The news is by your side.

Análisis del debate: todos contra Pedro Sánchez

¿Son, por ello, inútiles los debates? En el caso español no.

 

Lo que sucedió ayer fue quizás uno de los momentos más esperados de la campaña electoral. Hace tiempo que vemos a nuestros candidatos a la Presidencia del Gobierno en continuos trasiegos entre mítines e intervenciones en los medios. Ya conocemos al dedillo, prácticamente, lo que cada uno defiende y cuáles son sus posturas ante los temas que componen la agenda pública. Esto es algo de esperar pues estamos sumidos, desde hace tiempo, en una interminable campaña electoral. Cuando consigamos formar un gobierno que dure cuatro años y que no precise de constantes elecciones para ratificar o para facilitar la investidura y la posterior toma de decisiones, hasta nos parecerá raro. Ya nos hemos acostumbrado a nuestra cita electoral cada cierto tiempo.

 

Los debates tienen un nulo efecto de conversión del voto

En cualquier caso, tal y como han demostrado los estudiosos de la Escuela de Columbia, cualquier acto de comunicación política -como un debate-, en el contexto de una campaña electoral, merece poca relevancia en la explicación de la conversión del comportamiento de voto de un determinado elector. Es más, los principales efectos en la actitud de los potenciales electores que cualquier tipo de comunicación política tiene, son dos: el reforzamiento del voto o la reconversión del mismo. En otras palabras, el debate de ayer, básicamente, permitió a los sujetos reforzar la decisión de voto que con antelación ya habían tomado o, en todo caso, volver a convertir en activo el voto que en algún momento de su vida ejercieron pero que, por diversos motivos, aguardaba en abstención. Es muy complicado, a pesar de lo que los políticos o ciudadanos creen, que un acto de comunicación política convierta el voto. Y si, en ocasiones extremas lo hiciese, los pares de opciones se debatirían entre partidos políticos pertenecientes al mismo bloque ideológico. 

Y esto es claramente perceptible en dos cuestiones sustanciales: los candidatos políticos, tal y como han reconocido la mayor parte de los analistas políticos, se han dirigido a los “suyos”, con la intención de reforzar o reconvertir su voto. No Hemos visto ningún líder político intentar conseguir votos que, por cuestiones ideológicas o de praxis política, no le corresponderían. No hemos visto, por tanto, lo que en Ciencia Política conocemos como una estrategia “catch-all”. Son conscientes que, en un contexto electoral, la comunicación política tiene nulos efectos en conseguir votantes que nunca hayan puesto su confianza en ese partido o, aún peor, que se muevan en bloques ideológicos diferentes. El segundo aspecto sustancial que avala la tesis que defiendo es obvio: según qué medio consultemos -con una determinada línea editorial- el ganador del debate es uno u otro candidato. Los lectores de cada medio, con su determinada ideología, abogarán por defender la postura de su “líder preferido”.

¿Son, por ello, inútiles los debates? En el caso español no. Pues las cifras de abstencionistas que pueden reconvertirse en activos electores son elevadas. Si los abstencionistas que con anterioridad no hubieran -nunca- ejercido su derecho a voto fueran el grosso (que no tienen interés alguno por la política), los debates tendrían una nula influencia en la reconversión o conversión de dicho voto. Y, por tanto, no condicionarían los resultados electorales. Y no lo digo yo, lo amparan todos los estudios que en comunicación política se llevaron a cabo tras la Primera Guerra Mundial y que permitieron la elaboración de la “teoría de los efectos mínimos”.

 

Análisis del debate de ayer

Tras esta pequeña pero creo que necesaria introducción para desmitificar la enorme importancia que algún candidato otorga a los debates electorales, me gustaría analizar más de lleno el debate ayer.

