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Refundar la Unión

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch*

Este mes se cumple el 60º aniversario de los Tratados de Roma, que constituyen el fundamento de lo que hoy conocemos como la Unión Europea (UE). Una Unión que hoy está algo desorientada y aquejada de males internos que cuestionan su propia viabilidad. Dolencias superpuestas entre las que destacan: las consecuencias de la gran crisis económica, que comenzó en 2008 y de la que algunos países no acaban de salir; la crisis de los refugiados que genera un áspero rifirrafe interno; el crecimiento de populismos antieuropeos con “geniales” fórmulas nacional-proteccionistas; y, como guinda del pastel, el comienzo de la salida del Reino Unido de la UE (Brexit) como resultado del referéndum británico del 23 de junio de 2016.

El escenario europeo es hoy, sin duda, muy complicado. La crisis de liderazgo y de confianza en sí misma que padece la UE no es algo inédito. La historia de la construcción europea está jalonada de momentos en que parecía que todo se iba a pique hasta que, evitando el abismo, todo volvía a enderezarse. La máquina no está parada. El presidente de la Comisión, Juncker, ha ofrecido a la decisión de los líderes de los 27 hasta cinco posibles escenarios de futuro para la Unión del 2025. Van desde un objetivo de máximos, los Estados Unidos de Europa, hasta otro de mínimos, un mercado común, bien que ninguno de esos dos escenarios extremos parezca muy practicable. El primero porque aunque sea el objetivo más ambicioso y sugerente, es de todo punto inalcanzable en 8 años. El segundo tampoco parece razonable, porque supondría volver al periodo anterior al Tratado de Maastricht, de 1992. No tiene mucho sentido siquiera plantearse dar el salto cósmico que llevara el edificio comunitario a la implosión, retornando, por ejemplo, a la renacionalización de las fronteras, las políticas comunes o las antiguas monedas nacionales. Solo  pensar en volver a la peseta da escalofríos.

 

La historia de la construcción europea está jalonada de momentos en que parecía que todo se iba a pique hasta que, evitando el abismo, todo volvía a enderezarse.

 

Por ello, aquellas cinco potenciales opciones se sintetizan en un simple dilema de voluntad política: o avanzar o retroceder. O, en otros términos, en seguir progresando, refundando la construcción europea a 27, o en rebelarse contra la Historia dando un salto atrás de hasta 25 años. La lógica abona que, como sucede siempre que se dan intereses encontrados a conjugar, los jefes de estado y de gobierno se arremanguen para acordar el camino a seguir, que no será ni blanco ni negro sino gris. Naturalmente, la nueva deriva de la construcción europea va a estar fuertemente condicionada por los resultados de tres citas electorales de 2017: Países Bajos el próximo miércoles; Francia (presidenciales) en abril y mayo; y Alemania (legislativas) en septiembre.

Una construcción europea a varias velocidades parece la deriva más razonable. De hecho, eso es algo que la realidad nos muestra cada día, aunque se haya evitado llamarlo así. El Reino Unido, por ejemplo, con su insolidario “opting out”, estaba fuera en múltiples aspectos básicos. Entre otros, del euro y del Acuerdo de Schengen (supresión de controles fronterizos interiores). Dinamarca, también por ejemplo, se desmarca de las cuestiones de defensa. Hay que reconocer sin embargo que la idea de geometría variable suscita rechazo, especialmente en los países del este de Europa, que no quieren verse considerados como europeos de segunda clase. Esto recuerda aquél “no corráis que es peor” que clamaba el descolgado cojo a sus compadres de manifestación, mientras huían de la carga policial.

 

Naturalmente, la nueva deriva de la construcción europea va a estar fuertemente condicionada por los resultados de tres citas electorales de 2017: Países Bajos el próximo miércoles; Francia (presidenciales) en abril y mayo; y Alemania (legislativas) en septiembre.  

 

La construcción europea de geometría variable está legalmente contenida como posibilidad en las “cooperaciones reforzadas” de los tratados que gobiernan la Unión. En el Tratado de Lisboa de 2007 se llega más lejos en el ámbito de la defensa —que anteriormente estaba excluida de las cooperaciones reforzadas—, al crear la “cooperación estructurada permanente”. Ésta está concebida para aquellos países que quieran reforzar su colaboración militar (artículos 42.6 y 46 del TUE). Algo que el Reino Unido ha mantenido bloqueado por sus propios y exclusivos intereses y que, con el Brexit, podrá activarse rápidamente. En resumen, la refundación de la UE a 27 es bien posible en el marco de esa “unidad en la diversidad” de la que ha hablado la canciller alemana tras la minicumbre (Merkel, Hollande, Gentilione y Rajoy) del pasado lunes día 6, en Versalles.

Con Trump apretando por el Oeste, Putin por el Este, el Reino Unido por el Norte y el desmadre norteafricano-Sahel por el Sur, y China en segundo plano por todas partes, el 60º aniversario de los tratados de Roma debería servir de acicate para el relanzamiento de una Unión a 27. Una Unión basada en la compartición de los valores europeos y presta a asumir los esfuerzos que sean necesarios para alcanzar una Europa fuerte, unida y abierta al mundo, capaz de enfrentarse a los desafíos y amenazas que la acechan, dotándose de un instrumento defensivo propio, común, autónomo y suficiente. Una Europa, en definitiva, capaz de desarrollar en el concierto mundial el rol de primera fila que por extensión, población, recursos e Historia le corresponden.

 

*Pedro Pitarch es Teniente General del Ejército (r).

@ppitarchb