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El volcán y los periodistas

Algunos incluso puede que hasta se decepcionaran: ¿cómo, un fenómeno de esta magnitud y no hay ni un muerto?

 

Menos mal que no ha habido víctimas mortales. No es casualidad. El mérito tiene nombres y apellidos, los de todos aquellos profesionales que se dedican a calcular, prever y adelantarse a este tipo de acontecimientos. Son técnicos, expertos, funcionarios de los servicios públicos… A todos ellos se debe que los desalojos se pudieran realizar en tiempo y forma, que no existieran falsas alarmas, que no cundiera el pánico. Parece fácil pero no lo es, por mucho que sea su trabajo. No todos los días nos visita un volcán como el de La Palma. 

 

Lo que ocurre en Cumbre Vieja desde el domingo 19 de septiembre movilizó inmediatamente a los medios de comunicación, que mandaron allí primeros espadas como Susana Griso o Pedro Piqueras dispuestos a hablarle de tú a la lengua de lava y acercarse a trozos de roca hirviendo como si fueran el balón en el patio del recreo. Un “aguerrido” reportero llegó incluso a quemarse, levemente, menos mal, por pasarse de intrépido jugando con fuego, nunca mejor dicho; una desahogada tertuliana metida a reportera se paseaba por las calles buscando gente que “lo estuviera pasando muy mal”…

 

Fueron muchos los que perdieron los papeles los primeros días. Algunos incluso puede que hasta se decepcionaran: ¿cómo, un fenómeno de esta magnitud y no hay ni un muerto? ¡Menuda contrariedad! Tardaron unos días en serenarse los ánimos hasta que por fin parecieron darse cuenta de la enorme trascendencia que tenía lo que estaba sucediendo. Tardaron en acercarse con respeto a lo que de verdad importaba: los afectados y sus perspectivas de futuro, sus cosechas, sus casas, sus hipotecas, su ropa, sus recuerdos, sus historias personales…  

 

Estuve en La Palma a comienzos de este año, en la Caldera de Taburiente, en el observatorio astronómico, también en el centro de visitantes del volcán de San Antonio, que realizó su gran erupción en el año 1677. Recorrí el borde de su enorme cráter, completamente redondo, desde donde puede contemplarse cómo crecen los árboles en su interior y desde donde se observan también los efectos que en 1971 produjo la erupción del cercano Teneguía. El vértigo me pudo y no conseguí terminar el recorrido. Me puse a imaginar los momentos en que aquello fue furia y fuego sin sospechar, ni por lo más remoto, que apenas ocho meses después iba a ocurrir algo similar apenas unos kilómetros más al norte de donde me encontraba de excursión aquel 18 de enero. 

 

Me hospedé en Tazacorte y más tarde en Los Llanos de Aridane. El autobús que me llevó de excursión desde allí hasta Fuencaliente, última parada antes del volcán de San Antonio, efectuó el trayecto en apenas un cuarto de hora. Hoy ya no existe esa carretera, ni la que conectaba con Puerto Naos o La Bombilla, zona esta última nacida tras la erupción en 1949 del volcán San Juan. Pisas por esas zonas e intentas imaginarte cómo debió ser aquel proceso, y mira por dónde estos días la lava, con esa capacidad hipnótica que transmite mientras arrasa y sepulta construcciones hasta desembocar en el mar creando tierra donde no la había, se está encargando de contestar todas las preguntas que me hice por aquellos días.

 

Me acuerdo de los lugares donde desayunaba, las personas que me atendían en el supermercado, mi casera de Tazacorte, tan contenta ella porque el índice de afectados por Covid en la isla era mínimo, ¿qué será de sus vidas ahora? Me los imagino con las ventanas cerradas, confinados como no lo estuvieron durante la pandemia, saliendo solo de vez en cuando para limpiar de cenizas el patio y la azotea…

 

¡Un volcán! ¡Madre mía! Por mucha importancia que nuestra propensión al escepticismo le quiera quitar, se trata de algo excepcional que certifica lo poca cosa que somos. Por eso me produce tanto rechazo la tendencia a trivializar que según qué medios de comunicación exhiben cuando informan de lo que está ocurriendo en La Palma. 

 

La noche en que la lava llegó al mar fue un momento en cambio, esa noche sí, de periodismo en estado puro. Envidio a colegas como Lucía Sanagustín (Tve) o Juanjo Cuéllar (La Sexta) por estar allí en ese momento encadenando un directo con otro y saludo el buen hacer de ambos, brindándonos unas crónicas de alcance tan impecables informativamente como respetuosas desde el punto de vista humano. 

 

La preciosa isla de la Palma y sus entrañables habitantes no merecen que los compadezcamos. Lo que precisan es respeto, porque lo que les ha pasado es muy gordo. Qué menos qué contarlo con consideración y de la manera que más pueda contribuir a ayudarles. Tenemos que serles útiles. El periodismo cumple una función de servicio público y este es uno de esos momentos en que hay que demostrarlo. En lugar de informativos kilométricos estos primeros días quizás baste con menos minutos en la escaleta como hace Tve, pero cuando el morbo, y en consecuencia las audiencias, empiecen a disminuir, también habrá que estar ahí. Porque en ese momento, cuando desaparezca la magia y la fascinación, la información seguirá siendo necesaria. Y útil.

 

A las imágenes hipnóticas de los drones, espectaculares, les sucederán en breve    muchas historias que contar a pie de calle. Historias llenas de interés humano cuya relevancia irá creciendo a medida que los buitres del periodismo vayan abandonando la isla. Como decía al principio, menos mal que no ha habido víctimas mortales.