La danza del sol, de Isabel Alba
Dios en las alturas comiendo frutos secos a la vez que juega al pin pon con los banqueros.
Es una realidad que ha logrado convertirse en emblemática: la lectura de una obra literaria editada por Acantilado. En este espacio de valoración literaria, aunque no semejante a un concurso televisivo, la novela ‘La danza del sol’ de Isabel Alba (Madrid 1959) desarrolla una magnifica y realista historia de vidas aglomeradas pero al mismo tiempo individualistas, que cuentan los permanentes estados y reacciones de sus propias circunstancias, contemplándose en los espejos cóncavos de su íntima existencia.
Dividida en capítulos cortos a la vez que originales dentro de la rigurosidad narrativa, ausente de efectos especiales de carpintería literaria, al contrario, de cuidados retratos que presentan una clase concreta cargada de sorprendente realismo familiar, dibujando del día a día del agobiante proceso y vicisitudes de esa clase social que llega a final de mes con apuros, a veces ni eso, con las dificultades generales, aunque socialmente impropias, del ir tirando inmerso en el desencanto de la oferta y demanda de vida, que pesa sobre tantas familias en la línea temática actual sobre la referencia del estado social muy característico de nuestro presente.
La historia se inicia cuando la familia Moscardó decide pasar un fin de semana en la costa, sol y playa, aunque nada de tirar la casa por la ventana dado que no hay sobra de dinero, en este pasar un fin de semana sin el rosario de la aurora cotidiano, el previsto deseo de dejar atrás su día a día, marcado por los condicionamientos y estrechez económica modesta y explotada, situación social, con la crisis y la soledad e incomunicación, cuando eligen para este fin de semana el hotel Solymar donde confluirán mucho los avatares de los otros huéspedes y empleados del hotel, pues nadie se libra de la tragedia que sobre ellos golpea, por ser una sociedad que ya no huele a universo, porque aquella utopía ha sido transformada en sociedad encadenada a la servidumbre del poder. Todo científicamente pertrechado de la nada de todas las cosas y artífices del desencanto, del individualismo producido por una falsa publicidad que los ha convertido en simples coros de la tragedia.
Isabel alba, en La danza del sol, convierte al lector en observador de una numerosa familia que, con no menos esfuerzos, pasa un fin de semana en el hotel Solymar en una playa de la costa española.
La danza del sol, es el baile social con la música de la publicidad que compone la partitura de esta historia original, desnuda donde no falta la ternura. Dios en las alturas comiendo frutos secos a la vez que juega al pin pon con los banqueros. De vez en cuando descansan en bancos de mármol de Carrara. Mientras los desfavorecidos calculan la manera de llegar a fin de mes, la paciencia de las colas en las oficinas del paro esperando la suerte de conseguir un puesto de trabajo mal pagado. A fin de cuentas esclavos de Orwel, que se desviven en sus monólogos internos, conscientes de su papel de marionetas dentro de la falsedad que representan en la sociedad. Las estadísticas de los muertos en carreteras tras el fin de semana. Y a continuación, la fortuna publicitaria que significa ese potente coche seductor, mientras en la acera, una buena hembra que devora con la mirada. Publicidad de cómo invertir sus ahorros con buenos beneficios. La vida de una sociedad que pisa sobre la mentira y el juego sucio.
Isabel alba, en La danza del sol, convierte al lector en observador de una numerosa familia que, con no menos esfuerzos, pasa un fin de semana en el hotel Solymar en una playa de la costa española. Criaturas con escasos medios y muchos cálculos mentales para llegar a final de mes de la comedia humana en ese sol y cielo azul, donde cada uno de sus componentes tiene su mundo y su monólogo, la conciencia clara de que son unos humillados y ofendidos desencantados y cargados de demasiadas cosas de la vida, cuando se lucha desde abajo para poder sobrevivir, cada uno con dos mundos, el interior y el exterior, ambos ligeros de equipaje existencial en el que con más apuros que desahogos van tirando, del carro de sus fracasos ocultos.