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Lo que aprendí de economía en dos semanas

 

Economía Capitalista (1/3)

 

Conocida es la anécdota, cuando en un acto público y en un descuido, se escuchó el comentario del Presidente Zapatero a su ministro, la economía «es complicada», y el ministro, que era Jordi Sevilla, dijo: «lo que tú necesitas saber se aprende en dos tardes». No se si fueron dos tardes las que necesitó, pero después de ocho años de gobierno, Zapatero parece que no se enteró de que lo que ocurría: estábamos inmersos en la crisis económica más devastadora de la historia.

 

He leído con interés algunos libros sobre economía, con la intención de entender mejor, lo que está ocurriendo y con mi mejor intención explicarlo a los amables lectores, como si una de mis clases, de aproximación al tema, se tratara. Jordi Sevilla en su libro «La economía en dos tardes», entiende que la economía es el análisis del comportamiento de las sociedades ante el problema básico de la subsistencia, desde el punto de vista de la producción, reproducción de bienes y servicios, relacionando estos elementos, con los recursos naturales escasos.

 

La definición clásica de la corriente objetiva o marxista señala que: «La economía política es la ciencia que estudia las leyes que rigen la producción, la distribución, la circulación y el consumo de los bienes materiales que satisfacen necesidades humanas» (Friedrich Engels). Karl Marx a su vez señala que la economía es «la ciencia que estudia las relaciones sociales de producción». La filosofía marxista, que se basa en el materialismo histórico, entra a teorizar sobre el concepto del «valor-trabajo», donde el valor tiene su origen objetivo, en la cantidad de trabajo que se requiere para producir los bienes. Desde el materialismo histórico, se concibe el «capitalismo», como una forma de organización social en un momento dado de la historia.

 

La importancia de la «mano invisible» aumenta, en la medida en que la sociedad se desarrolla y la división del trabajo se perfecciona.

 

 

Para algunos, la economía política, nace con Adam Smith; y su pensamiento económico se entiende tras responder a la pregunta ¿Por qué funcionan las relaciones económicas de forma equilibrada, en una sociedad en la que los individuos, solo se preocupan de sus propios intereses?: gracias a una «mano invisible», que de forma espontánea, coordina los mercados y sus intereses. La importancia de la «mano invisible» aumenta, en la medida en que la sociedad se desarrolla y la división del trabajo se perfecciona. En este orden natural los gobiernos no deben intervenir, limitándose su actuación a la seguridad, defender la propiedad privada, administrar justicia y facilitar bienes públicos (como hacer caminos, por ejemplo). Keynes, por el contrario, defiende que en momentos de crisis es necesaria la intervención del Estado, para corregir los desequilibrios que el mercado origina, mediante las políticas fiscales.

 

Lo cierto es que la economía estudia, analiza y propone: la forma en que se fijan precios de bienes y de factores de la producción, como trabajo y capital; comportamiento de los mercados financieros; consecuencias de la intervención del estado y su influencia en el mercado; distribución de la renta, así como proponer métodos de ayuda a la pobreza sin alterar resultados económicos; influencia del gasto, impuestos y déficit público en el crecimiento. También estudia el desarrollo de los ciclos económicos, causas, oscilaciones del desempleo y producción y cuales son las medidas necesarias para el crecimiento; funcionamiento del comercio internacional; o el crecimiento de los países en vías de desarrollo.

 

El término científico del sistema económico actual, cuyo objetivo es ganar dinero, es «capitalismo», que es el utilizado por los teóricos marxistas. Sus antagonistas, neoliberales o neoconservadores prefieren denominarlo «libre mercado» o «economía de mercado». Palabras que surgen tras una operación de desdramatización lingüística que, como ha ocurrido con otros términos −burguesía, proletariado, imperialismo, clases sociales, lucha de clases−, van cargados de gravedad y memoria histórica y portadoras de ruido innecesario para lo que el establishment precisa.

 

Tras el fracaso de los países comunistas, el modelo económico que querían representar, la «economía planificada», dejó de ser alternativa al «capitalismo». Las posiciones fundamentalistas defensoras del «mercado», se hacen más fuertes y el «pensamiento único» implantado globalmente. En su sistema todo tiene que ser libre, menos la conciencia social; todo a disposición de la libre economía, incluso la dignidad de los trabajadores; todo sometido al libre mercado, sin normas, ni leyes, salvo cuando sean para su beneficio. ¡Qué el estado no intervenga!; luego piden inversión, capital o rescate cuando se reducen las ganancias. Tras la aplicación salvaje de sus teorías, se observa su insolidaria perfección, chocando con otros valores sociales tales como democracia o justicia social. Frente al clásico dilema entre «eficiencia y equidad o seguridad y libertad», escogerán en cada momento lo que más beneficio les ofrezca.

 

El sistema de «capitalismo de casino», alejado del «capitalismo de rostro humano», es capaz de alcanzar las mayores cuotas de creación de riqueza, a costa de la injusticia social.

