LO DE ALMERÍA (III)
Enciso, Megino, Arenas y Amat: una guerra civil silenciosa que nunca debilitó a la derecha almeriense.
Si uno quiere entender por qué la derecha continúa mandando en Almería con una comodidad casi fisiológica, debe repasar una historia que la mayoría prefiere olvidar: las guerras intestinas del Partido Popular almeriense. Fueron guerras duras, de navaja afilada, pero con un desenlace que pocos imaginaban mientras ardían los despachos: el PP salió de todas ellas reforzado como partido, más grande, más unido y, sobre todo, más controlador.
Para ello hay que recordar que el PP en Almería no siempre tuvo una única cara. Hubo un tiempo en el que convivieron varias derechas a la vez, todas alimentadas desde el mismo tronco, pero operando con siglas diferentes para asegurar el poder institucional en todos los frentes. Al final les separaban solo viejas rencillas, quizás disputas en repartos, pero lo importante era lo que había que cuidar y mimar, porque a todos les daba de comer.
La primera gran ruptura fue la de Juan Megino, que después de ser alcalde bajo las siglas del PP decidió levantar un partido nuevo: el GIAL. Aquella primera campaña electoral, con Megino posando en los carteles luciendo un Rolex de oro, sintetizaba perfectamente la estética política de la época: poder, músculo económico y cero complejos. No fue una ruptura ideológica; fue una disputa personal por el control del espacio político y el poder real, especialmente el que en ese momento te daba controlar el Urbanismo en una Almería con mucho suelo por edificar y varios Toblerones que derribar.
Después vendría Juan Enciso, alcalde de El Ejido, que se marchó del PP cinco minutos antes de que se produjera su expulsión y decidió adelantarse dando un portazo y creando luego el Partido de Almería, PAL. Fue un gesto calculado, una retirada a tiempo, propia de quien conocía perfectamente cómo funcionaban las estructuras internas del PP almeriense con Gabriel al mando. Enciso, que aspiraba sin disimulo a disputar el liderazgo provincial a Gabriel Amat después de que Javier Arenas le proclamase públicamente como “el mejor alcalde de España”, abrió la puerta a la mayor guerra civil que ha visto la derecha almeriense. Una batalla política, económica y personal entre amigos de décadas, socios en negocios, compañeros de partido y rivales por la misma silla.
Convendrá dejar sentado que, en el fondo, la Operación Poniente se hace realidad gracias a papeles confidenciales volanderos – el llamado Informe Pícaro entre otros – que Amat y su gente en El Ejido tenían en la bocamanga como arma disuasoria de destrucción de los adversario en su batalla interna por el poder. Era la típica guerra de dossieres, pero este llevaba mucha trilita dentro. El informe patrimonial del clan era bastante exhaustivo, quizás por eso fue caro, pero sufragado por un conocido empresario ejidense del PP. Quien nos lo filtró se había encargado de eliminar las páginas que hablaban de lo suyo y de su familia. Ni Amat ni su gente podían imaginar que iban a sonar los clarines antes de tiempo, sin que él levantase el pañuelo blanco. Los periodistas, soltando el escándalo sin ‘consultar’ con el PP, evitamos que todo acabase entre ellos pactado y consensuado, como en otras tantas veces.

El sistema tenía un mecanismo de supervivencia que pocos partidos han manejado con tal habilidad: los partidos fantasma. Tanto el GIAL como el PAL funcionaron, en el fondo, como satélites que orbitaban alrededor del núcleo real del poder de la derecha. Permitían mantenerse en instituciones clave incluso cuando el PP perdía votos o se fracturaba. Gracias a esos partidos, la derecha nunca perdió del todo la Diputación, ni los grandes ayuntamientos, ni las principales áreas de influencia. Las lenguas de doble filo llegaron a decir por lo bajini, sin demostrarlo, que cuando se creó Vox en Almería, el propio Amat se encargó de “empotrar” a gente de su total confianza en el partido de Santiago Abascal. Luego acabaría gobernando con ellos, no sin problemas, porque uno de los dos concejales de Vox resultó ser honrado, muy de derechas, pero honrado. Y dimitió ante extraños manejos económicos que detectó en el área de Turismo.
