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Justicia de Taifas

Toques de queda para combatir la pandemia que pueden o no ser legales depende de que tribunal de justicia les toque en suerte. 

 

Ha muerto hace unos días don Manuel Clavero, ministro del presidente Suarez, a cuya iniciativa política y diseño administrativo se deben las 17 comunidades autónomas en que se organiza el territorio de la Hispania eterna. El señor Igea, vicepresidente de la de Castilla y León ha llamado nuestra atención sobre el esperpéntico espectáculo de una España azotada por la quinta ola de la pandemia de la COVID19, con toques de queda para combatirla que pueden o no ser legales depende de que tribunal de justicia les toque en suerte. 

 

Teoricamente la organización jurisdiccional española es una, sometida a una jerarquización única, dependiente a los efectos administrativos del gobierno de los tribunales, demarcación, nombramientos, escuela judicial, disciplina y sanciones del Consejo General del Poder Juidicial. Y a los efectos de recursos de los fallos judiciales y de sentar jurisprudencia dependientes todos ellos del Tribunal Supremo. Los ciudadanos del común, los alcaldes y ediles de los municipios, los consejeros y presidentes de los gobiernos de las comunidades autónomas estamos comprobando en nuestras carnes – que se van a comer los gusanos algún día o el fuego arrasador en los tanatorios – que cada juececillo tiene su librillo. En consecuencia el toque de queda inconstitucional en Navalcarnero, es legal y obligado constitucionalmente en Matilla de los Caños, donde hay un aereodromo que organiza los fines de semana saltos en paracaidas. 

 

De modo y manera que las autoridades elegidas por los detentadores de la soberania nacional y que dictan normas para evitar muertes y hospitalizaciones derivadas de entes no humanos que invaden sus pulmones por aerosoles no contemplados en el código penal, pero que matan, han de esperar a que tres ciudadanos no elegidos por nadie y a quienes la tradición megalomana que los incluyo así en el texto constitucional, decidan sobre tales entes y sus consecuencias en la vida y hacienda de esos ciudadnos sometidos a toda clase de poderes para hacerlos libres, desde la señora Montero en Hacienda, a la señora Belarra en cosas sociales, a la señora Calviño en los euros de Bruselas, a la señora Diaz para irnos al paro, y al señor Garzon para tomar huevos pasados por agua. Y todos esos poderes sometidos a su vez a magistrados varios que velando por sus respectivos ámbitos competenciales, con papel timbrado de 17 autonomias decidan – marginando el artículo tercero del Código Civil del señor Alonso Martínez que santa gloria halla – si pueden pasar de Cerdañola a la carretera que les lleve a Girona, o si salir de Setenil de la Bodegas para ir a Puerto Serrano les va costar 600 euros de sanción.

 

Cuando al señor Puigdemont,  que anda por Waterloo hablando con el espiritu del duque de Wellington, se le ocurrió que lo detuvieran en el land de SCHLESWIG HOLSTEIN y lo juzgara el tribunal de ese estado federado de Alemania, la prensa adicta, las televisiones pagadas por autonomías varias, los tertulianos que no sabían de que estaban hablando ni dónde demonios estaba la dichosa prisión de Neumünster, el magistrado instructor de la Sala 2ª del TS español y otros magistrados en opiniones en esos medios consideraron que aquellos jueces eran juececillos sin importancia que no tenian ni idea de las disquisiciones juridico penales que abrillantan las sentencias de los tribunales españoles, como la última del TC, prez del derecho justiniaeneo desde Bizancio al momento presente, y por ello asi andaba la justicia en Europa. ¡Para justicia, la española!.

 

No nos habiamos enterado de que la nuestra es justicia de TAIFAS. Los árabes andalusíes y levantinos que concibieron la organización taifal para el emirato cordobés, deben alzarse en sus enterramientos con las cabezas hacia La Meca para concederse a cada uno la cruz con banda de la Orden de San Raimundo de Peñafort, pensionada in aeternum. En el siglo IV de nuestra era, en territorios de Alejandria, de Siria, de la actual Turquía grupos de monjes nómadas, conocidos como circumcelliones armados con garrotes denominados “israeles”, se mantenian al acecho en las aldeas, en los grandes fundos y en otros territorios para garantizar la ortodoxia y la rectitud de la ley eclesiástica interpretada a su manera. Su grito de ¡alabado sea Dios!, era más temible que el rugido de los leones en el desierto. Lo cuenta Peter Brown.