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Si me queréis, dejad que me vaya

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Pepe Torrente

Susana Díaz no es Lola Flores, ni el arte de la jerezana es igualable fácilmente por humana viviente alguna. La de Jerez fue una de esas artistas únicas, que unía a la espontaneidad una fuerte personalidad con la que arrasaba; además del permanente hervor que nos trasladaba con su temperamento y su gracia innata.

En la boda de su hija mayor con Guillermo Furiase, Lola Flores desbordó la iglesia con invitados, periodistas, amigos de los invitados, amigos de los periodistas, amigos de los amigos que decían ser invitados, vecinos, amigos de los vecinos,… El desmelene fue absoluto, desesperante para la Faraona. Abrumada, en un alarde más de su espontaneidad, con la autoridad de su brillante estrella y la misma pasión que hubiera puesto en el zapateado de cualquier zambomba navideña, desesperadamente, gritaba desde el altar: si me queréis, irse.

Susana Díaz no está de boda, pero si prepara sus esponsales con Ferraz. Ella grita como aquella Lola, pero desde la inteligencia de su silencio y la seguridad que le da saberse pretendida. Lo que haya de decir lo dirán sus portavoces de guardia. Dos son de Cádiz, uno de Huelva, y el que lo hace oficialmente, sevillano por más señas. Los gritos de Susana no menguan ni siquiera en trance insospechado como este tiempo con gobierno estatal en funciones. Esas voces suyas, como el perfume que fluye del azahar en primavera de la pre feria sevillana, no hacen más ruido que el que ella quiere que hagan.  Se está dejando querer por quienes quieren quitar a Pedro Sánchez de en medio. Desde su guardia de corps la orden es mandar quererla, y que la dejen irse. Es lo que ella ha pedido. Lo suyo ya no tiene más espera. No va a volver a dejar pasar este carro.   

Susana no mira por el interés de la tierra que la puso donde está, prevalece el suyo personal. Esa vanidad del agasajo se le está quedando pequeña en la andaluza tierra de María Santísima.

La presidenta de la Junta hace del arte de la política vacía, fatua y quinqui un alarde de buen hacer que no se acompasa con la mínima eficacia que exigen a sus gobernantes los administrados. No están siendo prósperas las medidas mínimas que lleven a esta tierra a poder sacar pecho por reducir el sempiterno 30% de paro, por la mayor atención y lucha contra el abandono escolar, etc. etc.  Pero qué importa eso, si ella goza de la aprobación mediática del pueblo.

Ahora, la presidenta andaluza, viendo lo bien que le va con lo poco que hace, ha pedido ser agasajada de oídos como si de la sirenita de Copenhague se tratara, enamorada como están de su autoridad por propia conveniencia. Quienes le bailan el agua, esos que le doran la píldora a diario sin cuartel ni empalago que los sujete están cumpliendo con su dictado, y nos cantan a coro: si la queréis, dejadla que se vaya.

Susana no mira por el interés de la tierra que la puso donde está, prevalece el suyo personal. Esa vanidad del agasajo se le está quedando pequeña en la andaluza tierra de María Santísima. Ahora que ve débil a Pedro Sánchez, tras haber perdido la investidura primera y también la segunda (hasta tres perdió ella), ha decidido poner toda la carne en el asador de espetos de su barca marinera.

Con el gobierno de Susana Díaz y Juan Marín por allí, Andalucía no ha resuelto sus problemas más graves, pero ella sí quiere seguir interpretando la copla, cual Lola Flores de España: si me queréis, dejad que me vaya. Y olé, Susana. Araquitaun, dice el ciudadano Juan. Arsa y olé, canta l´Albert de España. Y Andalucía aquí sigue, esperando un gobierno, esperando quien la quiera de verdad, y hacer de ella la mejor tierra de España.