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Populismos y política carpe diem

El germen del cainismo de una sociedad aflora gracias a los mensajes interesados de los populismos, contribuyendo así a su polarización.

 

 

Los populismos a ambos lados del fiel de la balanza se retroalimentan. No suele haber extremismo de izquierdas en los escenarios donde no exista, o se haya generado previamente, el de derechas, y viceversa. Desaparecido uno, muy probablemente se estaría escribiendo la crónica anunciada de la muerte en diferido del otro. El sobrepeso de las políticas identitarias centrífugas y de las antiidentitarias consecuentes, incluyendo los nacionalismos, forma parte de la expresión práctica de lo anterior a través de una inexorable ley del péndulo.

El germen del cainismo de una sociedad aflora gracias a los mensajes interesados de los populismos, contribuyendo así a su polarización. A partir de ahí, la siembra de un discurso cultural maniqueo que evidencie el perjuicio comparativo de los targets a los que se dirige un populismo en concreto, recogerá el fruto de una agitación del core de los sentimientos debidamente manipulado por los talibanes que integran las escuadras de mamporreros al servicio de su caudillo.

Los populismos se caracterizan por su presentismo, carecen de programas explícitos para hacer futuro, sino que lo proyectan a partir de una interpretación alternativa hoy de los hechos del pasado, colocando al país en cuestión en un bucle que tiene efectos negativos para los intereses de la mayoría de los ciudadanos. Un reciente caso paradigmático del presentismo en España es el intento de releer la Constitución de 1978 y los liderazgos políticos de la época con las coordenadas de hoy, de manera que siendo toda época histórica manifiestamente mejorable, la conclusión ineludible es que aquello fue un error para, a partir de ahí, deducir que procede hacer política de reinterpretación de la historia. El presentismo no es una herramienta de análisis adecuada para gestionar la cosa pública de manera eficaz, justa, equitativa, solidaria y libre. En los últimos tiempos la presa preferida en España ha sido la Ley de Amnistía, elemento singular facilitador del devenir de la Transición democrática tras finalizar el régimen de la dictadura. Los populismos son dados a intentar perder al ciudadano en el maremágnum que representa el pasado, sin adquirir compromisos viables para el futuro, sumiéndonos en la liquidez de unas políticas estériles basadas en el absurdo del reseteo de un pasado cuya interpretación objetiva corresponde a los historiadores.

Más allá de ser excluyentes, los populismos practican el solipsismo, una característica fácilmente reconocible dado su enorme y radical subjetivismo a la hora de analizar la realidad, y la ausencia de tolerancia hacia opciones democráticas alternativas. Para los populistas sólo existe su propio yo y el que no está con ellos, está contra ellos, y es un enemigo, no un adversario.

No hay populismo sin un hiperliderazgo próximo al caudillismo. Para que una oferta populista alcance una base ciudadana suficiente debe reflejar un paradigma de supuestas  virtuosidades en las que el ciudadano se reconozca y se vea proyectado. Es un error generalizado pensar que los que apuestan por una alternativa son fieles seguidores de un líder, cuando lo que en realidad ocurre es que el ciudadano en cuestión se ve liberado de sus frustraciones y, por ende, libre para hacer lo que él siente y piensa, pero no tanto porque lo sienta y piense el líder. Es el sentimiento tribal y no el del flautista de Hamelín el que hace que un ciudadano normal opte por un determinado modelo populista. En los populismos la gente se encuentra con uno mismo y ese es precisamente el gran poder que ejercen a la hora de la movilización de su electorado en las urnas.

Como colectivos tribales al frente de ellos hay un jefe espiritual, un hechicero más que un jefe de la tribu, que necesariamente no tiene porqué ser carismático, sino capaz de sanar tu espíritu y conducirte a una victoria en las batallas de una ideología que resulta ser un brevaje espiritual que les alimentará para mantenerlos en el adormecimiento cognitivo que representa el sentimiento de pertenencia a una secta.