El PSOE llegó a actuar de comparsa en la Diputación en una de sus páginas más oscuras y lamentables. Permitió que tres tránsfugas —tres— provenientes de la derecha extrema de El Ejido (PAL) controlaran la institución a pesar de que el PP era el grupo mayoritario. Una anomalía democrática que solo se explica por los equilibrios internos de la época y por la habilidad política de quienes manejaban los hilos desde las sombras, casi siempre en beneficio propio, no de los administrados.
La figura de Gabriel Amat emerge aquí con la claridad de un faro. No hay forma de entender el poder en Almería sin detenerse en él. Presidente de la Diputación, alcalde de Roquetas, líder orgánico, referencia absoluta para Madrid y Sevilla, eterno presidente del comité electoral regional del PP-A y, ojo, “hermano mayor” adoptado por Javier Arenas, su mejor título. Pero su poder no fue solo institucional; fue también emocional. Muchos dirigentes locales, tanto del PP como de otras siglas que después confluyeron en él, orbitaban alrededor de su capacidad para ordenar conflictos, cerrar heridas y repartir espacios o prebendas. Premiar o castigar. Pactar entre caballeros, pactar incluso con dureza, pero sin ruidos. Es su lema. Su nombre levanta más miedo que respeto en muchos de los que le rodean, algo que he comprobado, cuando alguno en una charla bajan el tono al mencionar el nombre de Gabriel Amat en algún lugar público. No vaya a ser.
Recuerdo con exactitud nuestro último encuentro en el que Amat me confesó, ya cansado de tantas guerras, que su gran ilusión era ver a su querido Javier Arenas entrar por la puerta principal del Palacio de San Telmo: “Después de eso, me retiraré”, me dijo meses antes del último intento fracasado de Arenas por ser presidente de la Junta. Nunca vio cumplido ese deseo. Arenas nunca llegó a San Telmo. Pero Amat no se jubiló. Ahora pretende volver a presentarse en las próximas municipales. Y seguramente las volverá a ganar si lo hace.
El aterrizaje de Arenas en Almería, como padrino político de Amat importado desde Sevilla, fue otro movimiento maestro. Hizo las maletas en Sevilla y fijó su domicilio electoral en la provincia. En Roquetas Gabriel hasta le puso su nombre a una Avenida. Desde entonces lideró listas y marcó el ritmo de toda la organización desde Almería. Para muchos, fue el momento en que el PP almeriense dejó de ser una estructura local para convertirse en un laboratorio del poder autonómico. El político andaluz de Olvera, eso sí, cada vez que volvía de Almería a Sevilla llevaba en el maletero del coche sus bolsas negras con tomates, mucho tomate y mucho pepino de la rica huerta almeriense para el gazpacho andaluz del PP.
Los enemigos internos fueron desapareciendo uno a uno. Megino quedó reducido a un recuerdo político; Enciso acabó atrapado por Poniente y siempre estigmatizado por su papel cuando la violencia racial desatada en el 2000 en El Ejido; otros líderes fueron neutralizados, absorbidos o dejados caer. Pero el PP siempre siguió de pie. Y creció con Don Gabriel como capo indiscutido e indiscutible.
Las causas judiciales que se fueron acumulando contra cargos populares —más de doscientas, según ha presumido el propio Amat— terminaron todas del mismo modo: archivadas por jueces, casi siempre a petición de la Fiscalía de Almería con alguna sonora excepción como ocurrió en el caso Teatro Auditorio de Roquetas – obrón con un sobrecoste del 120%- o en la «Trama Amat» en la llamativa «Pieza SurPoniente», la empresa de automóviles de Amat y su familia que le vendía Audis de alta gama a las instituciones del lugar. Allí compró el Ayuntamiento de Roquetas, entre otros vehículos un coche para el alcalde por 96.000 euros, en concreto el modelo Volkswagen Phaeton L 4.2 V8 335cv Tiptronic 4 Motion.