 

 

En este sistema económico, si alguien no compra, alguien no vende, no obtiene beneficios, por lo que no tiene sentido seguir produciendo y tampoco mantener el empleo. El objetivo es ganar dinero a costa de lo que sea y es secundario lo que se venda: si existe demanda (incluso prostitución, armas o drogas), si crea beneficio y posibilidad de acumulación de riqueza, todo vale. El sistema de «capitalismo de casino», alejado del «capitalismo de rostro humano», es capaz de alcanzar las mayores cuotas de creación de riqueza, a costa de la injusticia social, ampliando exponencialmente la horquilla de las desigualdades sociales.

 

Hay otro enfoque posible, en el que ni todo vale ni todo consiste en ganar dinero. Con esta visión la producción adquiere una función social. Este modelo, desde la base de la competencia, combina: la libre iniciativa, con un progreso social, asegurado por la capacidad económica. Los valores éticos en los cuales se fundamenta la economía social de mercado, se centran en principios que guardan relación con la dignidad humana, el bien común, la solidaridad y la subsidiaridad, a fin de lograr un sistema económico equilibrado, al servicio de la calidad de vida de los seres humanos.

 

La «economía social de mercado» tiene sus propios principios básicos: la intervención del estado en el libre mercado, que garantice la justicia social; la propiedad privada, con función social; la propiedad privada de los medios, subordinada al principio de destino universal de los bienes; la plena responsabilidad, en la búsqueda libre del beneficio económico, guardando valores éticos como el bien común, la moderación y la responsabilidad ambiental; y el desarrollo de una política económica, que debe garantizar el bienestar de todos los actores sociales.

 

La Constitución española permite este sistema y el contrario. Proclama la voluntad de «Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida». Dice en su articulado que «Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad». Reconoce el derecho y el deber de todos los españoles «al trabajo,… y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia», quedando garantizado por a ley «el derecho a la negociación colectiva laboral,… así como la fuerza vinculante de los convenios».

 

«Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general»

 

 

Pese a declarar que España se constituye en un «Estado social y democrático de Derecho» y garantizar en el Preámbulo un orden económico y social justo, «Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado», en el que «Los poderes públicos garantizan y protegen su ejercicio y la defensa de la productividad, de acuerdo con las exigencias de la economía general y, en su caso, de la planificación». Como vemos, el modelo teórico se desarrolla en un «Estado social», en el marco de la «economía de mercado»; y en la realidad observamos como los gobiernos se acercan al mercado, alejándose de lo social.

 

En el título VII «Economía y Hacienda» se dice que «Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general». El Estado, mediante ley «podrá planificar la actividad económica general para atender a las necesidades colectivas, equilibrar y armonizar el desarrollo regional y sectorial y estimular el crecimiento de la renta y de la riqueza y su más justa distribución». Escrito está; y habría que blindar alguno de estos principios, para que ningún gobierno de turno, ataque de forma obstinada, con sus reformas antisociales, los intereses de las personas, frente a los de la banca. Como podemos entender, todo puede ser diferente y otra política es posible, como defender una economía de oferta, sustentada en la innovación tecnológica, la educación y la distribución de la renta (Antonio Miguel Carmona).

 

En la historia, el «capitalismo» ha evolucionado a través de tres fases: La comercial, en la que el dinero desempeñaba el papel de mercancía para los intercambios de otras mercancías. La financiera, el dinero cambia de función, para ser una reserva de valor, que utiliza la producción y el intercambio de mercancías, para crear más dinero. La fase de «capitalismo de casino», es el de la desregulación, los derivados y la innovación financiera y tecnológica; y funciona según el esquema de puro intercambio de dinero, desvinculado del comercio de mercancías y de la producción; facilitando el crédito excesivo y creando burbujas especulativas. Con el estallido de la última burbuja en 2008, se inició la crisis que todavía padecemos, momento que utilizan para los ajustes necesarios, para la protección del sistema capitalista globalizado del libre mercado.

 

Las teorías y relaciones en la economía mundial mucho han cambiado, pero en el fondo está casi todo inventado. Son tres los pensadores filósofos que hoy siguen marcando tendencia: Smith, Marx y Keynes. Pero el desarrollo de sus teorías y las consecuencias económicas y políticas, será la semana próxima.

 

*Víctor Arrogante es Profesor y Analista Político.

@caval100

 

Fue publicado por el anterior DiarioProgresista el 22 de abril de 2013 y en el libro Reflexiones Republicanas

 

Nota:

Se considera a Adam Smith el padre del liberalismo económico que propugna dejar las decisiones al mercado, con poca intervención del Estado.

Karl Marx es el padre del Socialismo. Los medios de producción pertenecen al Estado y éste es el protagonista en las decisiones económicas.

John Maynard Keynes, padre del keynesianismo, otorga un papel importante al Estado, aún cuando el mercado sea el mecanismo base. «Cuando la iniciativa privada está deprimida, es bueno que el Estado la sustituya con inversión pública».