Las barbas de los vecinos
Dice el refranero español, que si las vemos afeitar, mejor empezamos a remojar las nuestras.
Dice el refranero español, que si las vemos afeitar, mejor empezamos a remojar las nuestras.
Pues apliquémonos el cuento con lo que estamos viendo en el mapa político europeo y en el mundial en general.
Mi militancia socialista, ya larga, me lleva a estar especialmente preocupado por lo que ocurre en este lado de las ideologías y las actuaciones que los gobiernos socialistas realizan. Y cómo conocen los lectores no andamos un importante número de militantes socialistas, especialmente los que procedemos de la práctica política de la transición, en nuestros mejores momentos de alegría y optimismo, por decirlo cariñosamente.
En las noches electorales de 28 de mayo y 23 de julio de 2023, muchos entendimos que los electores, sabios, mandaban nítidos mensajes a los líderes de los partidos que han sustentado la gobernación de España y sus instituciones nacionales, regionales y locales, desde 1978 a nuestros días, mandatándolos a pactar. El pacto, así se llama esa sabia herramienta que tanto usamos desde la muerte del Dictador y que tan buenos resultados dio. Frutos del pacto son alumbramientos políticos tan transcendentales para la reciente historia de España como la Constitución de 1978.
Soy, (y conmigo muchos compañeros más) absoluta y claramente crítico (sana es la discrepancia) con muchos de los acuerdos que desde las siglas en que milito se han suscrito con nacionalistas excluyentes y con la amalgama que engloba Sumar y Podemos. Todos ellos, en su casi totalidad, son actores declarados como contrarios al modelo político en el que vivimos y nos dimos entre todos. Y además se les incluye (¿?) en una denominada mayoría de progreso, lo que chirría en su propia conceptuación a poco que nos asomemos a quiénes son los que ahí se juntan.
Reconozco el valor de algunos logros económicos y sociales (muchos mal explicados al común de la ciudadanía desde la oficialidad) y que de alguna forma emergen de esos acuerdos. Lo que no puedo compartir es que los susodichos acuerdos se hayan hecho pagando un precio de muy difícil aceptación, cruzando muchas líneas rojas de algunos de los postulados básicos en que se sustentan cosas tales, sin ánimo de exhaustividad en el relato, como el sentido que de España tenemos, de su modelo territorial, de la igualdad entre españoles, de la financiación de las administraciones públicas, de delegaciones de competencias, o de traspasos forzados de algunas de las mismas, etc., etc. Fueron aquellas concepciones y prácticas políticas del socialismo español postconstitucional, que primero desde la oposición y luego en los gobiernos de Felipe González, las que hicieron que España alcanzara los niveles que ansiábamos tener en una homologación con la Europa en la que soñábamos desarrollar nuestra vida. Éramos por fin una sustancial parte de la socialdemocracia europea en una Unión Europea fuerte en la que ingresamos.
Y junto a nosotros, la derecha constitucional, la que nace en la transición, con sus ajustes de dirección y evolución ideológica compleja, consigue, con todo, homologarse con la familia democristiana europea que junto a la socialdemócrata alumbraron esa Europa que generó el más importante período de paz en el continente, a la par que construían un estado de bienestar y las cuadernas sólidas de un barco que navegaba sorteando tormentas de variado tipo y contagiando a otras latitudes de la política mundial.
En ese entorno de izquierdas y derechas más o menos estandarizadas se generaría un orden mundial bastante cierto, aunque con sus lógicos sobresaltos.
Y en ese escenario, irrumpe, sobre todo en la última década una ola de populismo de uno y otro espectro ideológico, que empieza a dinamitar ese statu quo en el que las europeas especialmente, pero no menos las democracias consolidadas de otras latitudes, ven cómo las barbas en muchos vecinos están afeitándose y debiéramos por ende los demás, pensar en el próximo remojo de las nuestras.
Por si fuera poco, a este mundo de crecimiento desmedido de los populismos, llega al Despacho Oval de la Casa Blanca, el previsiblemente imprevisible Donald Trump en su segundo mandato, al que ya llega con la lección aprendida de su anterior paso por el 1600 de la Avenida de Pensilvania en Washington D. C. Y lo peor es que no llega solo. Llega al mando de un entramado plutócrata aderezado con extremistas de la más rancia derecha blanca supremacista y xenófoba, sustentado en unas mayorías en ambas Cámaras y control en el poderosísimo Tribunal Supremo estadounidense que hacen temblar los cimientos de la considerada más fuerte democracia mundial.