El cuarto rasgo común a los populismos es que sus programas exponen básicamente  tácticas políticas más que estrategias, intentando dar respuestas, habitualmente demagógicas, a los problemas del día a día, mediante una política carpe diem. La estrategia de los movimientos populistas forma parte de los que se suele conocer como su “agenda oculta” hasta alcanzar el poder, para evitar que sus seguidores pudieran cuestionar sus adhesiones al evidenciar un perfil radicalmente autocrático. 

Estos cuatro rasgos comunes a todos los populismos: presentismo, solipsismo, hiperliderazgo caudillista y política carpe diem, están formando parte también de los programas de los partidos democráticos tradicionales, por lo que en muchas ocasiones el votante apenas encuentra diferencia entre la oferta de unos y otros y opta por la del que no tiene en su pasivo un historial que les haga desconfiar.

En la era de la fiebre populista, un poder político ejecutivo cuya elección no haya sido directa por el pueblo generalmente acaba siendo rehén de los legislativos y no serviría de contrapeso en el caso de que las opciones populistas se hicieran con el control de facto, directo o indirecto, de dichas cámaras, de una u otra manera. Los casos de Madrid y Castilla y León, por una parte, y el gobierno de la nación, por otra, son paradigmáticos. Lo que ha venido siendo valorado oportunistamente como más democrático por parte de la izquierda, en las circunstancias actuales se ha convertido en facilitador para el acceso de las opciones populistas al poder ejecjtivo.

Alcanzado el poder por los populismos, no hay vuelta atrás a través de las urnas, ya que llegado el caso, antes las quemarían que afrontar un posible fracaso en las mismas. Para muestra de esto, lo ocurrido en los EE.UU. cuando Trump perdió las elecciones en noviembre de 2020, y singularmente el episodio del Capitolio.

Es notorio que habría que perfeccionar y adaptar la democracia a los tiempos, tras dos siglos de profundos cambios en la sociedad, pero no deberíamos dar un paso atrás, ni para coger impulso. Fuera de la democracia liberal, todo es noche oscura, ausencia de libertades y pérdidas de derechos para los de siempre, bien sea por la concentración del poder en manos de determinados grupos sociales, bien sea por su acaparamiento por parte de organizaciones políticas totalitarias que siempre acaban gestionándolo el en beneficio de sus propios intereses orgánicos.

En democracia se perdonan los errores de gestión, pero no los engaños, ni las corrupciones que, más pronto que tarde, acaban pagándose en las urnas y podrían llegar a convertirlos en partidos zombis a los tradicionales, tal como viene ocurriendo en Francia o Italia. En la primera, la candidata a las elecciones presidenciales del pasado domingo 10 de abril, a la sazón alcaldesa de la capital francesa, no ha alcanzado ni el 2% en las urnas, quedando relegada al 10º puesto, adelantada no sólo por Macron y Le Pen, sino también por Melenchon, el candidato podemita francés, por el de la derecha a la derecha de la exprema derecha, por el representante tradicional de los conservadores, por el ecologista, …. Entre los candidatos de las dos ofertas históricas apenas han cosechado el 7% del total de los votos en la primera vuelta. Algo se está descosiendo en la cuna de la revolución burguesa y no parece que vaya a tener un fácil arreglo. Por suerte para todos, la cultura política democrática francesa, implementada de hecho en un protoacuerdo, más o menos implícito, de todas las fuerzas democráticas impediría, por ahora, el acceso de organizaciones populistas extremistas al poder en las instituciones democráticas eel Estado.

En síntesis, los populismos no son realmente organizaciones políticas, ni de colectivos ciudadanos, ni de grupos de interés, sino tribus con líderes espiritules al frente, que practican el solipsismo y el presentismo, y que navegan en medio de la política del día a día, política del carpe diem, fomentando en todo momento la polarización y el cainismo, así como la intolerancia social, principalmente ante las políticas de equidad y diversidad, hasta el punto del odioísmo, y un escasísimo respeto por las instituciones democráticas y la libertad de las personas para ejercer su derecho al desarrollo de sus capacidades cognitivas individuales y a satisfacer sus legítimas aspiraciones socioeconómicas. Los populismos nunca ganan elecciones, siempre las pierden las ofertas democráticas por un deficiente cumplimiento del ejercicio de sus obligaciones como tales.

 

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