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Anarcocapitalismo

Dejemos de llamar “neoliberalismo” a lo que es puro “anarcocapitalismo”.

 

En las clases de ciencia política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Málaga, el catedrático José Luis García de la Serrana nos recordaba siempre con su provocadora lucidez que el papel de la disciplina que enseñaba era el de “desvelar coartadas”. Esos trampantojos intelectuales que tienen como propósito enmascarar la verdadera naturaleza de algunas ideologías, disfrazándolas con un manto de nobles vestimentas éticas. Y eso es lo que hace con su brillantez y erudición características el profesor José María Lassalle en su libro ´El liberalismo herido´. Deja al descubierto a la bestia totalitaria del capitalismo salvaje que promueve el “neoliberalismo”, que intenta disfrazarse con los elementos propios del pensamiento liberal para aparentar defender el noble principio de la libertad del ser humano.

 

Los voceros “neoliberales” construyen una suerte de neolengua económica manipulando la obra de Adam Smith, el inspirador de la teoría económica del liberalismo y autor de una de las obras clásicas de la economía política, ´La riqueza de las naciones´. Comienzan por despojarlo de sus raíces republicanas y de su teoría de los sentimientos, que constituyen para él el fundamento moral de la política y de la convivencia colectiva, y la razón por la cual los gobiernos debían promover una dinámica de cooperación entre los seres humanos. La idea de la necesidad de una buena regulación del comercio y de los mercados está presente también en su obra, considerando que regular los mercados permite impedir la arbitrariedad que acompaña a la “mezquina rapacidad y el espíritu de monopolio de los mercaderes y manufactureros, los cuales ni son ni deben ser los gobernantes de la humanidad”.

 

Tal como recuerda Tony Judt en ´Postguerra´, el capitalismo tal como había surgido en el mundo atlántico durante cuatro siglos, fue acompañado de leyes, instituciones, reglamentos y prácticas de los que dependían enormemente su funcionamiento y legitimidad. Tras la Segunda Guerra Mundial tanto socialdemócratas, como conservadores, democristianos  y liberales de talante moderado, coincidieron en el consenso en torno a la necesidad de construir políticas públicas coherentes con una defensa de la política social del Estado. “Esto benefició a socialdemócratas y democristianos, perjudicando a los fascistas y los comunistas”, apostilla Judt. Sin duda fueron buenas noticias para las democracias. Pero parafraseando a Vargas Llosa, ¿cuándo se jodió el consenso en torno al Estado social?

 

Con la globalización a finales del siglo XX el Estado emprendió una progresiva retirada. Los discípulos de Hayek y Friedman comienzan a ganar la batalla ideológica cabalgando a la grupa de una reformulación del capitalismo disfrazada de liberal pero cargada de pulsiones autoritarias liberticidas. Dani Rodrik en su libro ´La paradoja de la globalización´ plantea la necesidad de abordar en una economía globalizada la regulación del comercio internacional, mediante normas de orden público similares a las que afectan a la seguridad alimentaria o de los medicamentos, en aspectos relacionados con las condiciones laborales, las normas medioambientales y la fiscalidad de los países donde se producen bienes y servicios, para que sea factible una auténtica competencia sin las trampas del dumping entre economías nacionales. Se lograría hacer desaparecer los incentivos espurios para la deslocalización de la producción industrial, siendo el incentivo primordial mejorar la calidad de lo que se produce, hacerlo mejor que la competencia, no más barato a base de bajar salarios y degradar las condiciones laborales. Una regulación favorecedora del libre comercio en condiciones de igualdad, con reglas justas para todos que nos conjuren del abuso de los que intentan jugar con la ventaja de ser los más fuertes del patio en mercados altamente desregulados.

 

Dejemos de llamar “neoliberalismo” a lo que es puro “anarcocapitalismo”. Un imperio de la fuerza pura y dura del dinero, donde quienes concentran grandes cantidades de capital logran imponer su voluntad y hacer valer sus intereses por encima incluso de los gobiernos democráticos, en un panorama terrorífico que evoca a aquella memorable película de Pasolini ´Saló o los 120 días de Sodoma´, en la que se representa una república donde no imperaba más ley que el ejercicio brutal de la fuerza. Porque la libertad tiene que tener siempre en cuenta sus condiciones de realización, que son sociales y se desarrollan en colectividad. La libertad individual debe estar conectada con el bien común, siendo necesario dotarse mediante leyes de instituciones que garanticen un sistema de protección para preservarla de tentaciones totalitarias. Cicerón nos recordaba que “la fuerza es el derecho de las bestias” y que por lo tanto “somos esclavos de las leyes para poder ser libres”. Hagamos buenas políticas, buenas regulaciones, buenas leyes, para ser hombres y mujeres libres y defender nuestras democracias.

 

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