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Regreso al frío de la inseguridad

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch*

Trump, presidente electo de EE UU, es fuente de incertidumbre y desconfianza, dos factores antagónicos a la idea de seguridad europea, que está fundamentada en una Alianza Atlántica nutrida con el compromiso y el liderazgo norteamericanos. Sin ellos, el Tratado de Washington se convertiría en papel mojado. Un horizonte al que parece apuntar el discurso revisionista del presidente electo. Si la OTAN perdiera su mayor activo, su credibilidad, la percepción de inseguridad se instalaría en Europa con resultados difícilmente predecibles. Nunca buenos.

El interés por las cuestiones defensivas, incluso a nivel de responsables políticos, ha venido decreciendo en las sociedades europeas a partir de la caída del Muro. La percepción de amenaza —la percepción juega un papel central en el idea de seguridad—, ha variado en cada miembro aliado, en función inversamente proporcional a su distancia geográfica de Rusia como heredera de la URSS. Es todo un tinglado mental que se está viniendo abajo por el recelo que suscita una nueva administración norteamericana que, a partir del 20 de enero de 2017, acompañará a Trump.

 

Si la OTAN perdiera su mayor activo, su credibilidad, la percepción de inseguridad se instalaría en Europa con resultados difícilmente predecibles. Nunca buenos.

 

En los últimos años, EE UU ha mantenido su compromiso con la defensa de Europa. O, si se quiere, ha adelantado su propia defensa en Europa. Dos ejemplos muy significativos son el llamado escudo antimisiles, y el regreso a una suerte de despliegue adelantado sobre el suelo continental. El escudo antimisiles, ya con Capacidad Operativa Inicial (IOC), declarada en la cumbre atlántica de Varsovia de julio de 2016, viene a unirse a los planes de reforzamiento operativo de la Alianza, acordados en la cumbre de Gales de 2014. La plataforma fija de Deveselu (Rumanía) así como la construcción, comenzada en mayo de 2016, de otra similar en Redzikowo (Polonia) forman parte del sistema. En éste, por cierto, España juega un papel determinante y muy comprometido al albergar, en la base de Rota, cuatro vectores antimisiles móviles en los destructores: USS Donald Cook, USS Ross, USS Porter y USS Carney.

El acuerdo político, también de la cumbre de Varsovia, para desplegar sendos batallones multinacionales reforzados en los tres países bálticos y Polonia, liderados respectivamente por Reino Unido en Estonia, Canadá en Letonia, Alemania en Lituania y EE UU en Polonia es otro elemento de especial significado político-estratégico. Porque supone reinscribir sobre el terreno, de forma muy adelantada, el compromiso de EE UU y los aliados con la defensa colectiva. En este esfuerzo también está prevista la participación española con una unidad de nivel compañía integrada en el batallón de Letonia.

 

España juega un papel determinante y muy comprometido al albergar, en la base de Rota, cuatro vectores antimisiles móviles en los destructores: USS Donald Cook, USS Ross, USS Porter y USS Carney.

 

¿Y cómo se ve todo eso desde Moscú? Me temo que como una amenaza a la seguridad de Rusia. Así se infiere de las palabras del primer ministro ruso, Dmitri Medvédev, en febrero de 2016, en la Conferencia de Múnich sobre Política de Seguridad: “la política de la OTAN hacia Rusia es terca y poco amistosa. Nos estamos desplazando rápidamente a un periodo de una nueva Guerra Fría”. Algo que ha sido rematado por el presidente ruso, Putin, en una reciente entrevista con el cineasta Oliver Stone: “Nos vemos obligados a tomar contramedidas, es decir, a apuntar nuestros sistemas de misiles hacia las instalaciones que consideramos como una amenaza”. En otros términos, para Moscú la actividad aliada liderada por EE UU fricciona fuertemente con el Acta Fundacional OTAN-Rusia, de 1997, que prohibiendo el establecimiento de bases aliadas en los países del antiguo Pacto de Varsovia, parecía suponer el finiquito de la Guerra Fría. Los datos sobre la mesa, por tanto, indican que la Guerra Fría está latente.

En este enrarecido ambiente, el Kremlin ha expresado su esperanza de que la llegada de Trump traiga una mejoría en sus relaciones con EE UU. Pero, al mismo tiempo, ha manifestado su intención de no solo continuar su amplio programa de modernización de armamentos previsto hasta 2025, sino también de instalar sistemas de misiles tierra-aire S-400 y los tácticos Iskander en el enclave de Kaliningrado. Un nombre emblemático, la patria chica de Kant, que, entre Polonia y Lituania, con una extensión similar a la provincia de Sevilla, constituye todo un recordatorio de la II Guerra Mundial y del botín soviético de ella obtenido.

 

De momento, seguimos caminando de regreso al frío. Quién sabe si, a lo mejor, la llegada de Trump podría calentar el ambiente.

 

No hay certidumbre sobre si Trump apoyará los planes OTAN descritos. Sí la hay respecto a lo que Putin va a hacer en respuesta a aquellos planes. En juego: la seguridad europea. Se especula mucho sobre un potencial acuerdo entre ambos líderes, que instalase una especie de “cooperación constructiva” (versión rusa), enfocada inicialmente a la resolución de los conflictos en Ucrania y Siria. La fuerte vocación aislacionista que subyace en el discurso de Trump podría facilitar esa deriva. Pero a saber lo que, en realidad, pudieran muñir entre ambos líderes en lo referente la política general en Europa y la seguridad continental. El resultado del inminente referéndum italiano, junto con los de las elecciones en Francia y Alemania en 2017 nos lo aclararán. De momento, seguimos caminando de regreso al frío. Quién sabe si, a lo mejor, la llegada de Trump podría calentar el ambiente. Ahora toca cruzar los dedos, esperar y ver. Definitivamente, no es justo que los europeos no podamos votar en las elecciones presidenciales norteamericanas, cuando sus resultados nos afectan tan directamente.

 

*Pedro Pitarch es Teniente General del Ejercito de Tierra (r)