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Elecciones generales, del 1977 a 2015

Un repaso a los comicios celebrados en los últimos 38 años, el periodo más largo de democracia que ha vivido nuestro país

Ignacio Trillo / Opinión.- Saber siempre de dónde venimos es fundamental para decidir a dónde ir. Este domingo día 20 de diciembre cuando amanezca se considerará un día especial, enmarcado en una cita electoral más de las muchas que han ido transcurriendo en nuestra actual era democrática. No siempre fue así. Por ello es bueno recordar que acumulamos ya un periodo continuo e ininterrumpido de estabilidad democrática que ahora cumple 38 años largos, algo inédito en nuestra historia política contemporánea que siempre estuvo caracterizada por grandes turbulencias, con contiendas civiles y militares, dictaduras y pequeños paréntesis constitucionales.

Ahora bien, sí se le pregunta a la población española qué día y en qué mes tuvieron lugar los primeros comicios democráticos tras la dictadura de Franco, la abrumadora mayoría no se acordará o no sabrá qué responder.

Elecciones de 1977

Ocurrió el miércoles 15 de junio de 1977, después de cuarenta y un años de estiaje democrático. Los últimos comicios anteriores habían acaecidos en febrero de 1936 bajo la II República, cuyo régimen tuvo cinco años de existencia.

Se iniciaba, sin suponerse en aquel instante, la etapa democrática más larga de nuestra historia, así como la de mayor prosperidad económica y social alcanzada, truncada desde finales del 2008 por la crisis y las políticas de saqueos que nos sacuden.

Aquel día de 1977, gran parte de la península hispana, islas, y en las dos ciudades bajo pabellón español en el continente africano, amaneció con sol radiante y calor.

De la composición del censo electoral que se va a emplear el próximo domingo día 20, solo queda el 30% que tuvo la oportunidad de ser convocado a las urnas en aquel ayer por haber cumplido los 21 años en que estaba fijada la mayoría de edad con derecho al voto, en tanto que al 70% restante no se le pudo citar por ser entonces menor o no haber nacido.

Todo el acontecer en las urnas fue sin incidencias a destacar, pese a lo inhabitual que era organizar y acudir a un evento de estas características.

Desde primeras horas de la mañana, se fueron formando largas y ordenadas colas a las puertas de los colegios electorales, demostrativo de los ávidos deseos de votar, y en algunos casos también debido a la escasa destreza de los miembros de las mesas electorales. A pesar del ritmo ralentizado para emitir el sufragio, nadie se desesperaba ante el superior deseo de depositar la papeleta en la urna, aunque se echaran profusas horas de espera.

Entre la euforia y todavía con bastante reserva a la hora de creerse a pies juntillas que la democracia fuera a ser un viaje sin retorno, aunque con el recuerdo en la mente por los familiares más queridos que no llegaron a sobrevivir para compartir ese emotivo instante, se desarrolló el día. Incontables, por tanto, fueron los electores recelosos que venían desde sus domicilios con las papeletas dentro de los sobres bien cerrados y guardados para que nadie sospechase a quién iban a votar. La opción política elegida para el sufragio se mantenía muy en secreto, no fuera a señalarse alguien. A duras penas algunos pudieron contener las lágrimas, llegado el momento en que el nombre era citado y quedaba depositado el voto en la urna.

[blockquote style=»1″]Los partidos políticos de izquierda, los más temerosos de que pudiera haber intentos de pucherazos, se coordinaron y comunicaron a lo largo de todo el día en afable y solidaria sintonía para cubrir con interventores o apoderados hasta la más recóndita mesa electoral.[/blockquote]

Participó un 78,83%

En tanto, otros ciudadanos estuvieron durante horas a lo largo de la jornada buscándose, yendo de un colegio electoral a otro ante las enormes deficiencias que ofrecía el censo, con ausencias, electores repetidos y otros fallecidos. La distorsión se pudo estimar en su conjunto que afectó alrededor de un 5% del total de los que aparecían alistados. Sin embargo, un 78,83%, en que quedó cifrada la alta participación habida, pudo votar a nivel nacional. En muchas mesas tuvo que prolongarse el cierre del horario de la votación más allá de las 20 horas.

Entre los inconvenientes para la participación destacó igualmente que la convocatoria electoral se celebró en jornada laborable. Hubo resistencias en muchos centros de trabajo a dar facilidades a sus empleados, a pesar de ser obligatoria la concesión de permisos horarios y estar reglamentado el tiempo para el ejercicio del sufragio.