El Fiscal Delegado de Delitos Económicos y Financieros de la Fiscalía de Almería, Álvaro Navarro García, se plantó ante un escandaloso auto de archivo firmado por la jueza Purificación Ferreiro que días antes de marcharse a otro destino decidió decretar el archivo de todo. Pero el fiscal Navarro, a su manera, dictó su veredicto y lo dejó escrito con estas palabras que bien merecen mármol de Macael, colgado a las puertas de la Justicia almeriense:
«Si nos amparamos aunque sea de forma indirecta en la proyección política de un justiciable para detener una investigación no solamente cometeremos una incorrección desde el punto de vista jurídico sino lo que es peor, ofreceremos una imagen de la justicia sometida al poder político, poniendo en serias dudas la estricta separación de poderes de la que goza el Estado español”.
“En el presente caso, habida cuenta los indicios delictivos existentes respecto del alcalde de Roquetas de Mar Gabriel Amat Ayllón, el hecho de que el mismo no llegue siquiera a declarar en calidad de investigado supondría constatar la existencia de un servilismo por parte de los juzgados y tribunales hacia los intereses políticos”.
“Por todo lo expuesto, interesamos se revoque el citado auto y se proceda acordar la reapertura de la causa y la práctica de la diligencia solicitada por este Ministerio, esto es la declaración en calidad de investigado de Gabriel Amat Ayllón”.
Nunca se cumplió la petición del fiscal Álvaro Navarro. Lo archivado, archivado quedó, como tantas y tantas causas por corrupción política a lo largo del último cuarto de siglo en Almería.
Las salidas judiciales y los tiempos de instrucción jugaron siempre a favor de la estabilidad interna del partido hegemónico. De vez en cuando, como un aviso recordatorio, caía algún socialista condenado. Fue el caso del ex vicepresidente de Diputación Luis Pérez Montoya o del alcalde de Albox que se hizo famoso en la provincia por haberse echado una novia en Madrid a la que contrató como asesora jurídica del ayuntamiento, gastos de viaje aparte. La provincia funcionó, durante décadas, como un cortijo político de los partidos, cada uno en sus territorios, donde cualquier sobresalto se gestionaba desde dentro, sin dejar grietas… ni rastros.
Ese sistema, que parece hoy tambalearse en el PP con el inicialmente denominado caso mascarillas, sobrevivió a todo: a las rupturas, a Poniente, al Algarrobico, a la Fabriquilla, a la crisis económica, a los Tres Reyes, a la caída nacional del PP por corrupción e incluso a sus propias guerras internas.
Por eso, lo que ocurre ahora es tan significativo. Porque esta vez la fractura no nace dentro. Nace fuera, de manera no controlada por los lugareños. Nace en un juzgado lejano al que nadie miraba y del que nadie sabía. Y afecta a nombres que parecían intocables hace unas semanas tan solo.
Pero para entender la magnitud del temblor actual, antes hay que mirar a la otra parte del tablero político. A la izquierda que, cuando más la necesitaba Almería, decidió entregarse al silencio y a pastorear los pocos prados que le iban quedando. A Gabriel Amat los socialistas siempre le guardaron distancia, el PSOE almeriense le tuvo más miedo que respeto.
Próxima entrega:
“El socialismo castigado: Algarrobico, silencios y una provincia que el PSOE dejó escapar”.
Un recorrido por cómo el mayor atentado ambiental de Andalucía dejó al PSOE moralmente incapacitado para competir en un territorio que acabó dominado por la derecha elección tras elección. Para el PSOE el Algarrobico fue el primero de sus muchos errores almerienses, error que siguen pagando hoy.