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¿Regeneración o degeneración?

Alberto Carlos y los suyos continúan haciendo méritos para que nadie les arrebate el prime puesto en el podio de la estafa, la mentira y la trampa.

 

De los bochornosos espectáculos presenciados el martes en la Asamblea de Madrid y el miércoles en el Parlamento de Andalucía, se pueden hacer, como se han hecho, análisis para todos los gustos, pero la mayoría coincide en algo que muchos hace tiempo ya que tenemos claro: el verdadero peligro para este país se llama Ciudadanos, porque en el PP sabemos desde hace lustros cómo se las gastan y los de Vox no engañan a nadie, pero Alberto Carlos y los suyos continúan haciendo méritos para que nadie les arrebate el prime puesto en el podio de la estafa, la mentira y la trampa. Iban a regenerar esa España donde su líder solo ve españoles, ni azules ni rojos, solo españoles, y mire usted para lo que han quedado: para socios no solo de la corrupción a granel sino del franquismo resucitado.

 

Iban de modernos y guaperas y se han convertido en capazo de tránsfugas y en avalistas de políticas liberticidas; ellos, que predicaban el equilibrio, el centro tranquilo, que se autoproclamaban azote de quienes osaran utilizar los cargos públicos para enriquecerse, han acabado convirtiéndose no ya en peones, sino en coprotagonistas de pactos con quienes defienden las pistolas al cinto o tienen entre rejas, por ladrones, a buena parte de lo que en tiempos fuera su staff más distinguido.

 

Debe ser el irresistible encanto de la desvergüenza, cuyo instrumento de trabajo básico es ser dueño de una cara de cemento armado.

 

Vendieron en Catalunya odio y enfrentamiento durante casi dos décadas, y saltaron a la política nacional, según afirmaban, para acabar con la corrupción y ayudar a construir una España más moderna y pacífica. Tras pasearse por el País Vasco buscando gresca y protagonizar episodios patéticos en los debates electorales, ahora, en tiempos de pactos, se dedican a menear el patio jurándole odio eterno a Sánchez y posibilitando gobiernos rancios en autonomías y ayuntamientos. A cambio de que les dejen mojar el pan en alguna salsa, de mangonear tocando algún pelo que otro y conseguir sentarse en sillones donde pueda correr el dinerito fresco.

 

En Madrid lo han reflejado, de momento, compartiendo vicepresidencias en la mesa de la Asamblea; y en Andalucía, renunciando a hablar de violencia de género y cambiando el término por “violencia intrafamiliar”, creando un órgano “para luchar contra la inmigración ilegal” y limitando, puede que liquidando, las ayudas económicas a las asociaciones de memoria histórica. Pactarán también con los fascistas en Murcia y en Castilla León. Los otrora adalides del aire fresco en política han acabado en manos de los enemigos de la libertad.

 

Media España marcha atrás y Arrimadas proclamando, sin que se le caiga la cara de vergüenza, que el cambio ha llegado. En palabras de mi compañero Christian González, por fin conocemos en qué consistía el cambio sensato para Ciudadanos: en dejar a los mismos pero añadiendo nazis de regalo. Tampoco Rivera, a pesar de su probada habilidad dialéctica, curtida desde joven en olimpiadas universitarias de debate, ha sido todavía capaz de explicar a qué demonios están jugando. La verdad es que no nos hace falta. Ya sabíamos cómo eran, y quienes no se lo creían ahí los tienen, dejándonos las esperanzas de futuro hechas unos zorros. ¿Así que la regeneración era esto? O querían decir “degeneración”?