En un escenario sobrio pero ideal para la ocasión, con unos portentosos atriles que cubrían hasta la parte alta de la cintura, los candidatos a ostentar la Presidencia del Gobierno se debatían en uno de los duelos más vistos en televisión -aunque menos seguido que el anterior debate electoral, todo sea dicho-. Cerca de 8,6 millones de espectadores no dudaron en seguir el debate electoral a 5 organizado por la Academia de TV. A pesar de los atriles, una protección con la que los líderes pueden ganar en seguridad y determinación -pues tienen sus partes vulnerables protegidas-, no se salvaron de estar de pie las largas horas que duró el debate. Otra de las ventajas de los atriles es la de tomar y usar las notas y, en casos extremos, como el de Rivera, de almacenar todo tipo de utensilios para llamar atención.

En cualquier caso, todo estaba medido. Los tiempos, las posiciones que debía ocupar cada uno, el orden de las intervenciones o, incluso, como debían salir los candidatos tras haber finalizado el debate, estaba fielmente organizado. Nada quedaba al libre albedrío. Es más, quizás por tanta rigurosidad y rectitud, los nervios estaban a flor de piel. Nervios palpables tanto entre los candidatos como entre los presentadores del debate. Eran conscientes que estaban en el punto de mira de muchos medios nacionales e internacionales. Los fallos debían reducirse a la mínima expresión.

Este “encorsetamiento” del debate era conocido de antemano por los líderes de los cinco partidos y, quizás por ello, sus intervenciones iniciales y finales estaban claramente preparadas y más que ensayadas. Tal y como era de esperar, tuvimos un debate muy enlatado y poco abierto a la improvisación. Además, es notorio, cada candidato conocía sus puntos más difíciles y los que predecían que podrían convertirse en proyectiles que irremediablemente desequilibraran su cómoda posición. Llevaban los candidatos preparados, en fin, salidas brillantes, memorables y políticamente pertinentes a los puntos más difíciles. 

Otra de las estrategias más utilizadas por los debatientes ha sido la formulación de preguntas. Y quizás fuera esto lo que más comportamientos de improvisación haya despertado. Los candidatos tenían preguntas preparadas para desestabilizar a su o a sus oponentes y éstos muy pocas respuestas preparadas para ellas. ¡Menos mal que hubo preguntas sino el debate parecería un mitin preparado!

Algo positivo, aunque comunicativamente ineficiente, has sido la ausencia de agresividad. Si bien es cierto que a nadie le gustan los debates agresivos y enojosos, es inútil pensar que un tanto de agresividad, en porciones medidas, te podrá acarrear la victoria del debate electoral. Y esto es algo que extrañó pues la mayor parte de nosotros, teniendo en cuenta el cariz que tomaron las interpelaciones entre los candidatos durante las pasadas semanas -llenas de odio y agresividad política-, esperábamos, más bien, un ring de batalla que un sosegado debate programático.

 

Pero, ¿quién ganó el debate?

Es indiscutible que, a pesar del sosiego, el principal oponente abatir era Pedro Sánchez. Los cuatro eran conscientes de la superioridad del PSOE en todas las encuestas. Era necesario desbancarlo. Sin embargo, Sánchez no solo consiguió salir airoso sino que también beneficiado. Es más, la mayor parte de los medios señalan a Pedro Sánchez, a Abascal o, en última instancia, a Pablo Iglesias como ganadores del debate en términos dialécticos. Sánchez, con su sosiego, contundencia y determinación consiguió esquivar todas las críticas que se vertían hacia él y, además, encarnar los valores que todo Presidente del Gobierno debe tener. Si bien es cierto que la capacidad de debate de Iglesias es significativamente destacable, aunque la capacidad de “descenso a la realidad” de Sánchez lo torna como uno de los ganadores del -quizás- acontecimiento más importante de la campaña electoral.

Se puede hablar muy bien, pero si tus palabras y propuestas no representan la realidad o son claramente inaplicables -populistas-, el debate dialéctico se puede ganar pero, en términos netos, la verdad siempre se impone sobre la oratoria. No queremos que un político hable bien -que también- sino que sus propuestas y decisiones acaben por mejorar el beneficio general.