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Hasta donde recuerdo

Porque a la política hay que venir ya comidos y no a comer de ella.

 

Ayer, 8 de mayo, se cumplieron exactamente 37 años desde que en 1983 se celebraron las segundas elecciones locales de la democracia y 21 concejales, entre otros yo, salimos elegidos para formar parte de la corporación municipal de Alcalá de Guadaíra por cuatro años. Aprovechando el obligado confinamiento actual, intentaré dar algunos trazos de lo que recuerdo de aquellos cuatro años. Ya advierto que mi memoria es débil, siempre lo ha sido, y cometeré sin duda errores por lo que, agradezco a quien me matice, corrija o amplíe lo que aquí escribo.

Recuerdo que, para ser candidato vino una persona a mi casa a decirme que estaban confeccionando las listas en ese momento en el PSOE de Alcalá y que él quería proponer mi nombre, es más para sustituirle a él que había sido inicialmente propuesto. Era Antonio Vázquez y me decía que se trataba simplemente de que aportara mi perfil de licenciado en matemáticas y profesor de la Universidad de Sevilla, como forma de reforzar la imagen de la oferta política socialista. No tenía ninguna expectativa de salir elegido, puesto que en la corporación que había, de los 21 concejales, solo ocho eran del PSOE y yo iría en el lugar 13. Yo accedí, como forma de contribuir a mi partido, a pesar de que ni siquiera era militante. Pero entonces ser socialista no requería tener carnet sino llevarlo en el pensamiento, en tus compromisos y en el corazón. En definitiva, en tu modus vivendi. De hecho, unos meses antes había sido interventor por el PSOE, en una mesa electoral en Triana.

En fin, fueron las elecciones y el resultado, cuya encuesta previa habíamos hecho y bien pronosticado, fue que obtuvimos 16 concejales, 2 el Partido Comunista de España, y 3 la alianza de derechas AP-PDP-UL. Así fue como me vi, de la noche a la mañana, formando parte de un equipo de gobierno cuyos compañeros habíamos ido conociéndonos y trabajando juntos durante la intensa campaña electoral.

 

Me llamó una tarde el ya candidato a alcalde, Manolo Hermosín, y me ofreció/propuso ser teniente alcalde delegado de Hacienda, lo cual requirió un intenso periodo de estudio por mi parte a lo que dediqué buena parte de mis vacaciones veraniegas. Ello, junto con el magnífico equipo de técnicos, liderado por Eduardo Molina y Narciso Manzano, hizo que no fuera difícil dirigir políticamente el área hacendística local, teniendo claros el límite entre los niveles técnico y político.  ¡Y pensar que tres meses antes no sabía ni lo que era una ordenanza fiscal!…

Recuerdo que, a la hora de formar gobierno, y a pesar de la inmensa mayoría absoluta que teníamosincorporamos al mismo a los dos concejales del Partido Comunista, Pepe Jara y Pepe Mato, con delegaciones específicas y Jara fue miembro de la Comisión Municipal Permanente, con lo que el equipo quedaba formado por 18 de los 21 concejales. Y, aun así, durante los cuatro años, nos esforzamos en llegar a acuerdos con la derecha; yo concretamente, en cada presupuesto municipal, pactaba con el grupo de la derecha formado por Manuel Rodríguez Granados, Antonio Portillo y Paco de la Fuente. Y era frecuente que, al terminar un Pleno, dónde habíamos debatido intensamente, pero con respeto, tomáramos alguna cerveza todos los concejales…

No necesitábamos que se nos pagara ningún sueldo para dedicar todo el tiempo necesario a nuestras labores municipales. Eso sí, le quitábamos mucho tiempo a nuestra familia y a nuestro descanso. Convocábamos tanto la comisión de gobierno como los plenos, y las demás comisiones informativas, por la noche para hacerlas compatibles con nuestros respectivos trabajos. Los fines de semana era frecuente vernos encerrados hablando, conjuntamente con el partido, de la política a aplicar, la planificación para el siguiente periodo, o la explicación a los compañeros de los pasos que estábamos dando.

Yo aprovechaba los sábados por la mañana para recibir a los ciudadanos que por algún motivo necesitaban ser atendidos por el concejal de Hacienda…

Fueron cuatro años muy intensos, pero muy ilusionantes, con unas ganas enormes de servir a la sociedad alcalareña, especialmente ayudando y poniendo en práctica políticas que favorecieron a los más débiles. En definitiva, haciendo socialismo sin ningún interés de retribuciones económicas. Porque a la política hay que venir ya comidos y no a comer de ella. Así lo veíamos entonces y por eso a algunos nos extraña tanto como ha ido degenerando para muchos lo que es la noble labor política, y como esta palabra se ha convertido en maldita y en despreciativa para buena parte de la sociedad.

Y conservo el agradable recuerdo de haber formado parte de una gran transformación de la ciudad. La expropiación del almacén del Callejón del Huerto, para ampliar la calle y hacer el edificio de Servicios Sociales y una gran plaza, las expropiaciones para el nuevo recinto ferial, su construcción y el traslado de la feria, la recuperación del Teatro Gutiérrez de Alba, la gran labor en construir centros escolares, los hoy IES Albero y Tierno Galván, los colegios Antonio Machado, Blas Infante, la recuperación del carnaval, el Parque de San Francisco y tantas otras cosas ya asimiladas por la ciudad.

Igual que conservo un buen recuerdo de nuestras relaciones con los trabajadores municipales, con quienes compartíamos trabajo y compromiso de servicio. Esas comidas navideñas, esas tardes interminables de trabajo conjunto,…

Pero, sin servir de ejemplo, si puedo asegurar, que otra política es posible, que fue posible, y que se puede servir noblemente a los ciudadanos sin esperar ni recibir una retribución a cambio. Solo la satisfacción de cumplir con tus ideas y llevarlas a cabo hasta donde es posible. Eso sí, a costa de quitarle muchas, muchas horas a nuestro sueño, a nuestro descanso, y especialmente a nuestra familia y amigos. Mi esposa aún me lo recuerda, y con todo el derecho. Fue por eso por lo que tuve que decirle que no a Manolo Hermosín cuando me pidió que siguiera por otros cuatro años. Creía que mi servicio a la sociedad alcalareña ya había sido cubierto. El legado que dejamos todavía nos hace sentirnos muy orgullosos y recibir el afecto de cuántas personas nos conocieron y que nos dicen “sin duda vuestra corporación fue ejemplar y fue la mejor” … Yo no creo tanto, pero sí que le pusimos el nivel en el que creíamos que debía y debe de estar la política. Al servicio de los ciudadanos.