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De los sillones al diván

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez

He descubierto una nueva serie de ficción política bastante interesante: Occupied. Trata sobre la invasión de Noruega por parte de Rusia (y con el apoyo de la Unión Europea), ya que el primer ministro noruego decide dejar de exportar petróleo y gas. La reacción es la toma de las plataformas noruegas de extracción por parte del ejército ruso para garantizar el suministro a Europa. Aquí el líder noruego se ve sometido a un chantaje: o acepta que no puede ejecutar su decisión soberana de cortar el suministro de gas y petróleo; o se enfrenta a una guerra contra Rusia. En el desarrollo de la trama surge una cuestión interesante que afecta a la política real: cómo las circunstancias moldean o destruyen los objetivos programáticos de los gobernantes cuando son candidatos.

Entre lo que se dice y lo que luego se hace siempre suele existir un camino. Dependiendo de lo largo que sea podremos evaluar lo que nos dejamos en el trecho: si solo la ilusión, si nuestra palabra, si la vergüenza o el honor de lo representado.
Precisamente estos días he recordado como hace casi un año tuve la suerte de presentar mi segundo libro (Los cuervos de la democracia) ante una audiencia que llenó el salón del acto donde estuve acompañado de 4 ponentes. 3 de ellos eran políticos, más concretamente compañeros de mi partido. Después de un año, con una de ellos mantengo la misma relación cordial pero distante, ya que los modelos de partido que ambos tenemos son incompatibles; con otro afortunadamente sigo vinculado afectiva y políticamente, quizás porque me ha visto crecer y eso lo humaniza; pero con el tercero, a las pocas semanas de presentarme de una manera entusiasta y hasta devota, me dejó abandonado como a un perro, sin explicaciones por su parte, y con una frialdad que ya quisieran para sí los mejores cirujanos del planeta.

Ahora, sin embargo, da igual los resultados que los candidatos saquen en las urnas, porque hemos creado una especie de élites expertas en perder elecciones pero en ganar congresos.

Claro que los cirujanos suelen salvar vidas; los falsos líderes utilizan su bisturí para aplicar sacrificios sobre los demás cuando necesitan peones para seguir avanzando en su camino. Ni siquiera, en este caso, queda el consuelo de decir que me sentí utilizado, porque siempre creí que formábamos parte de un mismo proyecto y concepto de partido y de política. Quizás tarde comprendí que los líderes necesarios y verdaderos son aquellos que están dispuestos a perder algo para propiciar que alguien de su equipo pueda ganar; que nadie se engañe: la supuesta bondad del sacrificio cuando se realiza para recoger frutos propios a corto o a medio plazo no es más que egoísmo oportunista disfrazado de generosidad.
Por esto mismo no salgo de mi asombro cuando observo como en esta campaña, e incluso en los meses posteriores al 20-D, existe una especie de estigmatización de los “sillones” por parte de algunos políticos como si fuese ese fruto prohibido del que no se puede comer para no ensuciar “la democracia” ni perjudicar “a la gente”.

Y no salgo de mi asombro porque a menudo podemos comprobar como aquellos que piden no hablar de sillones son, precisamente, los que más se aferran al suyo o más tiempo llevan pisando moqueta oficial y bebiendo del presupuesto público. Es un ejercicio de hipocresía tan obsceno que solo puede causar lástima y repulsión en aquellos que seguimos empeñados en entender la política y la dinámica de los partidos como un proceso donde no pueden existir ni vendas en los ojos ni pinzas en la nariz, porque aquello que sale podrido de los partidos acabará pudriendo las instituciones.

En el fondo de toda esta impostura subyace la falta de rendición de cuentas que corrompe nuestra democracia. Antes, hace unas décadas, se asumía con naturalidad que la carrera longeva o no de un político se vinculaba a los logros que alcanzase y a los votos que consiguiera en las elecciones. Hablamos de largas carreras políticas como la de Ibarra o la de Bono basadas en victorias electorales y en legislaturas de gobierno. Felipe González estuvo más de 20 años al frente del PSOE porque apuró 14 gobernando. Ahora, sin embargo, da igual los resultados que los candidatos saquen en las urnas, porque hemos creado una especie de élites expertas en perder elecciones pero en ganar congresos. Es decir, han institucionalizado la política como un negocio muy rentable.
A lo mejor ha llegado el momento de empezar a hablar, de manera abierta y sincera, del coste para la democracia y para los partidos de los sillones de muchos. Algunos llevan tanto tiempo en el sillón o están tan aferrados a él que necesitarían pasar del sillón al diván, para empezar a curar su deformación de la realidad y su amoralidad absoluta cuando les toca mantener su poder. Abramos ventanas y limpiemos sillones; la democracia no puede resultar un cuarto a oscuras viciado por aquellos que llevan tanto tiempo jugando al póker de las vanidades con nuestros recursos.