Lo que no hemos aprendido del no verano 2020
Cuando pase todo volveremos a sonreír. Como si, aunque rieras, se nos viera la sonrisa. Quién nos iba a decir que los ojos sabían de carcajadas.
En medio del revés pandémico que la vida nos ha dado todos nos prometimos a nosotros mismos ser más felices.
Cuando todo esto pase, prometo ser feliz. Como si los trozos de la vida los pudieras elegir por fascículos adaptados a una pieza separada personal.
Cuando pase todo volveremos a sonreír. Como si, aunque rieras, se nos viera la sonrisa. Quién nos iba a decir que los ojos sabían de carcajadas.
Cuando todo acabe, volveré a ser yo, como si quisieras parar la vida por si uno mismo llega tarde a ese todo.
Cuando todo acabe, prometo ser feliz aun con todo aquello que se me falta, aunque seas tú y no lo sepa ni yo.
Cuando todo acabe encontrare mi paz mental, y ahora mismo esa misma me dice que para tenerla no le hago falta yo, menos tú.
Tenemos una larga lista de deseos no soñados ni cumplidos y aun así no nos damos cuenta de que nos estamos encontrando en nuestras desdichas y no en lo que queremos conseguir para no sentirnos desgraciados.
Nos queda el remordimiento a título póstumo de no vivir lo vivido. De a pesar de sentirlo, no palparlo o de presagiarlo y aun así haber enloquecido sin vivir. O yo que sé o que sé yo. Ni tú. Ni nadie
Nos queda el consuelo para este verano condenado a la mirada de la compasión y saber que en las penalidades de la vida, nos tenemos a nosotros mismos, como escribió Pizarnik en uno de sus poemas: Ya comprendo la verdad, ahora, a buscar la vida.
Repite. Ya comprendo la verdad, ahora, a buscar la vida.
O lo que nos quede de ella . A vivir