás, quién sabe, haya llegado la hora de un Partido Liberal.