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Anécdota de una ‘Perita’ agrícola

A mis compañeras de profesión

En este día tan señalado para las mujeres quiero compartir con vosotras y también con vosotros una pequeña anécdota laboral que, aunque tengo otras muchas y no tan “simpáticas” como ésta, he considerado oportuno rescatarla hoy de mi cuadernillo de campo.

 

Acababa de ser contratada por una alhóndiga que se encontraba en una situación bastante complicada y que, a causa de la misma, había sufrido la marcha de la gran mayoría de sus técnicos/as de campo hacia otras alhóndigas próximas, por lo que se temía que éstos/as arrastraran consigo también a los/as productores/as. Así, mi primera misión allí y la de mis nuevos/as compañeros/as sería la de ir a visitarles antes de que lo hicieran los/as “tránsfugas”.

 

Era mi primer día de trabajo en el campo, estaba muy nerviosa, no conocía a nadie de la zona ni nadie me conocía a mí, y mi mayor temor, por eso del estigma femenino, era perderme entre el laberinto de invernaderos y cargarme el cárter del coche. El resto, más o menos, lo llevaba bajo control: mi listado de variedades de hortalizas, plaguicidas autorizados, abonados, “bichos” beneficiosos; y hasta la vestimenta adecuada para causar “buena impresión”: pantalón vaquero ancho, camiseta sin escote, sujetador deportivo de los que te chafan el pecho y unos tenis (zapatillas deportivas).

 

Arranco el coche y me dirijo hacia el paraje donde estaba la primera explotación que iba a visitar esa mañana, y me pierdo… Me trago mi orgullo, telefoneo al productor y con honestidad le admito que no sé dónde estoy ni cómo llegar a él (ayyy, maldito el imán que nos introdujeron en las costillas). El hombre, que estaría acostumbrado a situaciones como la mía, me detalló con santa paciencia hasta las piedras que debería bordear por el camino.

 

Reanudo la marcha y al fin doy con el lugar: una impresionante rampa ascendente repleta de piedras. Aparco el coche y empiezo a subir a pie, levanto la cabeza y veo a un hombre con los brazos en jarras observarme desde lo alto de la rampa, me voy acercando al objetivo y denoto una sonrisa socarrona en su expresión:

 

Hola fulanito, soy la nueva técnica de la alhóndiga X. Y hago el ademán de extender mi mano para consumar el saludo.

 

Él, que seguía inmóvil, brazos en jarra y con esa sonrisita, me echa un repaso visual con movimiento cervical exagerado y me dice: ¡Pues ya tienen que estar desesperados en la alhóndiga para mandarme una rusa!

 

FIN DE LA ANÉCDOTA

 

No voy a acabar este breve escrito con un análisis, pero sí añadir que rusas, rumanas, lituanas, búlgaras, marroquís, españolas… somos todas bellas y respetables.