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Son las reglas del juego, amigo

Las reglas, se llaman Constitución, son lo que nos une, así que no me diga que no hay reglas.

 

 

 

En la película “El puente de los espías” el abogado James B. Donovan, interpretado magistralmente por Tom Hanks, le da una lección sobre la democracia americana al agente de la CIA que cuestiona que existan reglas en la lucha contra el comunismo durante la Guerra Fría. “Yo soy irlandés y usted alemán. ¿Qué nos hace a ambos americanos? Las reglas, se llaman Constitución, son lo que nos une, así que no me diga que no hay reglas”.

Y es que en eso consiste fundamentalmente la democracia como sistema político, en una arquitectura institucional que nos comprometemos a respetar, diseñada mediante reglas jurídicas para garantizar la libertad, limitando los poderes, garantizando los derechos y las libertades, y que se pone negro sobre blanco en un texto, nuestra Constitución, que tiene como finalidad hacer posible la convivencia cívica en sociedades libres, plurales y diversas.

En España bien lo sabemos y fuimos capaces de hacerlo posible. Las generaciones de mis padres y mis abuelos pusieron cuanto pudieron de su parte para la reconciliación entre españoles, para lograr grandes acuerdos económicos y sociales como los Pactos de la Moncloa y para aprobar la Constitución de 1978 abriendo nuestro país al periodo más prolongado de pacífica convivencia democrática entre compatriotas. Yo me proclamo orgulloso hijo y nieto del ‘régimen del 78’.

Hoy percibimos que el populismo amenaza nuestras democracias, o más bien los populismos, porque los vientos amenazadores soplan tanto desde estribor como desde babor. Y es que la primera fuerza política que pegó un puñetazo en el tablero político español fue Podemos. Ahí están las hemerotecas para recordar las gruesas palabras de su líder en las tertulias televisadas, esos Sálvame del ‘political show business’. Son memorables sus arremetidas contra lo que denominaba con desprecio ‘el régimen del 78’, que fue resultado según él de las claudicaciones de una ‘izquierda domesticada’ que se rindió servilmente a los poderes fácticos del posfranquismo, planteando la ruptura de los consensos sobre los que se asienta nuestra Constitución, hasta el punto de abogar por el reconocimiento del ‘derecho de autodeterminación’ haciendo el juego al independentismo separatista de las élites catalanas.

Sus mensajes socavan la legitimidad de nuestro sistema político, basado en la democracia liberal representativa, la economía social de mercado y la unidad de España respetando su diversidad en una estructura cuasifederal. ¿Pero acaso pensaba Podemos que los consensos se podían romper solamente desde la extrema izquierda? Claro que no, su verborrea sembró el surgimiento de una reacción nacionalpopulista de extrema derecha y la aparición de VOX, que se quiere apropiar de la idea de la defensa de España, que viene a poner orden para detener la deriva ‘bolivariana comunista’ de nuestra sociedad, que también habla de la ‘derechita cobarde’ que no es capaz de plantar cara a la ‘cultura progre’ y que considera que en la Constitución del 78 se hicieron demasiadas concesiones a la izquierda y a los nacionalistas de algunos territorios.

¿Y ante este panorama, qué hacer para defender nuestras democracias? Mucho y depende de nuestra voluntad, porque los buenos propósitos sin voluntad decidida son palabras vacías. Dejemos la palabrería inútil a los populistas y pongámonos a trabajar los demócratas codo con codo como lo hicieron nuestros abuelos y nuestros padres. Para empezar, yo no quiero gobiernos en los que entre la ultraderecha a intentar imponer su estrecha forma de entender el mundo en nuestras vidas, como tampoco quiero a los populistas desde el izquierdismo infantilizante haciendo de las suyas desde los consejos de gobierno. Son más que necesarios acuerdos entre las fuerzas políticas moderadas que defiendan la democracia liberal y sus instituciones. Y para ello una propuesta, un pacto que facilite el gobierno del partido político más votado, si la alternativa es gobernar con la extrema derecha, la extrema izquierda o los independentistas, que no buscan sino dividir y enfrentar, como si hubiese buenos o malos españoles patriotas, o que quieren volar los pilares sobre los que se sustenta nuestra convivencia pacífica.

Un PSOE que se alinea con los populistas de Podemos, que recaba apoyos de independentistas y postetarras, alimenta el monstruo de la ultraderecha como reacción a sus posiciones. Cuando los diputados de Bildu o del independentismo catalán suben al estrado del Congreso de los Diputados a chulear al gobierno de España, alardeando de que vienen a romper nuestro sistema político, le hacen el caldo gordo a la extrema derecha.

El Partido Popular ha tenido una primera oportunidad en Castilla y León para abrir un nuevo tiempo político ante los populismos que amenazan a nuestras democracias, para estar a la altura de la derecha europea centrada, pero su decisión es un enorme error desesperanzador. Meter en el gobierno por primera vez a la ultraderecha nacionalpopulista de VOX, hace más grande a VOX y menos útil para nuestro sistema democrático al PP. Y ojo con contribuir a romper las reglas del juego y debilitar las instituciones que sustentan nuestra convivencia democrática, porque es un juego peligroso que sabemos cómo empieza y cómo puede terminar si replicamos los errores del siglo XX en el siglo XXI.

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