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El “dondieguismo”, la teoría política de Sánchez

Suarez y Calvo Sotelo fueron dos presidentes instrumentales

Desde que España recuperó la democracia tras la muerte de Franco, y de eso hace ya la friolera de cuarenta y tantos años, nuestro sistema se ha visto reflejado por las diferentes concepciones políticas de sus distintos presidentes de Gobierno. Aunque sea bastante reduccionista, y por lo tanto rebatible o al menos discutible, mantengo que cada periodo político de nuestros últimos años de historia, desde 1975 a la actualidad, podría calificarse con una sola palabra que identifica a la persona que ha ostentado el poder. Bienvenida sea esta simplicidad teórica para aquellos que, por ignorancia, por puro analfabetismo o por otros intereses espúreos, cuestionan esta transición y la califican como una oportunidad perdida.

 

Si echamos la vista atrás podemos comprobar que los primeros jefes del Ejecutivo, recién estrenada la transición hacia la democracia, Adofo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo, pertenecientes a la UCD, fueron unos presidentes “instrumentales”, es decir, unos políticos de raza que hicieron una ingente labor de derribo de las viejas estructuras franquistas y pusieron las bases para levantar y consolidar un nuevo sistema de monarquía parlamentaria similar a la de varios paises de la vieja Europa, que, digan lo que digan los actuales populistas, nos ha venido funcionando bastante bien en estas cuatro décadas.

 

 

Pese a las presiones y al rechazo de buena parte de las “fuerzas vivas” del postfranquismo, hicieron posible un pacto entre las distintas y distantes fuerzas políticas para sacar adelante una Constitución que ha sido la base de la convivencia más o menos pacífica de todos los españoles en unos años de plomo en los que, ETA y los nacionalistas por un lado y el Ejército y la ultraderecha por el otro, presionaron lo indecible para que todo esto se fuese al carajo.

 

 La llegada del PSOE al poder a finales de 1982 supuso una especie de revolución pacífica en la que Felipe González encarnó un liderazgo socialdemócrata de corte europeo que fue bastante bien acogido tanto fuera como dentro de nuestro territorio. González fue un presidente “posibilista y pragmático” que supo adecuar las nacientes y aún débiles estructuras políticas españolas hacia un centro izquierda que nada tenía que ver con sus antecesores socialistas en la II República. Abandonado el marxismo y las tesis colectivistas, Felipe optó por la integración de España en la Unión Europea y, en contra de muchos de sus “compañeros” de partido, en la OTAN. Modernizó una sociedad anclada en el siglo XIX y puso las bases para el reconocimiento internacional.

 

 

Si Felipe fue pragmático, José María Aznar, que le dio al PP su primera gran victoria en el año 1996, podría calificarse de “efectivo”, tanto por lograr recuperar una economía absolutamente deteriorada como por gobernar a base de “efectos”, de imágenes, decisiones y frases, es verdad que no todas buenas, que han pasado a la historia reciente de nuestra democracia.

 

España reforzó su posición internacional y consiguió covertirse en una de las principales economía emergentes del primer mundo. Tanto Felipe como Aznar, han sido los dos grandes y únicos líderes de los dos partidos cruciales que han gobernado alternativamente España en las últimas décadas. Tanto el centro derecha como el centro izquierda se han visto desde entonces huérfanos de personalidades que hayan sido capaces de aunar voluntades y tener una clara visión de Estado.

 

Una burda manipulación de masas hizo que José Luis Rodríguez Zapatero, llevase de nuevo al poder al PSOE en el 2004. Me cuesta encontrar una palabra para definir a Zapatero, aunque creo que la que más lo retrata es el “tontobuenismo”. Sus ocho años al frente de la Presidencia del Gobierno han sido, posiblemente y mejorando lo presente, los peores de este periodo de transición. Sus crasos errores económicos, sus demenciales medidas sociales, su despilfarro de gasto y su incapacidad de gestión, provocaron que la grave crisis económca que azotó a casi todo el mundo desarrollado, tuviera especial indicencia en nuestro país causando una ruína total con la quiebra masiva de entidades bancarias y empresas y llevando al paro a más de cinco millones de españoles. Ello provocó su deseada caída en desgracia.

 

 

Y en eso llegó Rajoy. El PP volvía al Gobierno con una mayoría absoluta en las dos Cámaras y con las manos libres para desarrollar cuantes iniciativas quisiera imponer. Y Rajoy hizo el “dontancredismo”, es decir, dilapidó casi diez millones de votos que le habían dado su confianza y se centró en recuperar una economía hundida que estaba a punto de la intervención.

 

Posiblemente pensara que eso era lo más importante. Y puede que llevara razón. Pero su obsesiva fijación económica y su castigo a las clases medias, que fueron quienes le apoyaron, para sacar dinero de donde no lo había, le tapó los ojos para aplicar otras medidas que sus votantes le reclamaban. Al final de su mandato, con la rebelión de los nacionalistas catalanes en todo su apogeo, habiendo perdido la mayoría absoluta en el Congreso y desahuciado por buena parte de su propio partido, Rajoy se vio obligado a abandonar el cargo en 2018 tras una moción de censura auspiciada por el PSOE y apoyada por un vaiopinto caleidoscopio de partidos que aunaban desde los populistas de ultraizquierda a nacionalistas catalanes y vascos, republicanos y proetarras. El caos estaba servido.

 

Y en esa estamos. El 2 de junio de este año, llegaba de nuevo el PSOE al poder y, por primera vez en esta transición democrática, sin necesidad de pasar por las urnas. Con Pedro Sánchez como presidente de facto pero, como una marioneta, atado a los hilos de sus socios de investidura. Y si Rajoy era el “dontancredismo” andante, Sánchez es el “dondieguismo” hecho carne («donde dije digo, digo Diego»). Gobierna con unos presupuestos heredados del PP, aplicando y dando marcha atrás en casi todas las medidas que, por decreto ley como norma, aprueba el Consejo de Ministros, rectificando un día sí y otro también sus propias decisiones y, lo que es peor, asumiendo algunos retos que le imponen sus socios de Podemos y los nacionalistas catalanes, que acercan cada vez más a nuestro sistema a la forma de gobernar de algunas dictaduras hispanoamericanas de corte bolivariano con el control de los medios de comunicación o la anulación de instituciones fundamentales como el Senado.

 

La cosa, seamos realistas, no pinta nada bien. Y la única solución es la convocatoria urgente de elecciones que aclare algo el laberintico entramado en el que estamos sumidos.

 

Espero que este somero repaso a nuestra reciente historia les haya servido para algo. Sobre todo para el debate. Muchos no estarán de acuerdo en tildar los diferentes gobiernos con los apelativos de “instrumentalista, pragmático, efectista, tontobuenista, dontancredista y dondieguista”, según cada presidente. Estoy abierto a cualquier aportación y hasta acepto pulpo como animal de compañía.