Los partidos políticos de izquierda, los más temerosos de que pudiera haber intentos de pucherazos, se coordinaron y comunicaron a lo largo de todo el día en afable y solidaria sintonía para cubrir con interventores o apoderados hasta la más recóndita mesa electoral.

A la hora del cierre, la incertidumbre sobre el resultado que se presentaría –por aquel entonces nada de encuestas a pie de urnas– era total.

Sin embargo, los primeros recuentos de papeletas, con rudimentarios procedimientos de tabulación -impensable la informática de la actual generación o la telefonía móvil- comenzaron a indicar un comportamiento del electorado prácticamente similar de un extremo a otro de la geografía hispana.

Ello, a pesar de que la campaña de presentación de los partidos y la explicación didáctica de sus programas había resultado muy corta y los seis meses que precedieron a la fecha electoral habían sido de vértigo político, pleno de sobresaltos de ultras y terroristas para involucionar el proceso hacia las urnas.

La crisis económica, como la política, que acontecía era igualmente muy profunda, con algo más del 26% de inflación interanual y tasas de paro cada vez más crecientes, en una población que ya no estaba tan habituada al desempleo, habiendo dejado atrás la sangría migratoria laboral que caracterizó la década de los cincuenta y principios de los sesenta.

Hubo otro temor: La confusión que podía originar, pasar de un partido único -el Movimiento Nacional- a descifrar y diferenciar en tan poco tiempo los contenidos ideológicos y programáticos que ofrecía la prolífica sopa de letras, como se decía, por la cantidad de opciones políticas que se ofertaban.

[blockquote style=»1″]El centro derecha de la recién creada UCD de Adolfo Suárez, con 165 diputados, se alzó con el voto (34,44%) de la mayoría relativa, lo que le permitía gobernar en solitario y con consenso. En la izquierda, el socialismo renovado del carismático Felipe González había resultado hegemónico (118 escaños con el 29,32% de los votos) Ambas fuerzas sumaban el 63.74% de los votos.[/blockquote]

83 candidaturas

Hasta un total de 83, fueron las candidaturas que se presentaron en toda España, predominando en sus denominaciones, términos tan comunes como: democráticos o socialistas, o nombres de la región de origen y otras más localistas, que podían hacer pasar un mal trago al elector e inducirle a equívocos, con posible resultado final que saliera caracterizado por una excesiva atomización en la representación política o territorial, haciendo imposible la formación de un Gobierno y perjudicando lo que entonces era prioritario: La consolidación de la naciente democracia.

Sin embargo, los primeros resultados que se fueron conociendo del recuento no daban lugar a equívocos. El sabio cuerpo electoral había votado sorprendentemente con una enorme madurez. Pareciera impropio ante los referidos déficits democráticos acumulados por el no ejercicio práctico ante las urnas.

Primó la concentración del voto en pocas formaciones políticas, en un total de siete, homologándose a otros países democráticos europeos que nos llevaban años luz de adelanto. Los líderes nacionales frente a los localistas habían acaparado la decisión.

Tras muchas horas de nerviosa espera pero dentro de la misma madrugada, se hizo público el recuento provisional del escrutinio. El centro derecha de la recién creada UCD de Adolfo Suárez, con 165 diputados, se alzó con el voto (34,44%) de la mayoría relativa, lo que le permitía gobernar en solitario y con consenso. En la izquierda, el socialismo renovado del carismático Felipe González había resultado hegemónico (118 escaños con el 29,32% de los votos) Ambas fuerzas sumaban el 63.74% de los votos.

Por el contrario, rotundo fracaso de la Alianza Popular (8,21% y 16 diputados) de Manuel Fraga que se presentaba acompañado de una pléyade de ex ministros de la Dictadura y con las mismas recetas fracasadas en el postfranquismo donde también fue ministro en el Gobierno de Arias Navarro.

No quedó totalmente satisfecho el Partido Comunista, tercera fuerza política en las urnas, pleno en las listas que presentó de legendarias figuras procedentes del exilio y del pasado de guerra contra los golpistas, que no supieron dar el paso adelante de la renovación para incorporar en primera línea a la numerosa generación de jóvenes y cualificados profesionales forjados en la política  en el interior de España.

No obtuvo, por tanto, la cosecha de votos (se quedó en un 9,33% y 20 diputados) que esperaba, como mérito por haber sido la mayor fuerza política clandestina en sacrificio, poder de movilización y lucha opositora al franquismo, bajo las adversas condiciones persecutorias de la represión.

