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La bolsa o la vida

Daniel Gutierrez Marin
Daniel Gutiérrez Marín

Mientras en Podemos andan enfrascados en decirle a los periodistas como ejercer su profesión, la política española camina hacia el desfiladero. En este particular Halloween de primavera, donde los muertos vivientes ponen su mejor cara para sellar un acuerdo en el que el independentismo catalán se intercambia como cromos por unos sillones aún por estrenar, a los ciudadanos nos meten un atraco a mano armada donde nos va la bolsa o la vida. Descubiertos los rostros y quemadas todas las rondas posibles, a los socialistas herederos del zapaterismo no les queda otra que claudicar ante el ofrecimiento de Rajoy. De nuevo, gana la banca. Literalmente.

Con las manos en alto y contra la pared, los españoles comienzan a tener cada días más claro que solo existen dos salidas posibles al invento de la gobernabilidad. La opción menos deseada es la repetición de los comicios. Públicamente, claro. En realidad, Iglesias y los suyos lo están pidiendo a gritos tanto como desde la sede de Génova aunque a estos les queda otra escapada si los socialistas están dispuestos a conducir a contramano de sus bases siempre radicales, puras y exuberantes de izquierdismo. Una coalición entre conservadores y socialdemócratas, a la germana, cada día parece menos descabellada, sobre todo cuando las encuestas dan por sentado que la segunda vuelta electoral daría amplia mayoría a un frente de derechas. Mejor mal acompañado que en el destierro de la soledad, estará pensando Sánchez.

Perdida la vida, que es el tiempo que se va entre las manos, mejor conservemos la bolsa, que es lo poco que nos queda.

Los ciudadanos, en esta tesitura, deberán pensar mejor entre la bolsa o la vida. La primera se pierde si Rajoy decide acostarse con Sánchez pero la segunda va en juego ante unas hipotéticas elecciones. Se nos va la vida en ellas porque perdemos un tiempo que no le sobra a esta España decadente y anómica. Como ya se ha dicho, repetir las elecciones supone un fracaso político en la que llamaban la democracia más sana desde la restauración del setenta y ocho.

Dentro de todo lo malo que nos está pasando, este vacío parece estar sirviendo para despojarnos de complejos. Que si PP y PSOE se juntan para gobernar tampoco es tan trágico -¡oish, lo qué ha dicho!-, que hay que desconfiar de los viejos, que no siempre tienen razón pero que la juventud, en exceso, deriva en prepotencia. Que si estamos, siempre podemos estar peor. Así que, oteado el percal, ¿qué más nos dará a los españoles que Rajoy gobierne con el apoyo de Pedro Sánchez si llevamos cuatro meses sin gobierno y aquí no pasa nada? Tampoco es cuestión de ponernos exquisitos. Perdida la vida, que es el tiempo que se va entre las manos, mejor conservemos la bolsa, que es lo poco que nos queda. Ya, cuando hayamos superados las dificultades iniciales, pensaremos en volver a la pureza de la sangre y las luchas ideológicas. Mientras tanto, mientras que lo que mueva el suelo de los españoles sea la final de Gran Hermano Vip, pongamos de nuestra parte. Que no es mucho.