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¿Nos hemos olvidado de Grecia?

Pablo Gea
Pablo Gea*

“Hay que reconocerlo. Ha estado entretenido. Mas la función ha terminado, y hay que calibrar si ha merecido la pena pagar por la entrada.” Eso fue lo que pensé cuando allá en 2015, el gobierno de Alexis Tsipras llevó a Grecia al desastre. Probablemente jamás vayamos a encontrar un ejemplo mayor en la esfera internacional en el que el sentimentalismo empapado de fanatismo pseudo-religioso de algunos haya ahogado convenientemente un análisis certero del caso griego. Y es que, en una Europa azotada por el mito que la propaganda política de muchos “intelectuales” mal llamados “progresistas” fermentada tras muchos años de disculpa deliberada de la naturaleza totalitaria de una ideología como es el marxismo, y del despotismo cínico de los regímenes que en su nombre ejercían violaciones sistemáticas contra los derechos más elementales del Hombre y condenaban a la población de sus maltrechas economías a vender pañuelos en los semáforos a los poco más que afortunados ciudadanos de los países del noroeste de Europa, poco optimismo al respecto cabría tener. Ahora que un radicalizado Sánchez se ha hecho con las riendas del PSOE y le presta oídos a PODEMOS, no está de más recordar a dónde nos pueden llevar estas fórmulas de gobierno.

 

Quizá, y sólo quizá, sea eso lo que ha impedido a muchos constatar quién es el culpable de la actual situación de Grecia: el propio pueblo griego.

 

 

Los errores en la construcción europea asentada en la mitificación de la buena voluntad y en el soslayo de las diferencias nacionales ha otorgado legitimidad a formaciones políticas radicales (llamarles simplemente populistas sólo constituyen un alarde de caballerosidad benigna e ingenua que no merecen) que llevaban años afilando la bayoneta para saltar al ataque con granadas de odio y sectarismo en sus manos, listas para ser empleadas en un campo de batalla abonado especialmente para ello. Quizá, y sólo quizá, sea eso lo que ha impedido a muchos constatar quién es el culpable de la actual situación de Grecia: el propio pueblo griego. Por asumir con complacencia suicida los desmanes de unos gobiernos clientelistas y corruptos primero, y votar a un partido cuya política no ha causado sino dolor, ruina, pobreza y desigualdad allí donde se ha aplicado después.

 

Podríamos rememorar las transacciones millonarias por parte del Gobierno griego a Goldman Sachs de 2002 a 2009 para maquillar las cifras de déficit con el objetivo de entrar en el Euro (que el actual presidente del BCE, Mario Draghi, estuviese al frente de las operaciones de Goldman en Europa en 2002 no deja de poner de manifiesto el cinismo de muchos de quienes componen las actuales instituciones europeas), los sobornos, la evasión fiscal, las jubilaciones anticipadas con 50 y 55 años para mujeres y hombres respetivamente, la financiación del Estado gracias a la emisión de deuda pública, la sobredimensionada estructura estatal, el exceso de funcionarios y de personal auxiliar, la carga sobre las entidades financieras de una deuda pública a la que el gobierno fue incapaz de hacer frente mediante préstamos que nunca devolvió, y un largo etcétera. Pero esto ya lo sabemos.

 

Lo que nadie podrá negar es que desde la llegada al Poder de los campeones por los desheredados, el país sufrió una fuga de capitales que supera con mucho el 30% del PIB.

 

 

Lo que seguro que será más desconocido para aquellos que se aprenden los argumentos en la tertulia de turno y luego se dan golpes en el pecho en las charlas de bar es que en 2013 la economía helena registró su primer superávit (obviamente, sin contar el pago de intereses), obteniendo un crecimiento muy moderado, pero crecimiento a fin de cuentas, en 2014. Mira por dónde, hasta su tasa de paro bajó unas décimas también. Lo que nadie podrá negar es que desde la llegada al Poder de los campeones por los desheredados, el país sufrió una fuga de capitales que supera con mucho el 30% del PIB y que su deuda representa más del 178% de este mismo baremo.

 

Eso si optamos por obviar la paralización de la inversión doméstica o un mercado al borde de la quiebra, un corralito que ha dañado de forma crónica al sistema financiero o una desconfianza tal de los Mercados hacia el país que ni los popes de la Iglesia Ortodoxa griega podrán paliar con sus plegarias. Catastrófica ha sido, sin género de duda, la gestión por parte de Syriza de la cosa pública. Negociaciones ofuscadas guiadas más por la búsqueda del prestigio internacional como punta de lanza del espectro sociológico que odia todo lo que representa Occidente (con sus fallos, libertad, individualismo, propiedad privada, mercado) amparadas por unas promesas electorales que hasta un niño de 5 años debía saber que eran falsas, combinadas con torpes flirteos con campeones de la Democracia como sin duda son Putin y Maduro, camufladas con alardes demagógicos sobre el ejercicio de la participación política que no engañarían ni a mi abuelita (aunque visto lo visto, igual sí) hasta llegar a un resultado nefasto: Grecia condenada a una austeridad indefinida y a ser, si nadie lo remedia, un protectorado de los países de la UE, soberana sólo formalmente. Este, ni más ni menos, es el epitafio de una de las actuaciones más ridículas, infantiles e ingenuas que la diplomacia puede recordar. Casi, casi al nivel del rol que jugó la España de Fernando VII en el Congreso de Viena. Sólo que Merkel no es Metternich. Por sus hechos los conoceréis, como señala el dicho de origen bíblico.

 

Este, ni más ni menos, es el epitafio de una de las actuaciones más ridículas, infantiles e ingenuas que la diplomacia puede recordar.

 

 

Y ya que estamos con frases rimbombantes, más nos vale recordar que no hay mal que por bien no venga. En particular mirando al caso español. Dos realidades han quedado patentes: la primera, lo que nos espera elevando a partidos radicales impulsados por ideologías asesinas perfumadas por exaltaciones demagógicas de las virtudes del “pueblo”  y de la defensa de la “Democracia” que esconden programas impracticables al Poder; la segunda, que la Unión Europea es una organización cuyas prácticas democráticas son nulas y cuya imposición de determinadas políticas no es más que una fachada que enmascara una realidad amarga, esto es, la hegemonía Alemana en el mapa europeo, garantizada por la claudicación de los Estados Nacionales ante las políticas que diseña e impone para otros países. Una dura reflexión para quienes traten de diseñar el futuro de España, tanto de puertas para dentro como en relación en Europa que, desde luego, jamás podrá estar en la salida de la maltrecha UE.

 

*Pablo Gea Congosto es estudiante de Derecho y activista político.