Y esto no es todo. Este patán ególatra y autócrata, llega a este sillón como indubitado líder mundial de una internacional armada en la ideología más radical de las peores derechas y cuyas terminales en otras latitudes van a tomar nota de lo que el mandarín del Despacho Oval les sugiera él mismo o sus fieles secuaces para trasladar a sus territorios, con amenazas a ese orden mundial que nos dimos después de la Segunda Guerra Mundial. Ha nacido una nueva era. Sí.
Basta ver la nómina de sus invitados, con Santiago Abascal, Viktor Orbán, Giorgia Meloni, Jair Bolsonaro, el euroescéptico británico Nigel Farage, el líder del partido Reconquista en Francia Éric Zemmour, Nayib Bukele, presidente de El Salvador, Daniel Noboa, presidente de Ecuador, Javier Milei, presidente de Argentina, etc. Y da que pensar.
Ha roto de esta forma con la tradición al invitar a líderes internacionales afines a su ideología, y sólo a ellos, en lugar de seguir la práctica establecida de incluir únicamente en la toma de posesión presidencial a representaciones diplomáticas. Quiere a su lado y que se note, sólo a los suyos, y para que cojan apuntes.
El mapa político mundial asiste un tanto impasible al indubitado crecimiento de esta familia política de los extremos. Pero sobre todo llamo la atención del crecimiento que se viene produciendo en Europa de las derechas extremas. Y creo debe llamarnos a la reflexión, la ausencia de reacción, la pasividad de los democristianos y socialdemócratas que hicieron posible esta Europa. Vean cómo estamos siendo rodeados: Italia con Salvini y Meloni, Francia con Le Pen y Zemmour, los Países Bajos con Wilders, De Wert y Van Grieken, Hungría con Orban, Alemania con Alice Weidel, Austria con Herbert Kickl, Suecia con Jimmie Åkesson, Polonia con Kaczyński, Finlandia con Riikka Purra, Portugal con André Ventura, y otros partidos y líderes menores de poder aún, pero que son situaciones éstas que no podemos perder de vista.
Y quienes no pueden ni deben hacer oídos sordos son los líderes europeos de esa socialdemocracia y democracia cristiana que deben mantener la preeminencia en los gobiernos de sus países, y en el de la propia Unión Europea que cofundaron, los principios que los padres fundadores dieron a la Europa que conseguimos construir. No pueden mirar a otro lado. Lo que está ocurriendo en nuestro escenario político próximo no puede obviarse y lo que nos va a venir como sunami desde el otro lado del Atlántico no va a ser baladí.
Fíjense nuestros patrios líderes de ambos partidos en lo que viene marcando las tendencias de voto en España tozudamente en los últimos procesos, sean europeos, nacionales, autonómicos o locales. Crecen y crecen los extremos y los nacionalismos excluyentes. Observen la desafección que se cosecha en Valencia tras la negligente (por no decir otra cosa) gestión de la Dana y donde se aprovechan del río revuelto los expertos de la radicalidad. Y quien pesca muy denodadamente en estos ríos revueltos siempre son los miembros de esta nueva multinacional trumpista bajo variadas siglas pero con iguales convicciones.
Las ejecutivas internacionales del Partido de los Socialistas Europeos, y del Partido Popular Europeo, los líderes de sus respectivas terminales nacionales, debieran estar a la altura de las circunstancias y pensar hacia qué escenario pueden ir con los pactos cortoplacistas que unos y otros, nacional e internacionalmente, pueden estar armando hoy sin ver lo que realmente amenaza por derecha e izquierda para mañana y pasado mañana.
En nuestra Patria no hay que ir muy lejos. Basta con ver lo ocurrido en esta semana en Cortes Generales para reflexionar sobre esto. “….y tú más”.
Los barberos han empezado su trabajo de rapar barbas. En casa, el rasurado parece empezar. Nuestros próceres no pueden mirar a otro lado. No pueden hacerlo. Nos lo deben. Hagan el favor de ver más allá de este pernicioso cortoplacismo en que hemos instalado nuestra política. Miren hacia esa denostada transición. Igual algo sigue enseñando aquella práctica política.