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La juventud como antagonista del presente (I)

¿Se está contando con la juventud en la dirección política de nuestras sociedades?

El artículo 48 de la Constitución española recoge que “los poderes públicos promoverán las condiciones para la participación libre y eficaz de la juventud en el desarrollo político, social, económico y cultural”. Esta participación, a mi modo de ver, debería ser de un modo protagonista, en tanto que será la propia juventud quien lidere las sociedades del futuro.

El antagonista es el personaje que se opone al protagonista en el conflicto esencial de una obra de ficción. En cambio, nada ficticias han sido las veces que habré oído en los últimos años cómo los jóvenes de hoy en día somos más débiles, que estamos faltos de disciplina, o incluso que queremos que nos den todo hecho.

Nada más lejos de la realidad esa generalización tan peyorativa, propia de la posición antagonista atribuida a los jóvenes, desemboca en una valoración injusta e imprecisa de la juventud por parte de un amplio espectro de la sociedad en la que vivimos. Porque a veces, se puede llegar a difuminar la línea entre ser crítico y no tener empatía, pero no sé hasta qué punto actualmente los adultos se ven reflejados en los jóvenes, como tampoco sabría decir si la juventud de hoy día -considerándose esta etapa como aquella que transcurre desde los 15 a los 30 años de vida-, se siente verdaderamente valorada por sus mayores.

Dejando a un lado matices sociológicos o demográficos sobre de qué intervalo de edad puede ser considerado como parte de la juventud -seguramente, fruto de los avances médicos y tecnológicos, cuanto más tiempo pase, más se ampliará la edad considerada como tal-, ésta puede concebirse como ese momento vital, en el que a la vez que tienes que empezar a construir los cimientos de lo que será tu vida, es el período durante el cual se da por hecho que más y mejor se debe disfrutar de la misma.

Si acudimos a la RAE (Real Academia Española) para buscar el término juventud, la primera acepción la define como el “período de la vida humana que precede inmediatamente a la madurez”. La presunción de inmadurez la considero tan cierta como incorrecta. Es decir, vitalmente el paso de los años otorga una sabiduría sobre la vida misma, inalcanzable de ninguna otra manera, y tan bien resumida en la máxima: “la experiencia es un grado”. No obstante, el transcurso de los años no asegura que se tenga por cumplido un nivel mínimo de madurez, lo que a sensu contrario, tampoco debería de prejuzgarse para cualquier persona joven.

Comenzar a asumir responsabilidades o entrar de lleno en la vida adulta, son situaciones muy características de la juventud. Ahora bien, deberíamos plantearnos si se puede comenzar a asumir responsabilidades vitales bajo unas condiciones socioeconómicas tan precarias. Concretamente, la precariedad laboral y el desempleo juvenil, son los dos fenómenos a las que tenemos que hacer frente los jóvenes a día de hoy, en la construcción de nuestra vida profesional.

Es por lo que percibo, que la juventud sufre un trato inapropiado como consecuencia de la situación que se está produciendo. Por un lado, la infravaloración de este grupo de la población tiene como una de sus causas principales la falta de experiencia, sobre todo, en el ámbito laboral. Mientras que, por otro lado, esto produce la siguiente gran paradoja: sufrimos una falta de oportunidades considerable, y las ofertas de trabajo que aparecen adolecen de ser precarias, insuficientes y en muchas ocasiones rozando la indignidad, todo lo cual nos inhabilita para coger experiencia; pero sin esa experiencia, al mismo tiempo, no podremos disfrutar de opciones para desarrollar nuestra vida laboral.

Por tanto, este círculo vicioso que no para de retroalimentarse, ¿no debería verse frenado por la enorme formación académica que, como generación, estamos recibiendo? Si bien es cierto, son muchos los sectores y las entidades que están apostando por un relevo generacional de sus miembros, dando paso a savia nueva entre sus integrantes y dejando que seamos las generaciones posteriores las que protagonicemos el desarrollo político, social, económico o cultural. Ante lo cual aparece otra pregunta que me gustaría plantear, ¿se está contando con la juventud en la dirección política de nuestras sociedades?

Propongo esta cuestión desde la posición más constructiva y honesta posible, ya que de por sí se antoja complicado definir cuál es el rumbo político de la sociedad en su conjunto, más complicado aún será discernir cual es el papel de los jóvenes en dicho rumbo. Históricamente en el mundo occidental, la contribución de la juventud en otras épocas ha ido de la mano de los avances sociales que en ellas se han podido ir consiguiendo, sin embargo, ¿hay un menosprecio generalizado a las generaciones venideras? ¿existe la percepción de que la conocida como “generación de cristal” es realmente así de frágil?

Por ejemplo, en una concepción más estrictamente política, la militancia en las juventudes de los partidos o en los colectivos políticos, se reduce a una porción testimonial con respecto al total de jóvenes. En cambio, en un sentido político mucho más amplio, la juventud como sujeto político se encuentra aislado e inactivo, a mi juicio, por un interés deliberado en que así sea.

“Energía, vigor y frescura”, es la quinta acepción realizada por la RAE sobre el término juventud. Estas características, han sido los ingredientes principales que han ocasionado los impulsos y avances en nuestras sociedades precedentes. Pero lamentablemente en la actualidad, el desincentivo político de la juventud, tiene como causa directa todo lo hasta ahora descrito, lo que a su vez tiene unas inevitables consecuencias: el agotamiento social y el hartazgo político que padece este segmento de la población, el sometimiento a la inestabilidad laboral e incertidumbre vital y la inseguridad económica que genera todo lo hasta ahora expuesto.

En definitiva, creo que conviene cuestionar si la falta de oportunidades, la infravaloración por parte de nuestros mayores, el talento desaprovechado o la desconexión política deben seguir siendo atributos que caractericen a la juventud de nuestro tiempo. Por ello, pretendo incoar una reflexión, tras la que se empiece a pensar y debatir, acerca de si interesa seguir con la situación que tenemos, o si, por el contrario, pretendemos instruir una juventud que pase a ser protagonista hoy, puesto que mañana ya será demasiado tarde.

 

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