Tampoco colmó totalmente sus expectativas, el socialismo humanista y regeneracionismo de extracción universitaria e ilustrada provenientes del liderazgo del noble y entrañable viejo profesor, Tierno Galván (4,46% y 6 diputados) que en Andalucía se presentó unido a los andalucistas.

La democracia cristiana, presidida por el honesto Joaquín Ruiz-Giménez, no llegó a conseguir un solo escaño a consecuencia de que la iglesia católica no la apoyó.

Al igual, le llegó la autoinmolación a una dividida extrema derecha pura y dura, falangista y blaspiñarista, que esperaba captar el voto militante de la burocracia franquista y de su influencia, quedándose in albis.  Asimismo, una ultraizquierda que se presentó muy fragmentada y bajo el imperativo de aquella legalidad, también estuvieron proscritos los partidos republicanos, que obligaba a comparecer como agrupaciones de electores.

[blockquote style=»1″]Esta historia sucedió hace treinta y ocho años, cuando aún no gozábamos ni de Constitución y la demografía española como la población activa -gozaba aún de un gran peso el sector primario- era bien distinta a las de hoy.[/blockquote]

Cataluña y País Vasco

Fue en Cataluña y en el País Vasco donde como era de esperar, afloraron con vigor las fuerzas nacionalistas. El Partido de Pujol consiguió once diputados. Lo que ahora sería el partido de Unió Democrática que lidera Duran i Lleida, dos. Y la ERC de hoy, uno. En Euskadi: el PNV logró ocho diputados y Euskadiko Ezquerra, uno, en tanto el abertzalismo del entorno de ETA Militar planteó la abstención.

En consecuencia, el mapa político surgido se pareció más al que por entonces se daba en Francia, que al esperado, frágil, fraccionado e inestable de Italia que contaba una fuerte Democracia Cristiana que formaba, cada dos por tres, efímeros gobiernos pentapartitos que duraban escasos meses, y con una hegemonía en el campo social y sindical patrocinada por el PCI del eurocomunista Enrico Berlinguer, pero al que ni la entonces Comunidad Económica Europea ni la OTAN permitían que formara parte del Gobierno.

Esta historia sucedió hace treinta y ocho años, cuando aún no gozábamos ni de Constitución y la demografía española como la población activa -gozaba aún de un gran peso el sector primario- era bien distinta a las de hoy.

Así, el censo electoral de las próximas elecciones generales a celebrar este domingo, 20 de diciembre, ofrece un número de votantes superior en un 55% respecto al que existió en junio de 1977 con gran peso de la Tercera Edad. En cuanto a la transformación  cualitativa, son obvios los radicales cambios de mentalidad operados.

Pasando al momento actual, a la mayoría de los que votamos con inenarrable entusiasmo e ilusión por primera vez en aquella fecha histórica de 1977, nos resulta imposible, más desde la perspectiva de aquel tiempo donde tanto sacrificio y vidas humanas costó que el pueblo al fin pudiera decidir en las urnas, reconocernos en lo que ahora políticamente está aconteciendo.

Inconcebible que tras treinta y ocho años de rodaje de vida democrática y con una sociedad totalmente transformada y mucho más formada e informada, la realidad política de los últimos años, tomando como excusa la crisis y la necesidad de competir en un mundo globalizado, haya ido hacia atrás en derechos y libertades, presentándose envuelta de tan perversos y corruptos oropeles que todo lo contamina a la vez que expulsa al exilio laboral a lo mejor de nuestra juventud.

Se acaba del bipartidismo

No obstante, la sociedad española, sintiéndose condenada, sin salida política y económica, ha reaccionado. Han surgido nuevas fuerzas políticas emergentes y otra vez el sueño y la esperanza han prendido en la mayoría de la ciudadanía, tal y como ocurrió en aquellas primeras elecciones democráticas de 1977, aunque por razones bien distintas. De hecho, el lenguaje y las propuestas electorales actuales precursores de lo que vendrá, han cambiado tan enormemente que no serían fácilmente reconocidas hace escasos meses en boca de la vieja política que sin embargo hoy con descaro lo pregona.

En conclusión, agotado el bipartidismo que se estableció como dominante desde el nacimiento de nuestra democracia, ha tocado a su fin. La alta cifra de participación  prevista, favorecida por la indignación, la desesperación y la incertidumbre en el resultado final -solo equiparable a junio de 1977- va a hacer saltar muchas reglas, a la par que liberar de impotencia y desasosiego al cuerpo elector. Sea cual fuera el resultado, una segunda Transición se abre a partir de la noche del próximo domingo.