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Si un día te quise, quiero olvidarlo

El hombre de armas, sirve con lealtad y fidelidad mientras cree, cuando deja de creer y ve la luz, se vuelve inútil para tus intereses, ¿ verdad Sra. Alaya?

 

Llegaste por la vía del rencor y la frustración. Te instalaste entre el miedo y la ignorancia. Colonizaste las expectativas, las esperanzas, los anhelos y las ilusiones de una sociedad cansada, hastiada de la falsedad y el desahogo que representaban el paleomonigote compostelano y su club de spicegirls con la pérfida vallisoletana como groupies comander .

Entraste por el hueco que media entre el odio y la impotencia y te encastillaste con el apoyo de fuerzas hostiles, a cambio ofreciste privilegios y recompensas y plantaste el germen de la rencilla, la envidia y la desigualdad.

El poder se toma al asalto, decía tu alter ego,  y tú, desde tu pírrica atalaya, has asaltado las instituciones que representan al poder, no solo político, sino el social, el   económico y, lo que es peor, el poder moral. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo.

Si un día creí en ti, lo he olvidado. Hombre de armas, reclutado por el poder para perpetuar sus privilegios, hijo de la injusticia y la explotación, alcancé a tener ideas propias y topé una y otra vez con el infranqueable muro de la sociedad estamental (los políticos de hoy son los hijos de los caciques de antes, decía mi abuelo).

Si un día te quise, quiero olvidarlo. Mentiste, mientras muchos luchábamos por ti, por lo que representabas o decías representar: libertad, justicia, igualdad, tú te atrincherabas y te enriquecías; tú,  tu alter ego, y todo vuestro entorno, directo, colateral y adyacente.  Mentías, y tu felonía es doble pues victimizas a los ya victimizados, mientes a los desposeídos, a los olvidados, a los necesitados, a esos que, en tu versión cacique, mantienes en la miseria y la ignorancia. A eso es a lo que tú y tus súbditos llamáis  “mayoría social”  y a los que aplicáis “políticas de progreso”.

Pero no solo mientes a los ciudadanos, que no son tus súbditos, ahora tienes en vilo al endiosado gremio de las togas. Y es que, desde sus estrados poltrona,  las Delgado, los Marlasca o los García Ortiz,  al igual que en su día hicieran las Alayas y los Garzones arengan a sus tropas para cargar contra el enemigo, ¡A por ellos! pues “conocían o debían conocer”.

Miente García Ortiz como mentía Alaya. Ambos embelesados por el resplandor de las altas instituciones del poder judicial no dudan, no dudaron, en utilizar su poder coercitivo para medrar, influir en la opinión pública, tergiversar las relaciones de hechos, siempre escorados en un sentido u en otro, siempre a favor del mejor postor. O estás conmigo, o contra mi.

No hay lugar para el disidente, no hay sitio para la opinión, los hombres de armas reclutados para servir a los intereses de los poderosos no tienen voz, solo la fuerza de sus brazos y su capacidad para ejercer la violencia, siempre en favor del más fuerte, que suele ser el que paga.

Ahora tú,  ese al que una vez aplaudí y de lo que me avergüenzo, los has asustado a todos. Has comprado, con la sangre de los ciudadanos, en beneficio de tus súbditos, la miseria corrupta que te mantiene en tu atalaya, pero no debes olvidar que “Cuando el pueblo no quiere recibir una ley, aunque sea justa, y él no tenga razón, cuando más siendo dudosa y teniendo el pueblo alguna razón, un buen gobernante es obligado en conciencia no persistir en su pretensión”.

Si alguna vez creí que eras un buen gobernante, quiero olvidarlo. No olvides tú, que el hombre de armas, sirve con lealtad y fidelidad mientras cree, cuando deja de creer y ve la luz, se vuelve inútil para tus intereses, ¿ verdad Sra. Alaya?, pero esto no significa que se vuelva inútil para la sociedad.