Más orfandad
No sólo se siente Felipe González huérfano de representación. Y por decirlo, ya vieron ustedes la que le cayó.
El 29 de septiembre de 2023 publicaba en este Confidencial Andaluz un artículo que denominaba Orfandad . A punto de llegar a los dos años de aquellas reflexiones, mucho de lo que vislumbraba allí se ha cumplido y otras ideas esbozadas entonces van por ese camino, y no apuntan a mejorar.
Orfandad acrecentada desde entonces a hoy es lo que personalmente siento y creo que conmigo algunos miles de conciudadanos, conmilitones unos en mi idea del socialismo y otros muchos también, aunque no conmilitones de ideología, sí, y sobre todo, en el sentir de la democracia constitucional que alumbramos entre TODOS en el cercano y lejano, por tantas cosas, año de 1978.
La historia de esta nuestra joven democracia demuestra que la alternancia en el Gobierno, no sólo en el poder, sino sobre todo en el gobernar, ha sido la mejor de las señas de identidad con que nació en 1978.
Más allá de cuando hubo mayorías amplias o incluso absolutas, era básico entenderse, hablar, pactar, negociar hasta la saciedad, transigir, acordar, ceder, respetar, armonizar; esto era lo que concitaba a los entonces llamados partidos de estado, partidos de gobierno, para, de consuno, abordar los temas transversales que necesitaban una respuesta amplia en beneficio de España y los españoles. Y eso era así, gobernase uno u otro.
Hoy esa situación no se da. Es más, no parece se atisbe algo así en horizonte alguno, ni próximo ni lejano. Justamente estamos en lo contrario. Cada vez más lejos. Más muro infranqueable entre ambos. Más foso de separación, con fangal y caimanes incluidos como los que el inquilino de la Casa Blanca pone en las afueras de sus nuevas cárceles en los manglares.
Ambos partidos, PSOE y PP, PP y PSOE han decidido sólo una cosa en común, aunque también por separado: renunciar a los proyectos políticos autónomos que ofrecer a los votantes.
Los míos, han decidido dejarse acompañar por progresistas de salón, por nacionalistas excluyentes de diverso encaste y otros retales. Son todos ellos los que aspiran a obtener y obtienen, pingües beneficios para sus particulares intereses, y que no coinciden con los del común de los ciudadanos y en algunos, demasiados casos, van radical y tajantemente en contra del modelo que denominan despectivamente, “régimen del 78”; y que es justamente el que les permite existir por no ser la nuestra una Constitución de las denominadas militantes. Es más, confiesan sin pudor ir en contra de algunos de sus principios.
En esa “progresía” conviven gentes de diversa extracción: una izquierda tan sumamente progresista que no le hace ascos a Putin y sus desvaríos de neozar de todas las Rusias; una izquierda multidividida a su vez y, sobre todo, por protagonismos personales, más allá de las diferencias ideológicas (¿?); viven más pendientes de quién llega antes al asalto a los cielos del 15M de la Puerta del Sol, que en otras cosas. Y ahí andan mirándose de reojo no sea que unos aparenten mas rojerío que otros; sabedores son, sobre todo, de que fuera del gobierno y de las instituciones hace mucho, mucho frío.
Se une al coro de apoyos, unos nacionalismos de izquierda, (contradictio in terminis). Uno, abertzale, que sigue sin romper de manera clara y terminante con las tres letras que significan sangre y dolor en nuestra historia reciente, aunque tan olvidada; eso sí, defienden más que nadie al proletariado.
También viene al convite otro nacionalismo de izquierda, éste, catalán y republicano; indultado y amnistiado; el que dio un ya olvidado golpe de estado y que, por la puerta de atrás, va consiguiendo su “ho tornarem a fer”, sin urnas como las falsas de octubre de 2017, y que va camino de obtener a la chita callando, sin alharacas, los elementos propios de un estado; empezando por una hacienda propia no subordinada a la del opresor Estado español (Junqueras exige que así sea) y junto a otras cosas, la presencia de tapadillo, pero real, en organizaciones internacionales. Para eso sigue aumentando su pomposamente denominado en la actualidad “Cuerpo de Acción Exterior y de la Unión Europea”, que arranca con denominaciones distintas en torno a 2007 y que con sus más y sus menos, han mantenido y acrecentado todos los inquilinos del Palacio de San Jaime. Añádase, el cupo o no cupo, financiación singular, o lo que sea, que desiguala a los españoles por mucho que se nos intente explicar lo contrario. Esa ordinalidad predicada con fervor es lo más antitético de la igualdad y los principios de la izquierda. Las hemerotecas hacen estragos. Véase lo que algunos decían antes de la necesidad de esos votos en la Carrera de San Jerónimo o para hacer Presidente a Salvador Illa.
Pero, espere, espere querido lector que hay más. Hay apoyos, también, en otros nacionalismos del centro liberal, clásico, también excluyente, aunque más sutil y taimado, el jertzale, que como quien no quiere la cosa va consiguiendo romper la caja única de la seguridad social y aumenta su presencia internacional, competencias fiscales exclusivas, policía del mar, permisos de trabajo, títulos académicos extranjeros, etc., etc. Pero sin excesivo ruido. Las enseñanzas de don Sabino Arana son bien seguidas.
Por ese lado de los nacionalismos de izquierda aparecen también otras siglas menores en voto (Compromís y BNG) que hacen valer su escasa presencia parlamentaria porque en este loco votar de cada semana, un solo voto, vale demasiado y hay que sacar votaciones como sea. Al precio que sea.
