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Normas absurdas y contradictorias con la única esperanza de no enfermar

Tenemos miedo a morir, pero parece que no lo tenemos a mal vivir.

 

“Los súbditos españoles son como los niños que lloran cuando se les lava y se les peina”.

Esta frase atribuida a Carlos III nos da una idea del concepto que nuestros gobernantes han tenido y aún tienen del pueblo español.

Ya desde los inicios de las guerras de conquista por parte de los reyezuelos astures, castellanos y leoneses sobre los territorios gobernados por los musulmanes se extendió la costumbre de expulsar de sus dominios a los ricos propietarios para repartir los frutos del saqueo entre los nobles que habían participado activamente en dichas conquistas. Se instauraron entonces los repartimientos o donadíos. Mientras los ricos propietarios de estos territorios saqueados podían ponerse a salvo en otros territorios aun en poder de los moros o en el norte de África, la mísera población de a pie quedaba desamparada y bajo la gobernación de los afortunados nobles vencedores. Esto fue creando una élite de condes saqueadores que tenían bajo su protección a una desvalida, desnuda, hambrienta y analfabeta población. Como es natural este grupo de harapientos trabajaba las tierras heredadas o saqueadas por su amo, el señor Conde. Y ya se cuidaba muy mucho este protocacique de que tal situación se perpetuase generación tras generación. Una corte de reyezuelos rodeados por la nobleza de servicio gestionaba, desde sus cómodos aposentos la suerte de millones de harapientos.

Como es natural, con estas condiciones paupérrimas de vida no tardaron en aparecer las llamadas crisis de subsistencia.

En la génesis de todos los movimientos sociales se suele distinguir entre causas lejanas o precondiciones y causas cercanas o precipitantes. Gran número de los más sonados o reconocidos movimientos subversivos de las masas, como las revoluciones francesas en 1789 y rusa en 1891 tuvieron como detonantes incidentes de poca importancia cuando en realidad el origen estaba en las graves crisis de subsistencia: Las hambrunas, tan frecuentes desde tiempos de la antigua Roma.

 

En 1776 tuvo lugar un incidente en la ciudad de Madrid que acabó convirtiéndose en un levantamiento popular conocido como el motín de Esquilache. Las intrigas socio políticas, las condiciones insalubres de las grandes ciudades, la carestía del pan, las malas cosechas, fueron precondiciones para que, con la excusa de la aplicación de una Orden que prohibía el uso de la capa larga y el chambergo, se produjese el amotinamiento de la población y como consecuencia una revuelta con graves incidentes y bastantes muertos. En Francia y Rusia acabaron triunfando estas revueltas populares que acabaron con el antiguo régimen. Aquí nos quedamos con los Alba, los Floridablanca, los Pérez de Guzmán, los Pimentel Ribera, los Fernández de Córdoba, etc., etc. rigiendo nuestras vidas y haciendas.

 

Mucho ha llovido desde entonces pero poco han cambiado las cosas. Solo que, en la edad media una familia subsistía con una libra de pan y algunas cebollas y ahora lo hace con una paga (de subsistencia) que los Gobiernos proporcionan de diferentes modos. Unos lo tienen o quieren tener todo y reparten el remanente a su antojo.

 

No es de extrañar entonces ver a la gente por la calle embozada, siguiendo la línea marcada por la que deben caminar. Con reglas que dictan la distancia a la que deben permanecer de sus semejantes. Como buen rebaño nos dicen los que podemos o no podemos hacer, cuándo enfermar y cuándo morir. Y todo gracias a una mísera paga de subsistencia. O más bien al miedo inoculado día tras día a través de las televisiones y la prensa convenientemente untadas para propalar la inquietud y la incertidumbre. O a una sabia combinación de ambas cosas. Cuando los gobernantes no tienen soluciones ni respuestas lo más fácil y efectivo es descargar la responsabilidad en las propias víctimas: si no usas la mascarilla, te contagias y te mueres, será culpa tuya por no seguir dócilmente las normas y adoptar las “medidas” que este “gobierno” tan “pogresista” te impone.

 

Sigo sin saber el origen de esta estúpida pandemia, ni si quiera si realmente existe como tal. Todo es confuso y la información fraudulenta. No acabo de ver ni comprender el objetivo de tener a la población aterrorizada con este virus, pero si que el dinero está por medio, eso con seguridad absoluta.

 

Cuánto tardará la población en revelarse es discutible, pero no deja de sorprenderme el grado de docilidad de la gente en general. Como borregas aceptamos normas absurdas y contradictorias con la única esperanza de no enfermar. Pero pienso que ninguna de estas normas podrá evitar la libre circulación de bienes y personas y con ellas, de todos los virus, bacterias, hongos y enfermedades que desde el Australopithecus aféresis hasta el supuestamente sapiens (el cromagnon) han acompañado a nuestra especie.

 

Tenemos miedo a morir, pero parece que no lo tenemos a mal vivir. Subvencionados, aborregados, atemorizados, adoctrinados, encerrados y con un fuerte y arraigado sentimiento de culpabilidad. Cualquiera diría que volvemos a los primeros tiempos de la iglesia católica. Hemos nacido con el pecado original y debemos purgar nuestras culpas en esta vida. Pero si sigues “las medidas” te prometemos la sanación de los enfermos, la resurrección de los muertos y la vida eterna.

 

¡Pobre pueblo de labriegos zarrapastrosos!, claman las voces bolivarianas. Liberaos del pesado yugo de los ricos. Abrazad las teorías marxistas, leninistas, castristas, chavistas. Venid con la mascarilla puesta. Dejad vuestros temores y vuestras haciendas en manos de los “progresistas”, nuestros apóstoles os darán la paz y el pan nuestro de cada día. Rogad por los sabios Iglesias, Echenique y Monedero. Alabad a la mártir Montero (la jo tía) y a la beata Isa Serra. Ellos conducirán el rebaño por la senda del “pogreso” y el feminismo. Postraos y arrepentíos hijos del pecado. Tomad y comed de este pan que se lo hemos quitado a los panaderos, tomad y bebed de este vino que se lo hemos guindado a los bodegueros. Haced esto en conmemoración de Iglesias, Echenique y el todo poderoso Sánchez y ahora, soltad la pasta y depositadla en ésta nuestra hacienda confiscadora. Porque antes entrará un camello por las costas de Tarifa que un facha por las puertas de Soto grande.

Yo no creo en Dios, pero si existe, que haga algo ¡Por Dios!

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