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Rajoy, en precampaña

Ramon Ramos2
Ramón Ramos

Era marzo y era 1996. Las elecciones generales de aquel primer domingo dieron al PP y a José María Aznar un triunfo claro aunque no en forma de mayoría absoluta. La noche de aquellas elecciones, una vez conocido el resultado electoral -que no era el previsto pero sí suficiente-, los jóvenes cachorros populares, ebrios de euforia y concentrados bajo el balcón principal del número 13 de la calle Génova donde el PP ya entonces tenía su sede, empezaron a corear a coro una consigna hiriente para su destinatario: «Pujol, enano, habla castellano».

La anterior había sido una legislatura corta, no llegó a tres años, con una lluvia pertinaz de escándalos cayendo sobre Felipe González y los socialistas: GAL, Roldán, Filesa, Mariano Rubio, financiación encubierta… en la que la minoría catalana había actuado de muleta del gobierno socialista en minoría desde 1993, con una crisis global como escenario de cuyos efectos no terminaba de encontrar la salida. Y aquel apoyo parlamentario que había prolongado la agonía política de González en Moncloa había desviado secundariamente los rencores de la derecha hacia el entonces impoluto presidente de la Generalitat.

Aznar comprendió que la aritmética parlamentaria apuntaba a la CiU de Pujol como aliado natural para la investidura. Y no tuvo empacho en enviar a Barcelona antes de una semana al entonces impoluto Rodrigo Rato. Se iniciaron unas conversaciones en un marco de desconfianza mutua que emanaba de aquel cántico electoral con las urnas aún calientes. Casi mes y medio hasta que se pudo convocar la sesión de investidura que proclamó a José María Aznar como presidente del Gobierno.

[blockquote style=»1″]Ya estamos en otra fase, la que siguió a la renuncia del presidente en funciones, que dos horas antes mantenía estar dispuesto a intentar la investidura. Claro, estaba ya en precampaña. Hasta que se le ha hecho de noche.[/blockquote]

La aritmética de Mariano Rajoy, ahora, ciertamente es más complicada que la de Aznar en el 96. Pero de él, del líder del PP que le señaló sucesor con su dedo indiscutido, debería haber aprendido el presidente en funciones: las negociaciones son difíciles pero todos los obstáculos se pueden superar si hay voluntad de diálogo. Si hay. Algo que no ha existido en esta ocasión sencillamente porque el pasado 20-D, conocidos los resultados electorales, Rajoy decidió colocarse en la casilla de salida de la precampaña para una repetición de los comicios que todavía no está descartada. Eso o que todos los demás lo mantuvieran en Moncloa bajo una premisa: ‘porque yo lo valgo’. Solo así se entiende que haya dejado pasar mes y medio sin levantar un teléfono, confiando en que el paso de los días consumiesen a fuego lento a su competidor, el socialista Pedro Sánchez, que éste llegase a esa repetida y presentida cita electoral lo más debilitado posible, acosado por dentro y por fuera, por los barones del PSOE y la izquierda que es Podemos.

Ahora que Sánchez ha recibido el encargo de abordar la investidura se dice que el PP intentará un acercamiento a Ciudadanos. Es una forma legítima de entorpecer el diálogo del dirigente socialista. Pero uno se pregunta si en este mes y medio no habría podido Rajoy intentar ese acercamiento en busca de un apoyo en la votación al tiempo que gestionaba la abstención del PSOE. Todo bajo el signo de la cesión, de forma que los socialistas pudiesen presentarse ante su militancia y su electorado con alguna concesión -incluida la renuncia de Rajoy- con la que defender esa abstención que facilitaba la presidencia al PP. Nunca lo sabremos: ya estamos en otra fase, la que siguió a la renuncia del presidente en funciones, que dos horas antes mantenía estar dispuesto a intentar la investidura. Claro, estaba ya en precampaña. Hasta que se le ha hecho de noche.