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Los años catastróficos de Susana Díaz

La secretaria general del PSOE-A pertenece a un grupo nacido del pesebre de unas Juventudes Socialistas.

 

Se le atribuye a Susana Díaz Pacheco la frase de que ella no había venido a la política para hacer amigos, aunque el cultivo de la amistad en cualquier circunstancia, actividad u oficio no es algo que represente una torsión negativa en el asunto que se desarrolle sino más bien al contrario exponente de un liderazgo trufado de valor cívico y, sobre todo, de autoritas, que, como sabemos, se conquista mediante la adhesión, la persuasión y la convicción del buen ejemplo. La política sustanciada en la zalagarda, acechanza, intriga y celada en el ámbito orgánico para ganar espacios de poder en sustitución del debate ideológico y programático es lo que le hacía decir a Manuel Azaña que la malicia a muchos no les libraba de ser tontos. La hasta ahora presidenta de la Junta de Andalucía era definida con esa frase de no buscar amigos en política, por su resolución autoritaria de no pararse ante nada ni ante nadie con tal de conseguir colmar sus intereses personales. Para ello no hacía falta amigos, pero si amiguismo en esa renovación grosera de la devotio ibérica donde Susana Díaz Pacheco tenía que ser para sus súbditos/compañeros la única encarnación del PSOE, Andalucía, España y la humanidad.

La secretaria general del PSOE-A pertenece a un grupo nacido del pesebre de unas Juventudes Socialistas donde en lugar de hacerse sólidos socialistas, en los únicos elementos que pueden otorgar robustez a una posición política como son la ideología y los valores, acabaron de presbíteros en el más profundo sentido del secreto fáustico, en su versión más cutre. Empujados por el viento favorable de la renovación generacional, resignada la organización socialista a obviar otras renovaciones propias de lo que debería ser su posición y función en la sociedad, estos jóvenes cachorros de los cuales sobresalía Susana Díaz Pacheco, pasaron del abandono escolar al coche oficial y a la moqueta del poder súbitamente y sin solución de continuidad. Y habían llegado afilando un cainismo exacerbado que lo fiaba todo al medro personal.

 

La ineficacia de la praxis en las instituciones sólo era suplida por el coro de los agnados, cognados, afines o parásitos sostenedores de un neocaciquismo  cuyo exceso de soberbia e inteligencia política impidió la consolidación del peronismo que Susana Díaz pretendía sin saber siquiera lo que era.

 

No venían a la política, sino a hacerse con la política para unos fines tan nominalistas, tan mediocres, tan inconfesables en el debate público por mezquinos, que el vacío argumental, la ineficacia de la praxis en las instituciones sólo era suplida por el coro de los agnados, cognados, afines o parásitos sostenedores de un neocaciquismo  cuyo exceso de soberbia e inteligencia política impidió la consolidación del peronismo que Susana Díaz pretendía sin saber siquiera lo que era.

Este caciquismo oligárquico de happy pandi pensó la lideresa del Tardón que le bastaba para dar un golpe de fuerza en Ferraz, hacerse con el poder orgánico y, a partir de ahí, con los destinos de España como una rediviva católica Isabel, veladora de las esencias sepias de la visión españolista más carpetovetónica. El estrepitoso fracaso de la operación “la máxima autoridad en el PSOE soy yo” (Verónica Pérez) o “a éste (Pedro Sánchez) lo quiero muerto hoy” (Susana Díaz Pacheco) y la posterior y humillante derrota en las primarias de la “reina del sur”, como algunos papanatas cursiles la lisonjeaban, debieron ser motivo suficiente para que Díaz concluyera que, si bien el socialismo democrático había renunciado a convertir el ideal socialista en la base exclusiva de la historia, no había sido para ponerlo al servicio de la obsesiva ambición aldeana de quien la falta de cultura general y política y el exceso depanegiristas a sueldo, le habían hecho creerse dotada de una infalibilidad que no sólo la empujaba a la impertinencia sino también al exhibicionismo.

 

Sin ningún propósito de enmienda y sin cumplir ninguna penitencia, procedió Díaz a bunkerizarse en la Andalucía que había desatendido en su peripecia de asalto al poder central.

 

Después de tamaña desautorización y rechazo por parte de la militancia, de haber montado una operación de bandería con grave peligro de fragmentación orgánica, de obstaculizar la investidura del candidato socialista para favorecer la continuidad en el Gobierno del Partido Popular, la dimisión hubiera sido lo más ético, sin embargo, sin ningún propósito de enmienda y sin cumplir ninguna penitencia, procedió Díaz a bunkerizarse en la Andalucía que había desatendido en su peripecia de asalto al poder central. Como corolario a todo ello, los últimos comicios andaluces le pasaron factura de la política catastrófica que viene arrastrando Díaz Pacheco en contra de su propio partido, pero, sin embargo, como enésima excusa sin dignidad, de  dichos resultados electorales andaluces ninguna culpa le salpica y todo es obra del Gobierno socialista y su política con Cataluña que apela al diálogo y no por la suspensión permanente de la autonomía que propugnan las fuerzas de derecha que Susana Díaz Pacheco comparte, como tantas otras cosas, con los conservadores más enriscados.

El susanismo en Andalucía se ha convertido en una mera suplantación que puede reproducir de forma ampliada lo que Felipe González proclamó en el congreso de Suresnes: que había más socialistas fuera que dentro del PSOE.