Juan Antonio Molina, poeta
"Todo en las redes sociales, por su propia dinámica funcional, es efímero y como los espejos cóncavos de feria, con una realidad propia".
El sentido de la cotidianidad sólo es posible si los grandes pasos humanos por los caminos del mito arquetípico son contextualizados en el monótono quehacer del individuo en una sociedad cada vez más cerrada. Este ejercicio de transmisión literaria deja al descubierto, casi en carne viva, el deterioro hogaño de las grandes narraciones referenciales que privan al individuo del sustento cultural que se compadezca con su falta de centralidad en los espacios posmodernos. Juan Antonio Molina (Sevilla, 1956) en su último poemario, “El salario de Caronte” (Editorial ARS poética), nos muestra en su libro como la poesía es el más importante y, por tanto el más efectivo, instrumento de conocimiento artístico. Y esto por el sólo hecho de que la poesía utiliza la más intelectualmente significativa de las formas sensibles: la palabra. Y la utiliza con una específica realidad de acción que va más allá de las metas que alcanza el lenguaje artístico de la prosa (teatro y novela), lenguaje que no puede –ni debe, ni se lo propone- alzarse sobre su significación meramente comunicativa de hechos inmediatos y de orden temporal directo.
En este sentido, los poemas de “El salario de Caronte”, como en el conjunto de la obra de Molina, se fundamentan en la hondura de la percepción y traban una relación entre las evocaciones arquetípicas y la vida cotidiana, para rescatar el valor de la sonoridad y la imaginación plenamente verbal donde tienen sitio la muerte y el amor, el tiempo, el despertar y el dormir, el abandono y la memoria. La poética de Juan Antonio Molina, nos introduce en un sugestivo mundo donde se ahonda en los escondidos recovecos de los sentimientos y las pasiones humanas, con evocaciones estrictamente cotidianas, en cuyo binomio nace de la disparidad dentro de la propia igualdad. Aunque la grandeza de esta dicotomía radica en que deja meridianamente claro que el yo poético está presente en cada uno de los versos, así como las bellas imágenes y la notable musicalidad en cada sílaba, el ritmo e incluso la sonoridad poética de los textos.
Molina es un poeta dotado de unos recursos verbales extraordinarios que le ayudan a explorar con seguridad una serie de experiencias que muchas veces eluden toda forma racional. El resultado es una poesía entendida como zona de pluralidad, como artefacto estético que se inscribe en la tradición que va de Eliot a Octavio Paz, pasando por Pound. La obra de Juan Antonio Molina espara disfrutar de la poesía en estado puro, sin concesiones a la frivolidad y las fáciles simplificaciones del posmodernismo virtual y epidérmico.
PREGUNTA.- ¿Está la poesía de moda?
RESPUESTA.- La poesía no puede ser una moda, ya que es algo tan sustantivo en la vida espiritual de las personas, incluso como vía de conocimiento, que su presencia en el repertorio cultural del individuo es constante, quizá de una forma más o menos intensa, pero eso proviene no de la misma poesía, sino de la necesidad intelectual de una sociedad y la densidad cultural de la que esa sociedad sea capaz.
P.- Sin embargo, las redes sociales han hecho que la poesía se convierta en algo impensable hasta hace poco: libros de poesía superventas.
R.– Todo en las redes sociales, por su propia dinámica funcional, es efímero y como los espejos cóncavos de feria, con una realidad propia. La conjunción de estos elementos da una gran capacidad para fantasear, que es algo bien distinto a la fantasía, porque los materiales para fantasear son de una gran insinceridad y volatilidad. El problema real de todo esto es la gran capacidad de transmisión porque cualquier cosa es difundida sin ningún filtro crítico y, como consecuencia, todo es masivo con independencia de lo que se trate. Fuera de las redes sociales, una amplia difusión era consecuencia de los valores de lo difundido, en las redes sociales ya no depende de aquello que se lanza a la red.
P:- Pero entonces, ¿es bueno o es malo para la poesía?
R.- A la poesía seguramente no la beneficia nada, por cuanto muchas veces lo que circula en las redes es una mera suplantación, lo que algún ilustre escritor ha llamado parapoesía, que es un fenómeno enmarcable en aquello que sostenía McLugan de que el mensaje era el medio y el medio, en este caso, es volátil y efímero.
P.- Volviendo a su poesía, una constante en su obra son las referencias culturales.
R.-Somos la evolución de arquetipos culturales que marcan nuestra cotidianidad de forma inconsciente y yo intento alumbrar en los acontecimientos diarios esos elementos culturales que nos influyen, pero es algo que no he inventado yo. Quizás ninguno lo haya hecho tanto y tan bien como Pere Gimferrer, como lo hicieron también Eliot o Ezra Pound.
P.- ¿Cree usted que el lector es capaz de descodificar todas esas referencias?
R.– No es necesario que lo haga. Hay cierta polémica que en ocasiones resulta recurrente sobre la capacidad de que el poema sea entendible, pero en este caso se confunde su legibilidad con argumento como en el caso de la novela. Sin embargo, alguien dijo que poesía era expresar con palabras lo que no se puede expresar con palabras. El lector de novelas puede imaginarse lo que describe el autor, pero en el poema, que es una construcción de palabras que define instantes en el tiempo y crea una realidad verbal, estética, sensorial y sonora, una realidad que solo existe en el poema, y que es una realidad que no se puede decir de otra manera, el lector también crea el poema mientras lo lee.
P.- ¿Puede la poesía mejorar la sociedad?
R, No me cabe la menor duda. En una sociedad cada vez más desigual, cerrada, dominada por unas minorías egoístas e insolidarias, el mundo de la belleza, de la poesía, de la no violencia, del humanismo es hora ya de que se conviertan en reivindicaciones políticas.