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En el velo de flor

Los políticos no paran de tirarse recíprocamente a la cabeza mendaces currículos, en un bochornoso arañado de la piel del rival.

 

El gallinero está revuelto. Raro es el día en que no haya rifirrafe político alrededor de la presunta honorabilidad de unos u otros, o del dudoso rigor docente y administrativo de esta o aquella universidad. Y, la verdad, uno empieza a estar hasta el gorro de tanto cuento y tanta simulación. Sucede lo obvio: estamos en periodo pre-electoral porque, en el plazo de un año, habremos celebrado autonómicas, municipales y posiblemente incluso generales. Partidos y partidarios, con gran algarabía de los medios, se afilan las uñas para el combate decisivo en las urnas. 

 

Pero muchas veces el debate se queda en la superficie, en una especie del mágico velo de flor de las botas de manzanilla sanluqueña.

 

Y ni se cata, ni valora ni cuida lo que está debajo del velo que, en definitiva, es lo que cuenta. Los políticos no paran de tirarse recíprocamente a la cabeza mendaces currículos, en un bochornoso arañado de la piel del rival. Que si ese tiene o no el máster que figura en su currículo. Que si obtuvo o no tal título por recomendación (como si eso, desgraciadamente, fuera inédito en España). Que si aquél fusiló el trabajo de otros para su tesis doctoral. Y todo el trile académico que uno pueda imaginarse. Claro que, con ese “pim pam pum”, ya van dimitidos, en cuestión de pocos meses, una presidenta de comunidad autónoma y dos ministros. Y las lenguas de doble filo hablan de la posible salida del Gobierno de la ministra de justicia, doña Dolores Delgado, por sus conexiones con, entre otros, un excomisario de policía, presunto y/o convicto de variados delitos. A este paso, el presidente del gobierno, señor Sánchez, quizás abandonaría el complejo Moncloa, por la puerta trasera que da a la M-30. 

Predomina el mal estilo democrático. Para fines dudosos, se bucea en la legislación buscando la artimaña que permita sortear los procedimientos regulares. Así ha sucedido, por ejemplo, en la recurrencia del Gobierno al Real Decreto-ley, que la Constitución reserva para casos de “extraordinaria y urgente necesidad”, en vez de utilizar el instrumento del proyecto de ley para poder exhumar los restos del Dictador. Con ello, entre otras finalidades, se hurtó la intervención directa en el asunto de la mesa del congreso de los diputados, donde el PP junto con C’s tienen mayoría.     

 

Similar figura fraudulenta es atribuible a la introducción por el PSOE de una enmienda de último minuto (relativa a la Ley Orgánica de Estabilidad Presupuestaria), en la Ley Orgánica de Reforma del Poder Judicial para mejorar la lucha contra la violencia de género.

 

Y el castizo se pregunta flipado: ¿qué tiene que ver el culo con las témporas? O, en términos más refinados del Diccionario de Uso del Español de mi admirada pariente, María Moliner, aquello que sucede al “comparar o relacionar cosas en realidad muy diferentes e inconexas”. Porque en un proyecto de ley las enmiendas y el texto deben ser conexos, como dicta la razón y reza en múltiples sentencias de TC. Y todo ese enredo, para pasarse por el arco de triunfo al Senado (con mayoría del PP), negándole su capacidad de vetar la senda de déficit y el techo de gasto tratando de alfombrar el camino del señor Sánchez en Moncloa hasta 2020.  

No puedo ocultar mi preocupación y sorpresa por la afloración de inoportunas menciones, hechas últimamente por algunos miembros del Gobierno y su delegada en Cataluña, relativas a la situación de los políticos preventivamente encarcelados por presuntos delitos graves, tras el intento de golpe de estado del pasado año. Declaraciones que implícitamente cargan contra la división de poderes, característica esencial del estado de derecho. Revelan, además, una nefasta descoordinación  en el seno del Gobierno de España que huele a descomposición interna.  

 

Cuando se solapan el desarreglo gubernamental con la vulneración del derecho de participación política de los parlamentarios nos están despeñando a todos. Porque se quiebra la relación lógica entre la soberanía nacional que reside en el pueblo español y la soberanía popular representada en las Cortes Generales (Congreso y Senado).

 

En democracia, las formas y los procedimientos son fundamentales. El rito democrático se aguanta gracias a filtros y contrapesos que depuran y equilibran la acción política, para que nadie pueda ser asfixiado. De ahí, entre otras, las mesas y la organización bicameral del parlamento español. Perforemos pues el velo de flor: mantenerse en el poder en base a triquiñuelas y atajos fraudulentos, que camuflen un respaldo parlamentario insolvente y volátil, envenena la médula democrática y mina el espíritu constitucional. Y los fanfarrones ―me temo― en esas están.