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A dos años de las elecciones que cambiaron Andalucía

Se trató de unos comicios en los que ni las encuestas ni los barómetros del CIS acertaron con la irrupción sorpresa de VOX.

 

 

Nada ha vuelto a ser igual desde diciembre de 2018 en Andalucía. Tras casi cuatro décadas en el Poder, el PSOE perdió el Gobierno de la Junta a favor de un Gobierno de coalición integrado por el Partido Popular y Ciudadanos, apoyado desde fuera por VOX. Han pasado ya dos años desde el cambio histórico, y algunas cosas –importantes- han cambiado, y otras no tanto. Con la perspectiva que nos da el tiempo, merece la pena detenerse en las claves electorales de una jornada tan intensa como decisiva. Que ha modificado, guste o no, el sistema de partidos en Andalucía. El tiempo dirá si de manera coyuntural o para mucho tiempo. Se trató de unos comicios en los que ni las encuestas ni los barómetros del CIS acertaron con la irrupción sorpresa de VOX, poniendo entredicho a partir de entonces la fiabilidad de las predicciones electorales.

Con todo, la volatilidad del voto por un lado y la abstención, por otro, fueron los dos fenómenos protagonistas. De hecho, las encuestas más fiables fueron las que se efectuaron a pie de urna. Quizás esto encierre datos más reveladores de lo que se puede sugerir a simple vista, por cuanto implica que las decisiones definitivas de unos electores acostumbrados a votar dentro de un ‘sistema de partidos’ en Andalucía, por lo general, predecible, se tomaron en un espacio de tiempo muy corto y con unas dosis de inmediatez nada desdeñables. No en vano, las mismas encuestas del CIS reflejaron unos resultados y una estimación de voto en consonancia con las expectativas que no sólo se barajaban ‘a pie de calle’, sino que coincidían a grandes rasgos con las previsiones efectuadas por los medios de comunicación (inclusive los especializados), así como por los analistas.

 

DOS PROTAGONISTAS: PSOE Y VOX

La situación de dos actores en particular merece un análisis detenido: el PSOE y VOX. Importante es tener en cuenta también que los resultados se vieron afectados por el tipo de campaña que dichas formaciones políticas llevaron a cabo y la larga sombra que el asunto de los ERE proyectó en todo momento. Susana Díaz y la maquinaria política socialista optaron por diseñar una campaña enfocada a retener los votos de los suyos (esto es, a mantener a las bases sociales dentro del redil bajo el recordatorio de los beneficios que habían obtenido con la administración socialista y a agitar el miedo del ‘nefasto’ escenario en que se encontrarían con un gobierno de la ‘derecha’) y no a captar otros nuevos en cotos de caza diferentes. Es decir, fue una campaña fuertemente conservadora que no aportó ningún incentivo más de los que ya estaban en juego para espolear el voto. Conservadora y defensiva, por cuanto los escándalos de corrupción colocaron a los líderes socialistas en la difícil posición de defender su gestión en múltiples frentes que ardían por doquier. Tanto fue así que desde el PSOE se ejercieron presiones sobre el TSJA para que retardara la publicitación del fallo de la sentencia en el asunto de los ERE, sabiendo como se sabía que el escándalo ya de por sí duro podía convertirse en un hándicap electoral de primera categoría. En todo caso, el PSOE volvió a alzarse con la ‘victoria’ que, aunque pírrica, puso de manifiesto que desde Adelante Andalucía no se le había generado una competencia dañina electoralmente y que, más que ningún otro factor, el empequeñecimiento de su base electoral se debió a la abstención. Abstención proveniente de tradicionales votantes socialistas que se quedaron en casa y que no votaron -esto es importante- por sus competidores electorales. Al menos a grandes rasgos.

VOX contó desde el primero momento con el fenómeno del voto volatilizado, quizás más que ninguna otra formación. Asimismo, el PP sacó unos resultados aún peores que los de 2015 (algunos analistas incluso certificaron la muerte política de Juanma Moreno antes de tiempo). Efectivamente, VOX se nutrió del ‘voto castigo’ agitado por una propaganda claramente ofensiva subiéndose a la ola levantada por el éxito mediático que les supuso el Vistalegre en Madrid (una localización importante en la imaginería mítica de Podemos, algo así como derrotar al enemigo en casa), pero también de quienes experimentaron una amargura creciente ante la perspectiva indeseable de que el PSOE gobernara durante cuatro años más la Junta de Andalucía, teniendo en cuenta el contexto social y jurídico en el que tuvieron lugar los comicios. Con todo, VOX es un actor más accidental de lo que muchas veces se suele suponer y de lo que sus líderes estarían dispuestos a reconocer. Tendrá que pasar un tiempo hasta que pueda quedar claro si sus bases electorales se ‘coagulan’ o traspasan su ‘voto-enfado’ a otra formación diferente (o, incluso, a otra nueva que pudiera aparecer).

