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Ganadores y perdedores para el 1-O

Javier_Menezo
Javier Menezo*

Una revolución, una nación en marcha, exige una imagen icónica. Mayo del 68 no sería lo mismo sin la foto de una joven, hermosa, sonriente, subida a hombros, con su bandera roja. En el Portugal de abril fueron los claveles. En la movilización catalana esto falla, reconozcámoslo. Carme Forcadell frente al Tribunal no da el perfil. Tiene aspecto de crispada y de que si se sube encima de alguien se caería. Lo de los claveles tampoco cuaja, todo el mundo pensaría que se trata de Lisboa y no Barcelona. Al final el vacío lo ha cubierto twitter: piolín.

De esta forma el septiembre catalán pierde seriedad e incapaces como somos de mantener la atención mucho tiempo, ya nos hemos aburrido. A estas alturas, una nueva movilización -encima sin saber frente a donde- se asemejaría a un ejercicio de nostalgia. La vista está ya en el día después y, más allá, quién gana y quién pierde.

Los nacionalistas catalanes estarán entre los ganadores. En la negociación que ya inaparcable una reforma federal de la Constitución tendrá que incluir un pacto fiscal similar al Concierto vasco. El texto constitucional no soluciona bien la cuestión territorial, y dentro de ello, lo peor la financiación. Que el Estado recaude y las Comunidades gasten alimenta el despilfarro y el victimismo. Quién gasta debe ser también responsable de recaudar aquello de lo que gasta. En el campo nacionalista, sin embargo, no ganarán todos. ERC aparece como el mejor situado. Puigdemont y su Pdecat que, al fin y al cabo, son la burguesía nacionalista, da ya la impresión de estar superado por los acontecimientos. Si fuera surfista llegaría a la playa, sin duda, pero no sobre la ola sino arrastrado por ella.

 

Para que, además, Sánchez note el aliento en su nuca, cuatro diputados rompieron la disciplina de voto y se abstuvieron en una proposición de Ciudadanos de apoyo a Rajoy.

 

Más interesante está la izquierda española, con Pedro Sánchez en el campo ganador. El éxito se mide por el grado de enfado de tus enemigos. Desde el interior de su partido, tiene a Susana Díaz, inasequible al desaliento, da opiniones con escaso eco. La última que apoyaría la una vía más fácil y sin las incertidumbres de ese artículo. Para que, además, Sánchez note el aliento en su nuca, cuatro diputados rompieron la disciplina de voto y se abstuvieron en una proposición de Ciudadanos de apoyo a Rajoy.  Muy bien ahí: que se sepa que siguen activos.

Podemos también se dirige, obsesivo, a Sánchez. Pero Podemos y, sobre todo Iglesias, están haciendo todo lo que está en su mano para seguir perdiendo electores. Aquel grupo de profesores, que fue capaz de entender la frustración y la rabia de millones de personas y convertirlo en votos. Vieron la crisis institucional española pero no captaron que la recuperación económica atempera la indignación, necesitan algo más para seguir teniendo voz en la España de la recuperación.

Podemos pasó el verano en sus conflictos internos y, sobreactuado, Iglesias ha querido hacer de la crisis catalana el enemigo común que unifique y lleve paz al Partido. Puede que lo haya logrado durante un tiempo, pero al precio de alejar y asustar a los votantes, e ir arrinconandose hacia un espacio del electorado que no es ni el centro izquierda ni la izquierda. Ya no es trasversal.

 

Populismo y nacionalismo tienen en común el manejo de la emoción.

 

El radicalismo es el último lujo de los privilegiados decía Valêry. Podemos parece estar en esa idea. Hablar de presos políticos, no saber como reaccionar ante un referéndum acordado en la asamblea de facultad que fue el Parlamento catalán, para después pasar a apoyarlo, y todavía sin saber si aceptarían el resultado o no, no es la mejor presentación ante quienes quiere gobernar. Este es el drama de Podemos. Si Cataluña se independizara, lo que quede es a quienes pedirá el voto, y deberían escuchar lo que dice la gente, esa a la que una vez interpretaron: han puesto a los nacionalistas catalanes por encima de los ciudadanos españoles.

Populismo y nacionalismo tienen en común el manejo de la emoción, la identificación afectiva que lleva a distinguir entre un enemigo y un pueblo puro. Pero mientras para el populismo ese enemigo son las elites, para el nacionalismo son aquellos que no pertenecen a la nación imaginada. En esos otros están todos, desde la élite a las clases trabajadores. La nación se construye decidiendo quien pertenece a ella y quien es un extranjero. ¿A quién defiendes, pues, a los de abajo frente a las élites o a los que piensan que vosotros no merecéis estar junto a ellos? En esto tienen las de perder, la nación acaba imponiéndose sobre la clase. No por nada, los trabajadores del mundo no se han unido, sino que se han ido a las guerras nacionales que asolaron Europa hasta finales del siglo XX.

En ese ir de error en error, llega la Convención de Zaragoza. Iglesias, declarado admirador de Robespierre, la convocó. El nuevo Incorruptible no valoró la estupefacción que provoca querer hacer una asamblea que sustituye al Congreso. Ni la convocatoria fue un éxito ni la reacción ante el escrache exterior afortunada.  Llevaban media hora y ya habían llenado sus twitter con quejas sobre la falta de presencia de la policía. Ni siquiera en ese momento, cayeron en que días antes, hubo empleados públicos que pasaron la noche cercados en la Consejería de Economía catalana, y que la gente, otra vez la gente, compararía reacciones. Ante lo de la Consejería el silencio, cuando hubiera sido tan fácil una declaración diciendo que si deben ir contra alguien es contra los de arriba, no contra empleados públicos, tan trabajadores aunque peor pagados que los estibadores portuarios, por cierto.

Lástima, pues, Podemos que pudo tanto se va a quedar en tan poco.

 

*Javier Menezo es Abogado. Letrado del SEPE (INEM). Militante de base del PSOE

@javimenezo