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Los exquisitos parlamentarios europeos

Alguien dijo: «El mal triunfa porque los hombres buenos callan». Es posible.

 

He rescatado el episodio por tenerlo de paradigma. Me enteré hace algún tiempo cuando rastreaba el dial del transistor. Ahora, con motivo del manoseado Brexit ─el ataque más serio a la filosofía del colectivo proyecto europeo─, al volver a escuchar una entrevista a don Juan Fernando López Aguilar por una locutora de la SER, me afloran reflexiones. Le preguntaba lo coherente del uso de viajar en clase turística los parlamentarios, porque no solo ahorrarían del erario público sino la proyección del buen ejemplo. Quedé asombrado, tanto por la cantidad de evasivas del señor López como por  la insistencia de la locutora. El azoramiento se instaló en don Juan, poseedor de un expediente académico impresionante y larga trayectoria política. Hubiese dado algo por observar su rostro. «Señorita, usted no lo entiende, no me comprende…», decía una y otra vez con su deje canario. «Perdone, pero la pregunta no requiere una respuesta complicada, señor Aguilar, puede contestarla con un monosílabo…». Y así siguió el interminable y vergonzoso pugilato, sin dar una rotunda aclaración… Especulo con una reprimenda a la locutora por la dirección de la emisora, obviedad indiscutible…

Después me aclaré algo más al visionar otra entrevista circulante por la red de redes a don Daniël van der Stoep, parlamentario holandés. El joven diputado fue mucho más explícito. En síntesis, dijo lo siguiente al periodista:

«Los parlamentarios trabajamos cuatro días a la semana. La mayoría nos vamos los jueves al mediodía, quedando cerrado los días restantes (en el garaje le mostró los numerosos coches de lujo en propiedad de la Institución). Escogemos a los conductores según el idioma. Los automóviles podemos usarlos para fines particulares. Cobramos 6.200 € de sueldo neto, 4.200 € para gastos diversos sin necesitar justificación. Un Euro-Parlamentario dispone de 21.000 € para gastos de personal a su servicio, donde la mujer o familiares pueden servirle. Los búlgaros y rumanos prefieren viajar en avión, les resulta más económico. Por viaje cobramos 0,40 € por kilómetro más otra cantidad por el tiempo invertido (unos 600 km suponen 800 € de coste). Diariamente cobramos otros 300 €. Si permanecemos cinco años nos quedan 1.250 € mensuales a partir de los 63 años. Cuando hay votaciones existe la costumbre de tomar un aperitivo en el restaurante». Supongo el aumento actual de los emolumentos, propuestas aprobadas siempre sin la menor oposición.

Una y otra vez don Daniël aseguraba la legalidad. «Mire, sería el primero en reducirlos a la mitad si algunos lo propusiesen, pero al no ser socialista no tomaré la iniciativa».

El restaurante del lugar más parece el de un lujoso hotel, acorde con la botella de Châteaneuf-du-Pape (vino preferido por algunos papas). Lástima el desliz de don Daniël al sobrepasar un día cinco veces la tasa de alcohol ―probablemente en un coche oficial―. Abrumado, dimitió.

Reconozco mi pesimismo derivado de, quizá, un exceso de realismo. Los humanos en líneas generales, salvo excepciones, somos animales depredadores y si, además, nacimos en Iberia tiramos aún más hacia la corrupción. La cultura, sostén de la utopía, podría paliar nuestra tendencia pero poca se observa por el creciente incivismo, palpable en muchos aspectos cotidianos.

Alguien dijo: «El mal triunfa porque los hombres buenos callan». Es posible. Pero mientras no se oigan los gritos, ―los políticos lo saben― seguirán inflando la deuda hasta el estallido, sin importarles el empobrecimiento de las futuras generaciones.  Aún quedan inocentes creyentes en las masas como sujeto de la Historia, pero los protagonistas son los bandidos, ayer los del trabuco y hoy los asidos a promesas incumplidas. De la indignación nació la resistencia contra el nazismo y de la rabia tal vez salga la lucha contra la iniquidad de una casta política degenerada y en muchos casos al servicio descarado de sus intereses y de los poderes económicos. Naturalmente, aunque lamento la muerte de Alan García  ─en su juventud esperanza de los pobres peruanos─  para evitar la cárcel por corrupción, el suicidio también dejó en la semioscuridad la procedencia de su gran patrimonio.