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La décimo octava

Pepe Torrente
Pepe Torrente*

El amor propio puede ser el primer causante de la ceguera temporal. Declararnos los mejores  es cuestión que puede abrumar a la razón, quizá a la lógica también. El gusto por lo propio, legítimo y leal, podría convertirse en el primer motivo de seria preocupación que incomode a la lógica. Miren si no, con la mirada exenta de prejuicios de nivel acérrimo,  ese mundo virtual que construyeron los catalanes que defendían la independencia, a pesar de saber que ni era viable económicamente, ni su construcción era posible después de la Declaración Unilateral de Independencia (DUI), tal y como prometieron los gobernantes del independentismo. Cegados por su amor propio  o por vaya usted a saber qué otros motivos dinerarios subyacentes, que no nos cuentan, pero que tarde o temprano sabremos.

Esa cerrazón opinativa, gubernativa y pasional, que aún hoy perdura a pesar de que los líderes del extraperlo indepe han decidido plegar velas hasta el 21-D (cosas de la campaña electoral), es la causante de la diáspora empresarial y turística que la atosiga. Y lo que nos queda por ver. Hoy, esos autores dignos campeones de la irresponsabilidad, han logrado la ruptura entre amigos, familias y empresas catalanas, por la sinrazón de sus razones secesionistas. A pesar de eso, ahí, siguen, aunque me temo que su camino ha llegado al punto de no retorno, siempre y cuando las sentencias futuras de los tribunales supremos provoquen el efecto aleccionador y fumigante que todos deseamos. Una especie de disolvente contra esos ímpetus golpistas que últimamente han elevado el tono tanto desde la Cataluña que gobernaran Pujol, Maragall, Montilla y Carod Rovira, hasta la de Mas, Puigdemont y compañía.

 

Se rebelaron contra el sistema legal y constitucional quienes más beneficio le han sacado al mismo.

 

Unas, forcadellistas de nueva talla, se declararon rebeldes a la justicia desde su sitio en la Mesa del Parlament, pero que ya se han unido a la Constitución, como se une el militar a su bandera tras la jura de emocionante afecto patriota.  Otros, híbridos de la locura de su comportamiento y el añejo apego a la tierra, fugados a países terceros, quizá para no ser los primeros en ir a chirona. Y, los que peor lo tienen hoy, recién bajados del coche oficial, aquellos que están matando cucarachas y barriendo galerías en la prisión preventiva que los acoge.

Se rebelaron contra el sistema legal y constitucional quienes más beneficio le han sacado al mismo. Paradojas de la vida esta de la España autonómica. Les va en ello sólo el orgullo de su supremacía, lo que les queda por una cuestión tan vieja y demodé como esa de la identidad territorial. En Granada los llamaríamos catetos. Porque cateto es ir en los tiempos del 4.0, sin límites ni fronteras que disminuyan el rumbo, reivindicando el cable de la luz que inaugurara las bombillas de la calle Elvira, y pidiendo luz propia en este mundo que se construye sin barreras.     

Al amparo de esta trola catalano-indepe, y como inicio de polémicas nuevas, tras este boom de amplio seguimiento mediático, resurgen por Granada, también, ciertas voces, de momento minoritarias, que piden el reconocimiento como décima octava comunidad autónoma a nuestra provincia. Apelan al sentimiento territorial histórico de Granada como reino nazarí, cuna de la Reconquista, así como a posteriores remiendos que la historia democrática española fue adecuando al interés sevillano en agravio fehaciente, dicen, del propio de Granada. Reivindican el derecho histórico de los granadinos  como lugar singular designado ya como tal por los propios Reyes Católicos. Reclaman el derecho de Granada a marcar paso y peso propio en la nueva disposición territorial que surja de los acuerdos, si los hubiera. Terreno queda por recorrer. Amplio, vasto, desatendido, un páramo de ideas nuevas con las que buscan posición política quienes discrepan abiertamente de los actuales partidos políticos. Y usan la historia para buscar sitio. El futuro puede llegar a ser así de caprichoso, basando su progreso en lo que fuimos hace cinco siglos.

 

El reconocimiento amagado por la Sevilla que gobierna esta Andalucía de ocho caras, según el cual es grande y constante el desprecio a Granada.

 

Su reclamo surge de esa necesaria palinodia sevillí que no llega. El reconocimiento amagado por la Sevilla que gobierna esta Andalucía de ocho caras, según el cual es grande y constante el desprecio a Granada.  Que desde San Telmo nos tienen como ciudad de reposo invernal donde ir a esquiar como Franco iba a la Sierra de Cazorla a matar ciervos; o de recaudación pecuniaria entre los más de dos millones y medios de turistas que visitan la Alhambra. Es el principal argumento de carga con el que impulsan sus razones quienes piden el autogobierno de Granada.

Es ésta una de las consecuencias que ha liberado el movimiento del procés catalá. Una nueva moral reparadora que exigen quienes por el amor propio se dejan llevar al pozo. Algo tan sencillo de responderse como aplicar a esta comprensión lógica una respuesta verdadera: si no queremos fronteras en el noreste de España, menos lógico es aún inventar nuevas fronteras en el sureste de nuestro país. Desenfundar el territorio contra quienes ponen en duda el reparto actual del pecunio público no es la mejor manera de cargarse de razones. Que no mandan las emociones. La globalización se ha encargado de que así sea. O sea.

 

*Pepe Torrente es Funcionario. Columnista habitual.

@Torrentepep