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Rajoy es el principal enemigo de España

No es extraño, por lo tanto, que las encuestas apunten a una subida espectacular de Ciudadanos.

Hay que empezar a asumir que la situación en Cataluña ha llegado a un punto de no retorno donde actualmente no existe solución alguna a medio y largo plazo que no sea política y socialmente traumática. Este es el resultado de no actuar cuando se debe y creer que la inercia del tiempo acabará arreglando todo. Quizás a Rajoy esta filosofía le dio sus frutos en un marco intrapartidista que tampoco ha resultado exitoso en su balance, aunque hasta hace apenas 2 años todos respetasen al presidente gallego por su manejo de los “tempos” y su colección de trofeos de caza mayor a lo largo de su interminable carrera. Pero como decía Lincoln no se puede engañar a todos todo el tiempo, y el implacable destino ha terminado poniendo a cada uno en su sitio tras lustros de inutilidad absoluta y ceguera voluntaria por parte de los gobiernos de España; y preparación, maceración y combustión de la locura dentro del catalanismo anti español, xenófobo, totalitario y directamente anti democrático sin posibilidad de redención.

La realidad es que nos encontramos en el peor de los escenarios posibles en Cataluña después de que el gobierno de España hubiese liberado a la bestia de todas las bestias del Estado, esto es, el 155, una aplicación totalmente vergonzosa que roza la prevaricación y cuyo resultado catastrófico inhabilita de manera integral al presidente del Gobierno y a su vicepresidenta para seguir manejando los destinos de este país, más cerca del precipicio de lo que muchos creen, sin que Cataluña sea el único síntoma de la descomposición nacional.

 

Es muy habitual, en escenarios de crisis, buscar antes a los culpables que a las soluciones, pero en el caso que nos ocupa esta fórmula, no siempre aconsejable, es el paso previo para poder sobrevivir al desafío: el primer paso para construir una solución al caos nacional que vivimos es, inevitablemente, el apartar del poder a sus principales causantes, es decir, al gobierno del PP.

 

En honor a la verdad hay que decir que la mayoría de líderes de la derecha popular no ocultan en privado su manifiesto desconcierto y decepción por la manera con que se ha gestionado y se está gestionando el desafío golpista catalán, pero como es más importante el patriotismo de partido y esa flagelación sectaria en público antes que reconocer errores y hacer pública autocrítica, nadie en el PP está dispuesto a moverse y al final acabarán todos despeñándose por el barranco preparado a conciencia por el dúo Mariano-Soraya. Algunos dirán que la autodestrucción de la derecha forjada por Aznar podría ser, incluso, una buena noticia para nuestra democracia, pero la realidad es que ahora mismo es el partido que sostiene y mantiene a los que ocupan el Ejecutivo.

Ante la crisis vital de nuestro sistema político y nuestra convivencia misma, jugar a derribar de manera inmisericorde al Gobierno que debe de defender a todos los españoles es algo propio de políticos irresponsables e incapaces de merecer una oportunidad en un futuro cercano, pero el problema se agrava cuando desde el mismo gobierno, desde dentro del máximo poder político, se empeñan en socavarse a sí mismos y dejan a la sociedad española a merced del naufragio que se avecina. Es difícil comprender este acto de suicidio progresivo de un partido que hace apenas 7 años consiguió en todos los niveles territoriales la mayor concentración de poder jamás vista en nuestra democracia. Al final, si le das el poder absoluto a unos mediocres absolutos no hay otro resultado posible que no sea un desastre absoluto.

 

 

Mirando a Cataluña es llamativo como después de la investidura de su nuevo presidente fanático, xenófobo y fascista, estos de la izquierda verdadera, es decir, los Comunes, Colau, Iglesias y demás claqué podemita, empiezan a darse golpes de pecho y a escenificar auténticas muestras de contrición para que todos olvidemos que si hemos llegado hasta aquí ha sido, entre otras cosas, gracias a su calculada complicidad en los orígenes del golpe separatista.

 

Ahora, cuando ya todo parece perdido, y por mero cálculo electoral y oportunista, Podemos se muestra enfrente de alguien que ha sido tan sincero en su fanatismo y odio a los españoles que simplemente ha dejado sin coartada a muchos que ya sabían desde tiempo atrás que este era el verdadero espíritu de ese “catalanismo” que solo “quería votar”.

 

No es extraño, por lo tanto, que las encuestas apunten a una subida espectacular de Ciudadanos como resultado de la deriva absoluta y creciente del gobierno y de la oposición de “izquierdas”.

 

Descartados así el PP y Podemos como partidos capaces de dar la talla en este momento histórico, si miramos al PSOE, no digamos ya al PSC, no podemos concluir algo diferente. No hace falta hacer demasiada memoria para recordar la idiotez supina esa de la “nación de naciones” o de la España plurinacional, por no hablar del indulto que Iceta quería otorgar a los procesados por sedición y rebelión. Si, además, extendemos un poco dentro del socialismo los límites territoriales del catalanismo, podemos observar con estupor la política de discriminación lingüística aplicada sin disimulo alguno por Armengol y bendecida por Pedro Sánchez, el cual posiblemente no sabe casi nunca lo que hace, por eso habla sin parar pero sin decir nada interesante.

Como ya no queda más partido que Ciudadanos, llegamos aunque sea solo por descarte a jugarnos la única opción medio coherente sobre nuestro futuro apostando a la carta de Albert Rivera, que solo presenta un discurso reconocible cuando habla del destino común de los españoles y defiende la Constitución en Cataluña, liderado por Inés Arrimadas. No es extraño, por lo tanto, que las encuestas apunten a una subida espectacular de Ciudadanos como resultado de la deriva absoluta y creciente del gobierno y de la oposición de “izquierdas”. No se trata, en su mayoría, de un apoyo por “ilusión”, sino un simple acto reflejo para lograr nuestra supervivencia.