 

LA ANDALUCÍA RURAL Y EL SISTEMA ELECTORAL        

Desde luego, si bien los últimos comicios en Andalucía han abierto un nuevo escenario confirmado posteriormente atendiendo a los resultados en las elecciones generales de 2019 (pero no así tanto en las municipales, cuyos resultados arrojaron un panorama más acoplado al escenario electoral andaluz tradicional que las otras dos citas electorales) no parece que haya habido un cambio significativo en la identidad ideológica de los votantes. Quiere esto decir que el voto de los andaluces se ha visto condicionado más por los factores ‘ambientales’ más o menos inmediatos que por una re-alineación ideológica del votante medio. Debe recordarse que hasta hace muy poco, el modelo de bipartidismo imperfecto se mantuvo en Andalucía, y que el lugar que durante las últimas elecciones municipales ocupó Adelante Andalucía había pertenecido siempre a Izquierda Unida. E, igualmente, tampoco conviene olvidar que parte del éxito de VOX deviene de su impulso nacional contextualizado en un recrudecimiento especialmente virulento de la crisis en Cataluña, de manera que su situación de Andalucía tiene no sólo que ver con factores endógenos, sino también exógenos.

De igual manera, nadie duda de lo determinante del sistema D´Hondt a la hora de valorar los resultados de los comicios andaluces. No obstante, hay que destacar además la importancia que igualmente tiene el sistema electoral previsto en la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General. Lo previsto en este cuerpo legal, así como el mencionado sistema D´Hondt, configuran un panorama en el que las zonas rurales están sobrerrepresentadas, a la vez que se aprecia la hipertrofia del valor del voto en las pequeñas comarcas. Así se explica la persistente hegemonía de los dos partidos clásicos -el PP y el PSOE- pese a los aparentes cambios en el comportamiento electoral de los ciudadanos.

No debe perderse de vista que, lo mismo que las dos Castillas, Andalucía sigue siendo una comunidad tremendamente ruralizada, pese a la tercerización galopante que se abre paso. Esto explica que los partidos de nuevo cuño, cuyo caladero de votos es esencialmente urbano, tengan una presencia testimonial en el mundo rural y que, al fin y a la postre, su músculo electoral no goce de tanta fuerza como su influencia política puntual pudiera sugerir. Esta es una de las razones por las que VOX se lanzó -con éxito- a la pesca del voto rural en Andalucía, si bien cosechó unos resultados un tanto decepcionantes en contraste con los recursos destinados a tamaña tarea. Con todo, las diferencias en las claves nacional, autonómica y municipal de la dirección del voto son palpables: las elecciones generales de 2019 se saldaron con la victoria del PSOE en Andalucía, seguido del PP y, muy cerca de este, VOX; en las elecciones municipales del mismo año, el PSOE se alzó con la mayoría de concejales, seguido por el PP y, a mayor distancia, Unidos Podemos y Ciudadanos.

 

¿HACIA UN CAMBIO EN EL SISTEMA DE PARTIDOS ANDALUZ?

Por esta razón, junto con las anteriores, si bien es posible afirmar que se percibe un cambio en el sistema de partidos en Andalucía, aún es pronto para concluir que sea así de manera definitiva. Es decir, para diferenciar un comportamiento electoral coyuntural de una ‘nueva cultura electoral’ que pudiera considerarse sustitutiva, de manera más o menos definitiva, de la anterior.

En cualquier caso, los pactos logrados por el Gobierno de Coalición PP-Cs con el apoyo de VOX desde las gradas se constata como aparentemente sólido. En otras palabras: proporciona una gobernanza positiva, de manera que apenas si se han aireado mediáticamente las discrepancias que, lógicamente, existen entre los diferentes socios de Gobierno. Se ha criticado la suscripción de las exigencias de VOX prácticamente en su totalidad para garantizar esta gobernanza. Aunque es cierto que en aspectos esenciales (en especial, los culturales y lo relativo a Canal Sur) se ha dado cabida a sus exigencias, ello dista notoriamente del entreguismo que se ha querido en muchos casos presentar. Especialmente valorando que ninguno de los tres actores está en posición de hacer saltar por los aires el pacto. Un pacto concertado en unas circunstancias muy excepciones (arrebatarle el Gobierno de la Junta al PSOE tras alrededor de cuarenta años en el Poder) que, dadas las amplias esperanzas depositadas en estos partidos (PP, Cs y VOX) en cuanto al ‘cambio’ por sus bases electorales, hace saber a sus líderes que una hipotética ruptura motivada por la imposición de detalles menores de sus respectivas agendas políticas que derivara en la convocatoria de unos nuevos comicios que eventualmente pudiera ganar la ‘izquierda’ supondría un alto precio político que ninguno de los tres está en condiciones de asumir.

Así y todo, las últimas encuestas parecen confirmar que, del “trío gobernante”, tan sólo el PP y VOX obtienen beneficios electorales, a la par que Ciudadanos no consigue hacer notar un perfil político diferente como formación autónoma (o, al menos, eso es lo que el electorado potencial percibe), traduciéndose en un descenso de sus expectativas. En claro contraste, el PSOE sigue perdiendo día a día más apoyos, algo especialmente motivado por el anquilosamiento del liderazgo de una Susana Díaz que se resiste a aceptar como amortizada su carrera política, mientras no se perfila un líder claro en el duro horizonte de luchas intestinas que no le permiten ofrecer un programa claro a sus electores. Y en el espectro más a la izquierda de los socialistas, Teresa Rodríguez puede contribuir a buen seguro a una fragmentación aún mayor del voto, lo que claramente repercutirá en que, en caso de un equilibrio de fuerzas entre ambos ‘bloques’ en unos futuros comicios, no exista una alternativa que pueda hacer la función de bisagra para un PSOE en horas bajas que aspire a recuperar el Palacio de San Telmo.