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«¿Habré muerto solo para salvar el turismo?»

Daniel Gutierrez Marin
Daniel Gutiérrez Marín

Paseo por Twitter y veo una foto que me hace pensar. «¿Habré muerto solo para salvar el turismo?». La pregunta se acompaña de una imagen donde aparece, en primer plano, un Cristo acompañado de nazarenos en procesión. El sábado me invitaron al programa El Desguace, de NeoFM, una radio modesta de Sevilla. Querían que hablase de un tema áspero: el dinero que se mueve alrededor de la Semana Santa y de la carrera oficial. Lo cierto es que la cuestión económica interesa y vende bien. Alguien debería preocuparse por contarla sin dar lugar a malas interpretaciones o equívocos.

Cuando terminó la tertulia, intenté explicar algo complejo con un ejemplo sencillo. La Semana Santa es como un vaso lleno de agua que está agarrado por seis manos: la política, la economía, la sociedad, la religión, la cultura y la comunicación. Cada mano tira del vaso y en cada arreón, se derrama un poco de agua. Si los tirones son bruscos, el contenido se derrama y la fiesta se va vaciando lentamente, corriendo el riesgo de que, finalmente, el vaso quede vacío y sin interés. En términos sociológicos, la Semana Santa constituye un campo de producción de discursos, de producción cultural equiparable a otros, con procesos propios y con resultados sorprendentes. Bourdieu dedicó gran parte de su carrera a ese asunto. Los principales actores de este campo son las hermandades –que no las cofradías- que ven su autonomía limitada por otros actores que representan esas manos que desean cooptar el campo, limitarlo, apropiarlo a sus necesidades e intereses.

La Semana Santa es como un vaso lleno de agua que está agarrado por seis manos: la política, la economía, la sociedad, la religión, la cultura y la comunicación. Cada mano tira del vaso y en cada arreón, se derrama un poco de agua.

Quienes se consideran cofrades, muy cofrades, tienen la insana costumbre de justificar la existencia de las hermandades y la celebración de la Semana Santa. Además, ante la falta de un organismo que los dote de recursos discursivos contundentes, los cofrades terminan realizando una defensa débil. Curiosamente, los argumentos más esgrimidos son los crematísticos: porque se aporta mucho a las bolsas de caridad, porque se genera empleo, porque el impacto económico es importante, porque aumenta el turismo, porque gracias a nosotros sobreviven los artesanos y un largo etcétera económico.

A pocos cofrades se les ocurre decir que la existencia de las hermandades es necesaria porque vertebran la vida social de las ciudades de la Baja Andalucía. Tampoco señalan el poso cultural que constituyen, histórico y artístico, que conservan y exponen para disfrute de todos los ciudadanos. No reparan en que las hermandades son dinamizadores sociales, donde es posible participar en procesos de toma de decisiones que afectan a la vida cotidiana de las ciudades. Es raro encontrar quien diga que gracias a la Semana Santa los periodistas pueden contar historias que, de otro modo, serían opacas o que las hermandades abren el debate para hablar de política desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia. Por último, sí que se escucha algo, no demasiado, sobre la labor catequética y espiritual de las hermandades y la Semana Santa. No exactamente en la dirección que marca la Iglesia sobre la Nueva Evangelización pero ahí andan. Monseñor Asenjo habló de ellas como el dique contra la secularización. Pues todo esto, por ejemplo, tienen de bueno las hermandades y la Semana Santa.

«¿Habré muerto solo para salvar el turismo?». La pregunta retumba. No vaciemos de contenido la fiesta más rica del sur de Europa, un hecho social total –como la definió Isidoro Moreno-, un acontecimiento sociológico, que podría decir Elster. Sería muy positivo entender el entramado de hermandades como las relaciones entre actores colectivos que trabajan de forma coordinada para provocar el cambio social. ¿En qué sentido, hacia dónde? Como mínimo, como dijo Pío XII, por un mundo mejor. Considero, con el temor a equivocarme, que la Semana Santa es la manifestación ciudadana más potente que he conocido nunca, con una capacidad integradora que no he atisbado en ningún otro movimiento social, siendo capaz de reconciliarnos a todos bajo el signo de la unidad.