El remate de las guindas de este lado de los apoyos, los de la mayoría de progreso, incluye a un nacionalismo no ya excluyente, porque lo suyo es incalificable. Por supuesto muy de derechas, que tiene en su amnistiada cúpula a un elenco de actores, con el prófugo a la cabeza (el que se aparece triunfante en Barcelona para mofa y escarnio patrios). Sólo les vale como arma política el chantaje de un trágala continuo de esto es así o te dejo caer.
Y por esa vía, indultamos, amnistiamos, despenalizamos la sedición, modificamos la malversación, forzamos que las lenguas cooficiales españolas sean idioma de trabajo en Europa (y en Cortes Generales), la policía del mar y de medio ambiente (que pagaremos los demás españoles), políticas migratorias (de modo integral o nada), etc., etc.
En suma, el PSOE de Suresnes, el que ayudó a llevar a España a los niveles que se alcanzaron a partir de 1982, sustituido por este “nuevo PSOE” que anunció Pedro Sánchez en su primer mandato de Secretario General, ha entregado muchos de los signos de su proyecto político propio y autónomo y se ha contaminado ideológicamente y en la práctica gubernamental diaria con estos compañeros de viaje. A cambio, se ha apartado de su natural entorno, el centro izquierda que da y quita gobiernos. Se ha desdibujado.
Al otro lado del espectro político, el PP, ha decidido unir su posibilidad de gobierno, sea nacional, autonómico o local a los dictados de lo más rancio de la derecha extrema, la que comanda el otrora su compañero en el Partido Popular, con modus vivendi siempre al amparo de chiringuitos y mamandurrias, (según Esperanza Aguirre). Los postulados de Don “Santiago y cierra España”, (su España), se traslucen en exceso, cada vez más en los discursos del partido mayoritario de la derecha española.
Al igual que ha hecho mi PSOE con la contaminación y adherencias de sus socios de progreso, el PP lo hace con los suyos que son de regreso.
De regreso, sí, a unas fotos grises o sepia de nuestra lejana y cercana memoria. Esa dependencia de los postulados e imposiciones de Vox sobre el PP ya se han visto desde su más tierno romance en las primeras elecciones andaluzas del primer gobierno de Juanma Moreno; y se han constatado posteriormente, donde han sido gobiernos de coalición o sólo cuando han sido apoyos parlamentarios como ocurre ahora. (Extremadura, Valencia, Murcia, etc.)
Sus señas de identidad son simples: xenofobia y negación de todas las igualdades, ya sean por sexo, raza, religión o nacimiento. Y cómo no, envolverse en la bandera que nos roban a los demás y que algunos se las han dejado robar. Fabrican políticas de brocha gorda con que obsequian sus chillones discursos, y son las únicas pautas que conocemos del partido con nombre de antiguo diccionario, y que, más allá de los titulares que saben fabricar como nadie para contento de españoles descontentos, nada contienen y nada atesoran, salvo ese supremacismo rancio que importan desde el trumpismo que tanto agrada a algunos en este lado del Atlántico.
Eso hace que haya ocasiones en que el discurso del PP, sobre todo el la Factoría FAES, que es el que se hace desde la Puerta del Sol a través de la longa mano aznariana de Miguel Ángel Rodríguez, no sea distinguible del que hace VOX. Eso era sí hasta hace un rato, hasta que esos postulados más duros han cuajado en el nuevo Comité Ejecutivo Nacional de la Calle Génova y ya empieza a ser el discurso del tándem Tellado-Feijóo, ese liberal que venía de Galicia para centrar el PP y que quería resarcirse de la moción de censura. Menos mal.
O sea, que también este PP ha decidido renunciar a su proyecto político autónomo.
Pues con estos mimbres, qué quiere amigo lector que le diga. Huérfano. Así es como me siento y se sienten, creo, muchos miles de compatriotas.
Echamos en falta la política de altura. Mirar al menos a medio plazo. No a este cortoplacismo estéril que no nos lleva más allá que ganar los titulares de un día en prensa, radio y televisión, o a lo que cabe en un tuit. Manca fineza es la italiana frase que me martillea continuamente. Esa finura, ese toque de artistas de la política que procuraba el entendimiento entre adversarios pensando en el común. No lo veo en estos tiempos, y me gustaría encontrarlo.
Me gustaría que los partidos de estado se reencontraran en lo fundamental, en lo básico. Al fin y la postre no me lo invento yo. Es lo que dice y manda, les guste o no, la lectura de los resultados de julio de 2023, por mucho que se empeñen en contar otras cosas.
No es un ejercicio de añoranza de quienes estuvimos en la política de la también denostadaTransición; no es un simple ejercicio de memorable recuerdo de abuelo cebolleta de las corridas lidiadas en difíciles plazas de toros ante morlacos, que eran más alimañas que ganadería de bravo.
Aquellas cuadrillas con sus matadores al frente, en carteles muy competitivos y difíciles, salían airosos ante sus lotes y respetando al compañero que también se jugaba el tipo (y la vida también) ante los suyos. Y no faltaba un capote que echar al compañero de terna, si se le veía apretado en tablas. Había competencia leal. Después, el toro de las urnas ponía a cada uno en su sitio. Puerta grande o enfermería. No se estilaba el insulto y la descalificación ni dentro ni fuera de las plazas. Ni dentro ni fuera de los hemiciclos.
Pero…, perdón, estoy haciendo un símil taurino. Válgame Dios, qué torpeza la mía. Soy definitivamente un antiguo. Fachosférico, resentido, zombi y otras lindezas nos llaman a quienes de esta forma pensamos.
Pues eso, que no sólo se siente Felipe González huérfano de representación. Y por decirlo, ya vieron ustedes la que le cayó.
Tiempos difíciles para la lírica. Y para la prosa. Pero, empero, seamos optimistas. ¿Se puede? Denme razones.