Peter Handke, la beatitud del terror
En 'Desgracia impeorable' el escritor vienés entorna la puerta de su buhardilla.
ESTE INSÓLITO DOLOR DE VIDA.
Nos aferramos a los deseos. En cierta manera porque nos asaltan tantos interrogantes sin respuesta, que apenas nos sostenemos de verdad recíproca. Y esa verdad, murmullo interior que no deja de estar presente, nos mina como carcoma hasta lo más hondo e impenetrable. Así, un día despertamos imbuidos en nosotros mismos, sosteniendo el abandono como cetro. No nos reconocemos
DESGRACIA IMPEORABLE.
En su lectura un sostenido desamparo se instala en el lector. Se asemeja a ese sirimiri que antes o después nos obliga a guarecernos. La caladura nos humedece. Cierta incomodidad nos previene que el relato en el que nos embarcamos, lejos de ser una lectura más, nos hace reconsiderar quiénes somos. El obsesivo intento del autor por zafarse de la dimensión emocional por la muerte de su madre, se transforma en un acicate en el orden literario. La evocación le obliga a ese irrenunciable principio que postula desde el primer momento, “Ya han pasado casi siete semanas desde que murió mi madre y quisiera ponerme a trabajar antes que la necesidad de escribir sobre ella, que en el entierro fue tan fuerte, se convierta de nuevo en aquel embotamiento, aquel quedarse sin habla con que reaccioné a la noticia de su suicidio”. En esta inmersión arriesgada la inclinación por no andarse por las ramas es un verdadero alivio que regocija a la par que punza con ahínco. Como si se tratara de un montador de cine, la escritura adquiere la forma del fotograma. La composición de escenas y secuencias no necesitan diálogo. Son una versión original subtitulada. El lenguaje está limitado a propósito. Es parco, austero, incluso desprendido del tono elegiaco, “(…) esta historia tiene que ver con lo que no tiene nombre, con segundos de espanto para los que no hay lenguaje. Trata de los momentos en los que la conciencia, de puro pavor, da un brinco; de estados de espanto, tan breves que para ellos el lenguaje llega siempre demasiado tarde” (Alianza editorial, 2018. Traducción de Eustaquio Barjau con la colaboración de María Parés)
PETER HANDKE, REFORMULACIÓN DE LO EVIDENTE.
En esa relación sin tapujos que mantiene el autor con su oficio, “No tengo nada que decir, por eso escribo”, esta obra -editada por primera vez en España en 1975 y que renace con la hermosa edición de bolsillo de Alianza editorial, cuya tipografía y tamaño acrecienta sumamente el placer lector- es un planteamiento vital diferente. Como en el caso de Anna Ajmatova siente el vínculo con el tiempo desgarrado que testimonia. Este apunte biográfico no solo trasciende en la relación con su madre. Le insufla la vivencia y visión de sí mismo, obligándole a que la precisión en sus apreciaciones no corrobore el relato y sí la reedición de la huella que dejó en él, “(…) pero, de todos modos, cualquier formulación de algo que