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Mirando al Sur

 

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch*

El nuevo mazazo que el terrorismo yihadista ha descargado contra nosotros ―está vez nuevamente en Londres― dificulta que prestemos más atención a fenómenos más próximos a nuestra casa, que están pasando bastante desapercibidos para la opinión pública. Nuestro lógico interés por Europa o el continente americano dejan en muy segundo plano lo que está pasando en el Sur, en Marruecos. País con el que compartimos una enorme frontera tanto terrestre (Ceuta y Melilla) como marítima (atlántico-mediterránea). Quizás sea consecuencia del acelerado signo de nuestros tiempos en los que lo urgente y lo importante se entremezclan y, a la vez, se dispersan.

Lo que ahora es el Reino de Marruecos fue una tierra donde, con ocasión de las múltiples guerras africanas, especialmente entre 1859 y la llamada pacificación de Marruecos en 1926, se consumieron ingentes esfuerzos políticos, recursos y sangre españoles. Por ejemplo, los términos Wad Ras, Barranco del Lobo, Protectorado, Annual, Monte Arruit, Desembarco de Alhucemas, Regulares y la Legión, recuerdan y atestiguan el esfuerzo, el heroísmo y la sangre incluidos en la relativamente reciente historia militar española.

 

Por tanto, nada de lo que sucede en Marruecos nos puede ser ajeno. En consecuencia, es preocupante ese despego hacia Marruecos cuando el Rif ha vuelto a hervir.

 

Y todos esos términos tienen un factor común: el Rif, región montañosa con costa mediterránea en el Norte de Marruecos. Una tierra tradicionalmente pobre, abandonada y deprimida, cuyos habitantes experimentan un profundo sentimiento de vejación procedente del Estado. Incluso desde la independencia de Marruecos, en 1956, este país ha continuado siendo escenario de un conflicto larvado con recurrentes periodos virulentos. En 1958 hirvió contra el Sultán y/o su Administración, cuando las tribus rifeñas reanudaron sus ataques, en este caso contra las fuerzas marroquíes del nuevo régimen y las francesas que aún permanecían en el territorio. En este clima de rebeldía y rabia acumulada se sucedieron las revueltas de 1984, 1987 y de 2011 (primavera árabe) en que murieron cinco jóvenes rifeños.

El corazón y epicentro de todas las revueltas en el Rif es Alhucemas (la antigua Villa Sanjurjo) que, desde lo alto, se asoma a la preciosa bahía de su nombre.  A 700 metros de la costa, en el centro de la Bahía, el Peñón de Alhucemas,  de soberanía española, está guarnecido por el Ejército. Más al Oeste, a 126 km de Melilla y 117 de Ceuta, el Peñón de Vélez de la Gomera, unido a tierra por un pequeño istmo, también  está guarnecido e iza la bandera española. Las mencionadas ciudades, Ceuta y Melilla, incuestionablemente españolas, junto con peñones, islas e islotes próximos a la costa marroquí y geográficamente rifeños, son testimonio permanente de la vinculación histórica y contemporánea de España con el Norte de África.

 

En consecuencia, la estabilidad en nuestro vecino y particularmente en el Rif, está hoy en el catálogo de intereses españoles.

 

Por tanto, nada de lo que sucede en Marruecos nos puede ser ajeno. En consecuencia, es preocupante ese despego hacia Marruecos cuando el Rif ha vuelto a hervir. Su origen, o si quieren su disculpa, está, por un lado, en la muerte, hace siete meses, de Mohcin Friki, un vendedor ambulante de pescado, triturado dentro de un camión de basura al intentar recuperar su mercancía, que había sido incautada por las autoridades. Y, por el otro, por la demanda de inversiones y desarrollo para el depauperado Rif. Las protestas no dejan de crecer, habiéndose extendido a varias ciudades del Norte de Marruecos e incluso hacia el Sur del país en ciudades como Casablanca, Marrakech o Rabat. La detención hace una semana del líder del llamado Movimiento Popular, Nasser Zafzati, por “atentar contra la seguridad interior”, junto a la de decenas de activistas, mantienen al Rif en ebullición.  Todo parece recordar la cruenta guerra que contra el colonialismo español lideró Abdelkrim el Jatabi, el líder rifeño que incluso llegó a fundar la efímera República del Rif entre 1923 y 1926.

Marruecos y España tienen un pasado común y son rehenes de una vecindad insoslayable. Los intereses comunes a ambos países son enormes y alcanzan casi todos los órdenes: político, económico, comercial, pesquero, emigración, inteligencia, policial, etc. De entre esos ha tomado especial relevancia, por razones obvias, la cooperación en la lucha contra el yihadismo y el Estado Islámico, que en Marruecos parece tener un arraigo creciente. A ello hay que añadir que de los casi 800.000 marroquíes que se calcula viven en España (legal e ilegalmente), casi la cuarta parte están en Andalucía (especialmente en las provincias de Almería y Málaga). Ceuta y Melilla, por otra parte, son puntos extremadamente sensibles, así como objeto de reivindicación permanente de Marruecos. Por tanto, no nos engañemos; apelando a la claridad de lo obvio: un Marruecos inestable es un peligro para España.

En consecuencia, la estabilidad en nuestro vecino y particularmente en el Rif, está hoy en el catálogo de intereses españoles. Y en el cuidado de una relación potencialmente conflictiva no es de recibo la sospecha ―a la que algunas voces gubernamentales aluden en Rabat―, de que las protestas en Alhucemas y el Rif son instigadas por “elementos exteriores”. Aunque más esperpéntico todavía es oír al portavoz de ERC en el Congreso, arrimando el ascua al “butifarréndum”, que  pretenden convocar en Cataluña,  decir que los “nuevos catalanes” de origen marroquí son rifeños. Estos independentistas es que no descansan de decir tonterías.

 

*Pedro Pitarch es Teniente General del Ejército (r).

@ppitarchb