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Pray for London 

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez*

Después de las víctimas de cada atentado terrorista, lo más degradante para nuestra sociedad es ver la catarata de reacciones típicas, tópicas y buenistas que se repiten desde hace ya algún tiempo. Tras el recuento de muertos llegan las idioteces políticamente correctas, las frases hechas compartidas por todos en los perfiles de las redes sociales y escasas innovaciones en la tontería inane proyectada. Algunos pretenden dar lecciones de cómo combatir al terrorismo yihadista cuando apenas tienen respuestas para el dolor que causa en sus propios países golpeados y amenazados. La banalidad del mal fue algo que se comprobó con el nazismo en Alemania; ahora, hemos sobrepasado con creces la banalidad de la política para adentrarnos en la apología del idealismo estúpido con especial mención al pacifismo trasnochado. Aquí todo aquel que no abrace los ideales de la paz perpetua, de las flores y la música frente a las metralletas o la alianza de las civilizaciones ante la bomba suicida, es sospechoso de amar la guerra, de soñar con bombas nucleares devastando al enemigo o de apostar por la línea dura militar como única respuesta ante el fanatismo religioso nacido del Islam. Y, por supuesto, es alguien xenófobo, racista, islamófobo y no sé cuántos –fobos más.

 

La banalidad del mal fue algo que se comprobó con el nazismo en Alemania; ahora, hemos sobrepasado con creces la banalidad de la política.

 

Precisamente, dentro de esta moda del pacifismo de postureo, tras el último atentado en Londres he podido observar algo muy curioso en las redes sociales: el hastag “pray for London” como expresión común para etiquetar las condolencias y lamentaciones por los fallecidos a las puertas del Parlamento británico. Reza por Londres, o una oración por Londres, podría entenderse traducido. ¿Cabe mayor estupidez que pedir una oración como respuesta social a un terrorismo religioso, como si los muertos causados en nombre de un Dios fuesen a ser recogidos en su gloria por otro Dios? La realidad es que ninguna oración puede convertirse en una respuesta ante la amenaza del fanatismo.

Llama la atención que el último terrorista abatido, Khalid Masood-antes Adrian Russell Ajao-, presente una serie de rasgos y de trayectoria que escapan al discurso manoseado de esa izquierda buenista donde todo fanático yihadista tiene su explicación en la opresión que ha recibido desde bebé por parte de la OTAN, de la CIA y de Occidente. Siempre he pensado que la clave principal del éxito del nuevo discurso racista y anti inmigración de cierta derecha europea o del nacional-populismo reside en la respuesta absolutamente alejada de la inmediatez ciudadana que ofrece la izquierda. Por el temor a ser acusados de “-fobos” o porque realmente están dominados por una ideología absolutamente disparatada y desenfocada respecto al terrorismo religioso y sus consecuencias, no se atreven a salir del discurso políticamente correcto hasta el punto de mostrarse más preocupados porque no se señale al Islam o al mundo árabe como fábrica de fanáticos asesinos, que por reconfortar a las víctimas de su propia sociedad y acompañar a su país ante el tremendo desafío de no sentirte seguro ni cuando sales a comprar el pan. El miedo y la sensación de inseguridad ciudadana es una oportunidad fantástica para los que se alimentan del racismo y del discurso etnocéntrico con objetivos claramente políticos y abiertamente anti inmigrantes.

 

¿Cabe mayor estupidez que pedir una oración como respuesta social a un terrorismo religioso, como si los muertos causados en nombre de un Dios fuesen a ser recogidos en su gloria por otro Dios?

 

Muchas veces, a lo largo de nuestra vida, nos damos cuenta demasiado tarde que la respuesta ante un problema que nos angustiaba era, precisamente, aquella que no queríamos ver. Es habitual que nuestros propios prejuicios o visión ideológica nos impidan reconocer la realidad en soluciones difíciles que no son las que deseamos pero que no admiten alternativa.

El desafío de la inmigración, de la integración cultural y del terrorismo yihadista no son asumidas con la seriedad que exigen y la coherencia realista a la que acaban empujando por gran parte de la izquierda europea empeñada en empatizar de alguna manera con ese mundo islámico radical antes que abrir los ojos a la realidad y ofrecer una respuesta útil que anule, a su vez, las tendencias xenófobas y excluyentes ejemplificadas en fenómenos como el Brexit, Trump o ciertos partidos políticos en Europa.

Crisis humanitarias como las de los refugiados nos demuestran como ni siquiera las instituciones supranacionales, como la UE, saben qué solución dar a desafíos complejos desde el punto de vista político-cultural pero incondicionalmente inaceptables desde el marco de los derechos humanos. Cuando asistimos a manifestaciones de decenas de miles de ciudadanos-como en Barcelona- pidiendo que su país acoja ya a miles de refugiados obviamos muchas cuestiones que nadie se atreve a plantear pero que son consustanciales al hecho: el tiempo de acogida, el plan de acogida, el coste de la cogida, los planes para que se integren, el riesgo de crear guetos, etc… son problemas que ningún idealista está dispuesto a plantearse, y para los cuales tiene siempre una respuesta: eso el Gobierno, que más se gasta en políticos y en coches oficiales.

 

Para que exista una guerra, en pleno siglo XXI, no es necesario que dos contendientes la declaren mutuamente; basta con que lo haga uno, aunque no sea un estado sino una visión radical de una religión.

 

Solo personas con disfunciones espirituales pueden desear la guerra y el daño a otro ser humano. Sin embargo, existen culturas, religiones y países que usan la guerra como instrumento para alcanzar sus fines. Para que exista una guerra, en pleno siglo XXI, no es necesario que dos contendientes la declaren mutuamente; basta con que lo haga uno, aunque no sea un estado sino una visión radical de una religión. Señalar este hecho religioso no es culpabilizar a toda una religión, sino ser conscientes de la verdadera raíz del problema. Si queremos evitar que los sectores más belicistas y conservadores de nuestras sociedades sean los que dicten la respuesta a la amenaza terrorista, es el momento de empezar a abandonar ese pacifismo buenista absurdo y defender un plan realista de defensa de nuestros países y de nuestra cultura que sostenga un mundo seguro en el futuro.

 

*Marcial Vázquez es Politólogo.

@marcial_enacion