The news is by your side.

Me preocupa mi partido, acaso ¿soy un traidor?

Cuando te preocupe tu partido no te preguntes si eres un traidor. Hay momentos en que las preguntas deben dejarse de un lado para defender nuestros valores y certezas

Opinión / MARCIAL VÁZQUEZ.- De un tiempo a esta parte mucho se habla de la “nueva política” frente a la “vieja política”. En resumidas cuentas, se entiende que el primer concepto alumbra una nueva etapa donde todo lo que tiene que ver con los políticos y los partidos es pura virtud; mientras que la segunda significaría la condensación de todos los males y los pecados que nosotros, como democracia, hayamos podido cometer. Sin embargo, aunque en la teoría algunos consigan que estos dos conceptos soporten el tirón mediático gracias a la fuerza de la moda acrítica, en la práctica cuesta más encontrar tan claras estas diferencias entre lo nuevo y lo viejo, porque posiblemente siempre se ha tratado, y siempre se tratará, de distinguir entre la buena política y la mala política. Ya sé que existen numerosos defensores del relativismo aplicado a la moral y al poder, pero soy un firme convencido de que existen cosas que son buenas para el hombre y cosas que son malas para el hombre; de lo que se deduce que existen buenos hombres y hombres malos.

Uno de los principales vicios de la política en democracia es el sectarismo. No solamente de cara a la red externa de relaciones entre partidos o entre gobierno y oposición, sino también dentro de la vida interna partidista. No existe mayor vicio tóxico que la falta de crítica y de libertad dentro de una organización política. Si los partidos sufren hoy un gran descrédito a nivel general europeo, pero especialmente entre los españoles, es debido a su incompetencia muchas veces manifiesta para solucionar los problemas que nos asaltan como país y, a su vez, al clima irrespirable que se vive con mayor o menor intensidad en los propios partidos. Si quieres perfilarte como crítico dentro de tu propia casa debes tener la fortaleza necesaria para soportar ese día en el que alguno de tus compañeros te señale como un “traidor”. Y, a partir de aquí, procesar los ataques que irán directamente a tu persona cuando aquellos a los que señalas no tengan argumentos para defender la postura contraria a la tuya. Buscar la libertad y el espíritu crítico dentro de un partido es una tarea arriesgada, sobre todo cuando pertenezcas a una organización cada vez más pequeña, más desmotivada y con menos posibilidades para repartir poder. Como me dijo hace poco un buen amigo mío, algunos no es que vivan de la política, sino que comen de ella.

Si quieres perfilarte como “crítico” dentro de tu propia casa debes tener la fortaleza necesaria para soportar ese día en el que alguno de tus compañeros te señale como un “traidor”

Es cierto que cuando uno da el paso de afiliarse a un partido suele hacerlo porque le preocupa su país, su región o su ciudad y quiere trabajar en la dirección del proyecto y los valores que representa el partido que elige. El primer problema llega cuando te das cuenta de que antes de poder combatir a los partidos rivales encuentras entre los tuyos conductas que son poco edificantes y auténticas redes clientelares que constituyen ese corralito del poder en el cual nadie, o casi nadie nuevo, puede entrar, y entre los cuales se van repartiendo año tras año el poder que vaya quedando, casi siempre menguante. Lo peor de todo esto es si das un paso más y empiezas a descubrir como esos ideales o esa ideología que dice representar tu partido es puesta en cuarentena o descafeinada por aquellos que están en la cúpula y a los que solo les interesa fingir que les preocupan los ciudadanos con el único objetivo de ocuparse de ellos mismos. En ese momento existen tres opciones: aceptas lo que hay y te amoldas con el objetivo de ser uno más; te quedas y decides luchar desde dentro para cambiar el partido; o asumes que no tienes lugar dentro de dicho partido y te marchas a tu casa. Sin duda la opción más conflictiva y costosa en lo personal es la segunda.

Precisamente, horas antes de escribir este artículo inaugural para Confidencial Andaluz, leí una noticia acerca de una enmienda que habían presentado dos socialistas madrileños al programa de Pedro Sánchez. Abajo del todo el comentario de una, imagino, militante socialista que pedía arrimar el hombro porque ahora lo que importaba era ganar las elecciones. Pues bien, esta idea es la que simboliza todo ese mal que ha ido pudriendo por dentro una buena parte del Partido Socialista. Un mal que, evidentemente, no es exclusivo del PSOE sino que se incuba también en el interior de otros partidos. Pero como mi partido es el socialista, hablo de lo que conozco y me afecta.

El socialismo, o la izquierda reformista en Europa, solo tiene un futuro posible: su refundación como corriente ideológica progresista donde la libertad crítica sea el principal motor de su razón de ser. Es cierto que uno corre el riesgo de aupar a personas que solo saben crecer a base de pisotear a los demás, pero esto con el tiempo se acaba corrigiendo, porque llegará la hora en la que dichas personas tengan que proponer algo específico y se queden sin saber qué decir. El problema de la izquierda socialista no es que se haya desdibujado como alternativa al neoliberalismo, sino que no es atractiva para todos aquellos ciudadanos que busquen un espacio de libertad y debate leal para avanzar en la misión común de lograr un país más decente, más digno y con sólidos derechos.

Cuando te preocupe tu partido no te preguntes si eres un traidor. Hay momentos y escenarios donde las preguntas deben dejarse de un lado para defender nuestros valores y nuestras certezas. Si te quedas hazlo para luchar por tus sueños, pero nunca dejes que los demás conviertan tu lucha en una pesadilla.