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Juan Carlos y el 20N: entre la historia que pudo ser y la que él mismo arruinó

Su aparición en los actos sería una ofensa: el emérito perdió legitimidad entre escándalos y privilegios que hoy imposibilitan su blanqueo.

El debate sobre si Juan Carlos de Borbón debería aparecer en los actos por el 50º aniversario de la muerte de Franco dice más de España que de él. A estas alturas, insistir en rescatar al rey emérito del rincón borroso de la historia en que él mismo se ha metido es un ejercicio de nostalgia mal entendida. Pero aun así, hay quien sigue empeñado en vestirlo de símbolo democrático, ignorando décadas de sombras que ya nadie puede esconder bajo de la alfombra.

Los defensores de su presencia se aferran a ese relato oficial que lleva repitiéndose medio siglo: “el rey que trajo la democracia”. El historiador Charles Powell, uno de los intérpretes más amables con su figura, escribió hace años que Juan Carlos “facilitó” la transición política, aunque sin exagerar su papel porque “las fuerzas del cambio venían de la sociedad española”. Santos Juliá fue claro: “La democracia no la trajo el rey, sino los ciudadanos que la conquistaron”. Pero esta frase, que debería estar grabada en mármol, sigue siendo ignorada por quienes se empeñan en convertir al emérito en un héroe a la fuerza.

Desde sectores conservadores se insiste en mantenerlo en el canon institucional. El PP defendió hace poco una moción para reafirmar su papel “determinante” en la Transición. Su relato sigue siendo el de 1978, como si nada hubiera pasado desde entonces y el tiempo se hubiera congelado antes de conocerse sus andanzas, los escándalos financieros o las obscenas irregularidades que precipitaron su salida abrupta de España.

Por otra parte, voces que conocen de cerca la Transición desmontan esos mitos. Cristina Almeida recuerda siempre que “la democracia la conquistó la gente en la calle, no en los despachos del poder”, y que el rey fue “un elemento más, pero no el protagonista que quieren vendernos”. Paul Preston, en uno de sus análisis más incómodos para los monárquicos, matiza que Juan Carlos jugó un papel útil en momentos cruciales, pero que su reinado “se vio empañado por actuaciones posteriores que dañaron gravemente su legitimidad”.

Incluso dentro de la memoria histórica, organizaciones como la ARMH han sido contundentes: el rey emérito fue “designado por el dictador” (asunto este del que el viejo monarca se jacta sin ambages en varias páginas de su reciente libro) y su presencia en actos que recuerdan aquel periodo “no es un homenaje a la democracia, sino un recordatorio de la continuidad del régimen”.

Y ahora, en pleno aniversario de la muerte de Franco, vuelve el debate. ¿Debe aparecer Juan Carlos? ¿Debe blanquearse su figura bajo el paraguas de la reconciliación? Para quienes creen que la historia se escribe con brochazos gruesos y sin revisar nada, parece que sí. Pero va a ser que no: Juan Carlos I hace mucho que desaprovechó su oportunidad, que tiró su dignidad por la borda. Pudo haber sido, como decía Manuel Vázquez Montalbán, “un rey que entendiera que su destino era marcharse sin ruido” pero eligió los excesos, los privilegios y el insulto a la inteligencia de muchos ciudadanos que en su momento llegaron a admirarle.

Su presencia en los actos del 50º aniversario de la muerte de Franco sería, más que un gesto institucional, una ofensa simbólica, una falta de respeto al país que se supone que representó. Juan Carlos tuvo su ocasión de oro y la dejó escapar. España no le debe nada.