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Susana, la tarzana

A Susana Díaz le llega la derrota por prescripción democrática.

 

Aquella noche se agarró a la liana que le ofrecieron los más cercanos, y zumbándose golpes de pecho al grito de “yo soy Susana, la tarzana”, se balanceó por la selva de su soledad derrotada gritando al eco de una vereda oscura: el PSOE ha ganado las elecciones. Y ahí quedó el grito, entre las ondas huecas de la solitaria selva, reubicado y desnortado, sin las grandes salvas de aplausos que antes tuviera. A la tarzana le habían quitado su Jane de San Telmo.

Y ahí sigue, ella, una semana más tarde, subida a la copa de sus árboles antes tan frondosos, ahora tan escuálidos y sin hojas que cubran su desnudez política. Qué frío hace en su selva. De vez en cuando salta al vacío para vindicar su gloria pasada, y reitera el grito la tarzana, pero en su selva ya no quedan ecos de aires fiables a su voz quebrada y rota. Yo era Susana; ahora sólo soy esa.

 

Qué frío hace en su selva. De vez en cuando salta al vacío para vindicar su gloria pasada…

 

A Susana Díaz le llega la derrota por prescripción democrática. La unión que su partido tuvo contra Arenas, Teófila o JuanMa, ya no suma como antes sumaba; ya no le permite repartir las lianas del secuestrado bosque, ni asignar los eucaliptos a cada rama. Ya ve, con cada amanecer, cómo se le van talando los árboles a su paso, cómo huyen los pájaros del agüero conveniente, de su tenebroso bosque, cómo su mirada queda sin más horizonte que un desierto sin lagos, ni siquiera un oasis donde guarecer la sed de su mañana. Llega allí donde ella siempre tuvo condenados a los de enfrente, al mismo frío e inhóspito lugar que regaló a quienes le disputaron el puesto que ocupara.

De las formas en que una lideresa puede asumir su derrota parlamentaria cuando sabe que no tiene diputados suficientes para ser investida, Susana Díaz ha escogido la que más se acerca al estilo suyo, ese cuyo peso de la escasa humildad impide superar el muro de su propia soberbia. Va Susana por ahí pidiendo auxilio a su exigua victoria, reconocimiento que ni su partido ni ella jamás dispensaron a quienes antes los derrotaran insuficientemente. Sumaron con PA, o con IU, o con C’s, y se olvidaron de ese plan que ahora reclaman, perdidos. Hablan de un coro de 21.000 voces que tiemblan ante el cambio. Otros lo achican a 3.000, los enchufados que anestesiaban a Andalucía desde la administración paralela. Les toca cambiar de bosque. Caminar por otra selva.

 

Va Susana por ahí pidiendo auxilio a su exigua victoria, reconocimiento que ni su partido ni ella jamás dispensaron a quienes antes los derrotaran insuficientemente.

 

Saber perder es un primer paso para iniciar la reconquista del poder perdido. Además de dejar constancia de cierta elegancia, son gestos propios de grandes lideresas políticas. Saber irse después de 36 años de hegemonía de tu partido es (Susana Díaz debería dar lugar a que fuera) una lección de ejemplaridad que toda conducta democrática exige, antes del trasvase del cetro que representa el poder del pueblo. Pero Susana Díaz está en la liana, dándose un último paseo por su desnudo bosque, intentando lograr el apoyo de los elefantes, los tigres y las jirafas, pero viendo cómo la estepa de su derrotado progresismo fake no es más que un apagado bosque sin aves ni chimpancés, huero de avutardas y águilas, sin más presencia que la mirada fija del búho de la noche, acechando el roedor que lo alimente.

Susana Díaz no le debe ese homenaje de su elegante salida del omnímodo poder que ostentan a la democracia y a sí misma, sino a los miles de históricos afiliados y votantes socialistas a los que su partido de eres, cocaínas y putiferios, les ha hecho pasar demasiada vergüenza. Y ya no se merecen ni un gramo más de rubor. Andalucía, ahora que puede, también en eso debe demostrar ejemplaridad democrática. El cambio no es el fin del mundo, sólo es el final del sectario mundo del PSOE de Susana, la tarzana.