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¿Estamos preparados para que nos digan la verdad?

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez*

Recuerdo el titular de una entrevista que me llamó la atención; lamento, en cambio, no recordar quién era el entrevistado. Pero venía a plantear una reflexión absolutamente imprescindible, pertinente y provocadora: si los políticos nos dijesen toda la verdad, los ciudadanos no lo soportaríamos. Posiblemente porque después de tantos años acostumbrados a la mentira, conocer la verdad sería atípico y extraño; o quizás porque la necesidad de evadirse hacia un mundo superficial y prefabricado de selfies haría insoportable la luz inmisericorde de la cruda realidad.

Seamos honestos: aunque acusemos a los políticos de mentirnos, ¿estamos dispuestos a conocer toda la verdad y nada más que la verdad? Los populistas tienen como guía decir en cada momento lo que la gente quiere oír. Que no digan la verdad es un síntoma llamativo. Yo siempre he creído que las dos cualidades esenciales de un buen político, de un líder auténtico, son la humildad y la honestidad. Sin la primera es imposible digerir todos los éxitos que se consigan ni superar los fracasos que nos afecten; sin la segunda sería soportable pedirle a los demás que te sigan sin importarte realmente el futuro de ellos por encima del tuyo propio. Por eso los mediocres amorales sin escrúpulos juegan con la falsa humildad en el éxito público que luego se transforma en soberbia y rencor real detrás de los focos. Los falsos líderes no soportan no ser adorados como dioses o, en su defecto, temidos como supremos fariseos con derecho de pernada.

 

Por eso los mediocres amorales sin escrúpulos juegan con la falsa humildad en el éxito público que luego se transforma en soberbia y rencor real detrás de los focos.

 

Es habitual preguntarnos muchas veces la razón de por qué los políticos del ayer eran mejores y más efectivos que los actuales. A partir de la II Guerra Mundial tanto Europa como Estados Unidos lograron crear sociedades cuya prosperidad y libertad son vistas en la actualidad como auténticas quimeras para nosotros. Cuando la Unión Europea se encuentra en una crisis existencial, da la sensación de que hemos olvidado lo que lograron los líderes de unos cuantos países justo en un marco temporal que nos sitúa en los años posteriores a una guerra europea devastadora. Entonces se logró que Francia y Alemania se unieran en diversos proyectos que cristalizaron con el paso de los años en la CEE, precursora de lo que actualmente conocemos como UE. Podría decirse que en escenarios mucho más difíciles se lograron acuerdos y políticas cuyos frutos fueron extraordinarios. Es habitual que la alta política cueste más hacerse que la baja política; pero como recompensa, con la alta política se obtienen muchos mejores resultados y beneficios más inclusivos y extensivos. ¿Qué los diferencia entonces?

Sé que cuando exponga mi conclusión sorprenderá a muchos lectores que seguramente esperarán otra respuesta: creo que la diferencia está en el concepto de “tiempo” que tenemos ahora y que se tenía antes.

Digamos que las personas buscamos obtener del presente los mayores beneficios posibles para nuestro disfrute. Es muy complicado que aceptemos sacrificios en el ahora incluso sabiendo que podemos recoger beneficios en el mañana. Y si además esas renuncias personales se hacen de cara a un futuro general y colectivo, nos encontramos con una fórmula casi imposible de darse en nuestros días. En el pasado, sin embargo, pienso que no era así. Nuestros abuelos y nuestros padres tenían una especie de concepto del futuro donde la generosidad con los que eran sus hijos estaba siempre presente en el margen de sacrificio aceptado en el presente que vivían. Se encontraban, por así decirlo, dispuestos a luchar y a realizar los sacrificios necesarios para conseguir bienes tangibles e intangibles que configurasen un mundo mejor para las siguientes generaciones, no ya de manera altruista- puesto que ellos también disfrutarían de esos logros- pero sí con un elevado sentido de la responsabilidad histórica que entonces existía casi de forma natural y no necesariamente aprendida en la escuela.

 

No me cabe duda de que a base de mentiras hoy, más que nunca, es muy fácil conseguir alcanzar el poder. Más complicado mantenerse a base de mentiras, pero no imposible.

 

Ahora, en cambio, los políticos enamorados de sí mismos e impotentes en su lenguaje emocional, nos hablan de pactos intergeneracionales o entre generaciones que nadie sabe muy bien lo que significa pero que no producen efecto alguno a la hora de resucitar ese espíritu de generosidad y conciencia histórica que existía hace décadas y que en la actualidad brilla por su ausencia.

No me cabe duda de que a base de mentiras hoy, más que nunca, es muy fácil conseguir alcanzar el poder. Más complicado mantenerse a base de mentiras, pero no imposible. La mentira triunfa en política cuando hacemos de la farsa y el engaño el hábitat natural de la sociedad y de la democracia. Hay pocos políticos dispuestos a ser honestos con los ciudadanos porque piensan que los votantes castigarán a los candidatos que les digan la verdad. Para cambiar esto, un buen comienzo sería que los ciudadanos empezásemos a premiar a todos aquellos que no nos mientan ni nos prometan imposibles edulcorados. Si queremos políticos de verdad que digan la verdad, hay que atreverse a ser ciudadanos de verdad que premien la verdad.

 

*Marcial Vázquez es Politólogo.

@marcial_enacion