The news is by your side.

El capital del Cardenal Marx

Ofrece su renuncia al puesto que ocupa para asumir la responsabilidad institucional que le toque por los fracasos de la Iglesia.

 

El cardenal arzobispo residencial de Múnich, 68 años, 40 de sacerdocio, de ellos 25 de obispo, durante unos mandatos presidente de la conferencia de obispos de Alemania, impulsor de reformas y del actual sínodo germánico que tantos dolores de cabeza produce en la Sede apostólica, hecho cardenal por Benedicto XVI, incluido por el actual pontífice en el grupo de cardenales que desde hace ocho años intenta cambiar la estructura de la curia vaticana, eminentísimo Rehinart Marx, ha presentado su dimisión al oficio episcopal mediante carta al Papa, que éste le ha autorizado a difundir. Se trata, dicho en román paladino, de un pez gordo en la jerarquía eclesiástica mundial. Se trata de un aliado de éste pontífice reinante.

Nunca ha sido acusado de pederastia ni de actos criminales sexuales en sus cuarenta años de ministerio. Nunca se ha visto acusado de ocultar estas conductas de clérigos o laicos vinculados a los oficios ministeriales. La carta, que puede leerse en revistas de información religiosa, afirma que la Iglesia católica se encuentra en una situación de punto muerto y de abandono de miembros laicos en muchos países por el rechazo, el asombro, el horror y la vergüenza que han producido los crímenes sexuales contra menores cometidos por clérigos y religiosos, que han sido sistemáticamente y conscientemente ocultados por los jerarcas a cargo de diócesis y de la curia y el pontificado papal de forma constante. Constata que el actual señor Papa sí se está enfrentando a la situación y se declara partidario de apoyarlo en tal tarea. No le impide ese apoyo, considerar que los dirigentes eclesiásticos no asumen como cuerpo la carga de reconocerse responsables in totum, aún sin serlo personalmente, de un sistema creado y sostenido para ocultar de forma organizada tales conductas criminales en contra de seres desprotegidos a los que el propio cuerpo de jerarcas ha soslayado, ocultado cuando desatendido. Se siente personalmente herido por tales conductas y en consecuencia pide poder abandonar el oficio episcopal al frente de una de las mayores y más ricas diócesis alemanas de la cual fue arzobispo Ratzinger antes de ser creado cardenal y ocuparse del Santo Oficio, donde, por cierto, continuó contribuyendo al secreto y al desastre de la gestión de la pedofilia entre miembros del clero. Ofrece su renuncia al puesto que ocupa para asumir la responsabilidad institucional que le toque por los fracasos de la Iglesia.

Narra el dolor que le causa el abandono de miembros de la Iglesia y el desprecio a los obispos que corre entre ellos, entre los no creyentes en la confesión católica y en la sociedad que ha reconocido en la hipocresía episcopal y papal uno de los estigmas institucionales cuya consecuencia inmediata o mediata es el abandono de cualquier contacto y menos grupal u organizado con ellos. Precisamente estos días llegan a Colonia los dos cardenales visitadores en nombre del Papa para investigar la situación de la diócesis en relación con la gestión de hechos criminales con 314 victimas según el informe publicado por la propia archidiócesis. El cardenal arzobispo residencial de Colonia y algunos de sus auxiliares pueden ser responsables de una administración ocultadora de tales actos criminales. En ese contexto se produce la publicación de la carta, con el permiso expreso del pontifica romano. Es cierto que la Iglesia católica en el ámbito de la pedofilia y de su gestión de la misma, se encuentra en un callejón sin salida.

La inanidad de la presencia de la Iglesia católica institucional en los países europeos y el olor a rancio y a cerrado que produce contemplar y oír a prelados y clero en general no se da sólo en Alemania. Los escandinavos, los ingleses y franceses y los ibéricos de ambos estados nacionales existentes en la península, notamos lo mismo. Visitar, antepandemia, países del Este europeo producía la sensación de vacío eclesial más dura posible.

No obstante el episodio aún no ha concluido. El cardenal Marx ha presentado su renuncia siete años de que llegue a cumplir la edad en que canónicamente están obligados a hacerlo los obispos en ejercicio, esto es a los 75 años. En la jerarquía actual, tener 68 años es como si lo acabaran de tallar a uno para entrar en el sorteo en filas. Vale decir que renunciar a la sede episcopal de Munich, no es acabar su trabajo. Precisamente hoy martes, 8 de junio, cumple 77 años el cardenal canadiense Marc Quellet, que es el prefecto del dicasterio que nombra y cesa obispos en el mundo mundial. Tiene dos años más de la edad reglamentaria para irse a casa. El alemán renunciante podría ocupar ese puesto y dedicarse a buscar candidatos y nombrar obispos de corte cercano al actual señor Papa. Sin minusvalorar la decisión del cardenal Marx hay que recordar que, pasada la moda de envenenar o estrangular cardenales enemigos, hay otros sistemas menos llamativos de conseguir los mismos objetivos.

Criado, y habitando libre y voluntariamente hoy, en la santa Iglesia y gustando su poesía orante y litúrgica me causa intenso dolor la realidad que veo, que vivo, que me informo. Comprendo la decisión del cardenal Marx. Individualmente muchos católicos hemos dado, años ha, los pasos necesarios para crear estructuras que nos están ya permitiendo encarar el futuro con ánimo, con esperanza, con alegría, aunque teniendo aún la cuestión pendiente e importante, de innovar sin perder las propias raíces. Intentamos actuar con el objetivo que nos llamó en la Iglesia, es decir seguir el camino que es Jesús de Nazaret con el mapa diseñado en el viejo y juvenil Evangelio que nos sabemos de memoria y tratamos de poner en práctica. Hemos aprendido que el poder no es compatible con disfrutar de los lirios del campo y continuar confiando en que los cabellos de nuestra cabeza están contados por el Eterno en la computadora de Rafael uno de los siete ángeles que tiene acceso al Sin Nombre que le contó a Tobías que más vale la oración sincera y la limosna generosa que atesorar riquezas. Desde lo alto del poder eclesiástico puede que se observe el punto muerto en que se encuentra el aparato funcionarial cúltico y administrativo. Pero en el hormiguero estamos como siempre hemos estado: jodidos pero contentos. Evitando la tentación de Baruc Corazón, un diseñador de camisas que, según los creadores de imagen comunicativa, ha elevado la camisa a un manifiesto conceptual. No así, nosotros, a Jesús de Nazaret.