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Carpe diem, eso es lo que cuenta

Así que visto lo visto pidamos sólo salud para disfrutar.

 

 Muchos de mis lectores me acusan de destilar en mis artículos un pesimismo exacerbado, de ver la botella medio vacía en lugar de medio llena. Es verdad, pero muchas veces, cuando te pones ante la pantalla vacía del ordenador y comienzas a analizar la realidad, no sólo política sino también social, cultural o mediática, sólo observas situaciones deprimentes protagonizadas por individuos o individuas que no merecerían ni una sola coma de cualquier análisis. Pero también es verdad que, a estas alturas de la película, como diría cualquier tertulianés, uno ya está de vuelta de todo y suele valorar más lo largamente vivido que el cada día más corto futuro que te queda por vivir. Has cortado ya muchas hojas del calendario y sabes que cada día te quedan menos para acabarlo. Y eso te lleva a ser crítico con casi todo, con la egoísta clase política que está más pendiente de sus propios intereses que de las necesidades del pueblo al que dice servir; de la falta de valores de una sociedad que ha dejado al márgen virtudes fundamentales para la convivencia como la espiritualidad, la educación o la cultura, primando valores como el dinero, la fama efímera o el éxito mediático. Para un antiguo aprendiz de humanista como yo, que ha superado la edad de jubilación, eso es deprimente, muy deprimente, y conlleva ese pesimismo al que me refería al principio.

 

Será porque llega la época de las vacaciones, de relax y de ocio y me esperan ahora unas semanas de asueto y playa, el caso es que hoy prefiero agarrarme a las sentencias de los clásicos y echar mano del “carpe diem” de Horacio para reivindicar que merece la pena vivir y disfrutar de todo lo bueno que, con sus virtudes y sus defectos, te da la sociedad de este primer mundo, capitalista y desarrollado, sobre todo si afortunadamente gozas de los medios económicos para sobrevivir dignamente y de amigos con los que compartir tu existencia. “Carpe diem”, vive el momento, resaltaba el poeta romano en una de sus odas, y la frase ha hecho historia y ha quedado grabada con letras de oro en la literatura de todos los tiempos. Si nos detenemos un momento a analizar la realidad, convendría siempre tenerla presente. Con sus contratiempos y reveses, la vida que vivimos no es tan mala como solemos pintarla por más que Sánchez, Torra, Otegi y el resto de la basca que vive del cuento político traten de amargarnos las existencia.

 

Así que vamos a echarle cataplines a la vida y dejemos a un lado el que no nos va a tocar en lo que quda de nuestra existencia ni el euromillón ni la primitiva ni el cuponazo y ni tan siquiera el “gordo” de Navidad.

 

Como decía la famosa frase del Mayo del 68 francés, “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Y lo imposible no es soñar con utopías o amoldar el mundo a nuestros deseos, sino disfrutar de cada momento sacándole el máximo provecho posible a cada reunión con familia o amigos, a cada libro que abres, a cada película que ves, a cada cena al fresco de la noche, a cada mal golpe de driver que repites una y otra vez en tu semanal partido de golf, a cada cucharada de paella, a cada sardina en espeto o a cada gambas que pelas, a cada sorbo de cerveza o vino, de gintonic, cubata o mojito que te alegran las tardes el verano en buena compañía. Eso es el vivir la vida hora a hora que pedía Horacio. Lo demás, los cabreos por la situación política actual, por la desfachatez de los independentistas catalanes, por la falta de escrúpulos de Sánchez, Iglesias o Rivera, por la derrota de Nadal o de la selección española de fútbol, por la subida de la gasolina o los impuestos, por las colas en el ambulatorio o las urgencias, por la falta de plazas escolares, por el sucesivo recorte de las pensiones, por las olas de calor, la sequía y los incendios forestales de cada verano, por las repetidas violaciones de “las manadas” o de “los menes”, no dejan de ser algo preocupante pero al fin y al cabo superficial si lo ponemos en la balanza de “lo que de verdad nos importa”.

 

Así que visto lo visto pidamos sólo salud para disfrutar. Seamos realistas, en el fondo, con todas sus auténticas necesidades vitales, es mucho más feliz un pequeño vietnamita jugando al fútbol con sus amigos y una pelota de trapo en un descampado de su país, aunque coma al día solo un cuenco de arroz, que el acaudalado infante del primer mundo encerrado, sólo y semiabandonado por su familia, con el ordenador último modelo o el móvil de nosecuantos “kas” en el lujoso chalé de la costa de Florida. La felicidad está en el detalle, en lo nimio, en el momento corto y preciso que llega y hay que saber aprovechar en cuanto se presenta. El resto son meras anécdotas, “macguffins”, trampas saduceas de los poderes fácticos para entretenar al personal y mantenerlo preocupado con chorradas intrascendentes. Lo dicho “carpe diem” y tengan todos unas felices vacaciones. Que las disfruten. Seguro que se las merecen. En septiembre ya llegará el chirriar y crujir de dientes cuando nos llegue el infirno de la cuenta vacacional y el dúo dinámico Sánchez-Iglesias siga empeñado en arruinarnos a todos. Eso sí que va a ser el temido síndrome postvacacional con el que nos bombardean todos los otoños las televisiones y no las pamplinas de la vuelta al trabajo.